Menú
Luis Hernández Arroyo

Pero, finalmente, ¿quiénes somos?

Es significativo que sea Julián Marías, que no tuvo que agradecer cargo alguno a Franco, el único que, siguiendo los pasos de su maestro Ortega, defienda desde el principio a Occidente y a Estados Unidos.

A mi amigo Agustín R.

Acaba de salir un libro de lectura imprescindible para los pocos españoles desgarrados por el derrotero actual de nuestra nación: Yo tenía un camarada de César Alonso de los Ríos. Lo es porque viene a rellenar esa inmensa laguna de silencio que hay en nuestro pasado sobre la evolución de las ideas desde el franquismo de primera hora al postrero, que abocó en la Transición (suscribo la tesis del autor: la Transición fue el fin natural de un régimen franquista que había ido cambiando lentamente desde dentro). Y lo es especialmente por una trágica razón: porque es la expresión viva de lo que denominaría el "raquitismo occidental" que padecemos los españoles.

Este raquitismo lo arrastramos penosamente desde la infausta Segunda República. ¿La República? Pues sí: quizás ahora pocos lo sepan, pero antes de la República la clase intelectual de la Restauración, especialmente la generación del 98 –y lo digo con pleno conocimiento: los he leído exhaustivamente– era prooccidental sin fisuras. La prueba: todos salvo el desnortado don Pío eran partidarios de ir a la Primera Guerra Mundial con los aliados occidentales, y muchos llegaron a hacer campañas propagandísticas –Azorín escribió un hermoso libro titulado Bajo Bandera de Francia– a favor de una Francia postrada frente los alemanes. La generación siguiente, la de Ortega (Revista de Occidente), no sintió menor entusiasmo por encajar de una vez a España en donde la república mal orientada, sectaria y de gran carga marxista se empeñó en sacarla.

Recordemos la primera manifestación de Unamuno a favor de la rebelión militar franquista: "Occidente está en peligro, hay que salvar a Occidente..."; palabras que no dejó de aprovechar Franco en su propaganda internacional. Recordemos también el Epílogo para los ingleses que dedica Ortega en su edición en inglés de La rebelión de las masas donde les advierte que no confundan la República con un régimen occidental democrático. Churchill estaba perfectamente enterado.

De modo que en la famosa República, la sectaria y rencorosa república que iba a modernizarnos definitivamente gracias al patógeno germen marxista que llevaba dentro y a la inmensa incultura de sus líderes de derechas (sí: lo digo con todas las consecuencias: Azaña era un inculto jacobino cuya única motivación era el odio a la historia de España), se hizo con el poder una generación mucho menos preparada y mucho más dogmática. Estaban dispuestos a hacer una refundación jacobina y marxista de la Nación, en vez de buscar en sus tradiciones lo puntos de encuentro con "nuestro" Occidente, el que nosotros habíamos ayudado a generar con empeño incesante de nuestros reyes, al menos desde los tiempos en que Alfonso VI (siglo XI) desposó a una francesa y trajo a los cistercienses a europeizarnos. Pues el Occidente es cristianismo y sin este ingrediente, que la República intentó debelar, no hay civilización occidental (o sea, civilización a secas).

El libro de Alonso de los Ríos habla de una tragedia: de cómo los primeros intelectuales del régimen franquista van desilusionándose y evolucionando, pero no –¡ay!– hacia un liberalismo occidental, sino hacia un marxismo confuso, de escasa voluntad democrática, que en algunos casos, como el de Ridruejo, quiere pasar de una utopía nazi (sic) a otra anarco-populista igual o más impracticable. ¡Qué pena! La conversión de estos señores –salvo algunos– no es prooccidental, no dirige sus anhelos hacia la democracia parlamentaria: pasan del falangismo al marxismo con toda comodidad, lo cual dice mucho de las bases morales del socialismo.

Es significativo que sea Julián Marías, que no tuvo que agradecer cargo alguno a Franco, el único que, siguiendo los pasos de su maestro Ortega, defienda desde el principio a Occidente y a Estados Unidos (pieza occidental que los demás tienden a desgajar del mapa). Un lema aplicable a la mayoría de estos intelectuales sería: señores, ser izquierda no es ser occidental.

Lo más elocuente del libro es ese Congreso de intelectuales de 1984 organizado por el PSOE de entonces, en el que se presentan a esos intelectuales franquistas como los "padrinos", los avalistas de este nuevo PSOE que va a regir a España: se les ha lavado el pasado con lejía, se les ha ocultado su aristas más siniestras, aquellas que alababan sin rebozo a Hitler y sus victorias...

¿Quiénes somos? Es la pregunta obsesionante que queda en el aire: fuimos cofundadores de la Europa occidental. Desde principios del XX, grupos de jacobinos y marxistas deschavetados, pero que ahora están en el poder, intentan borrar incesantes esa base rocosa nuestra que ha resistido las convulsiones que sólo ellos han provocado. Fuimos, fuimos... pero, ¿qué somos?

En Sociedad

    0
    comentarios