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Agapito Maestre

Demagogia indignante

Por el contrario, la beatificación de estos mártires está basada en el perdón de las víctimas a los acusadores, o sea, en el perdón de los ejecutados a quienes los acusaban y mataban sólo y exclusivamente por ser cristianos.

Comparar lo incomparable es la mejor forma de definir la demagogia. Un profesional de la crispación, por ejemplo, nunca debería compararse con una persona sensata y prudente, con una persona que respete acuerdos y palabras. No debería, pues, equipararse Zapatero con esa imagen de un hombre sereno que pretende dar de aquí a las elecciones; pero, como Zapatero esta fuera del ámbito de la moralidad, no sólo se compara con el hombre sensato sino que se presenta como el modelo de sensatez. Es la entronización de la mentira. El colmo de la mala fe. Otra vez, por desgracia, aparece en la historia de España un "antimodelo", un vicio al alcance de todos. En efecto, tenemos una persona que se presenta en público como un ser ecuánime y prudente, después de llevar crispando a los españoles más de tres años y medio. La cuestión es terrible, pero no tanto por él sino porque la inmensa mayoría de los medios de comunicación no se inmutan, o peor, se lo toman a chirigota.

Sin embargo, la cosa es seria; pues alguien que empieza aceptando a quien confunde la sensatez con decir imbecilidades riéndose, nunca se sabe que puede terminar soportando para sobrevivir sin dignidad. Nadie en su sano juicio debería dejar de indignarse cuando oiga hablar a Zapatero de serenidad, pero amplias zonas de la opinión pública, y ese es el problema, lo toman a beneficio de inventario. Es como si esta sociedad hubiera perdido cualquier opción de sensatez y dignidad. Es una insolencia que alguien confunda la serenidad con negociar con terroristas educadamente, pero es aún más insolente que nos lo tomemos a risa. La sociedad española en este punto parece haber alcanzado la apoteosis de la demagogia y el engaño.

Entre las comparaciones demagógicas que Rodríguez Zapatero ha extendido por toda España, sin duda alguna, hay una que reviste una maldad singular. Me refiero a la insistencia de los miembros del PSOE a la hora de hablar de la Ley de Memoria Histórica de modo paralelo a la beatificación de 498 mártires de la Iglesia católica. Chaves, por ejemplo, ha dicho recientemente sobre la beatificación: "Se trata de un acto en recuerdo de una serie de sacerdotes que la Iglesia considera mártires, y eso hay que entenderlo dentro de la normalidad". Ahora bien, según Chaves, es necesario "reclamar la misma consideración para la Ley de la Memoria Histórica". La comparación no puede ser más horrible y demagógica, entre otras razones porque la base de la ley no es tanto el castigo a un supuesto culpable como su estigmatización, no es tanto el reconocimiento de las víctimas como la condena de quien se considera culpable; por el contrario, la beatificación de estos mártires está basada en el perdón de las víctimas a los acusadores, o sea, en el perdón de los ejecutados a quienes los acusaban y mataban sólo y exclusivamente por ser cristianos.

En fin, nada tiene que ver el proceso de beatificación, limpio, transparente y llevado a cabo tras años de investigación de la Iglesia católica, como se ha encargado de señalar hasta la saciedad la propia jerarquía eclesiástica, con la Ley de la Memoria Histórica programada por el Gobierno socialista para satisfacer fines estrictamente ideológicos de grupos políticos, liderados por el PSOE, que no están dispuestos a aceptar la idea de reconciliación entre todos los españoles para construir la democracia. El revisionismo histórico de este Gobierno será una pesada y cruel carga en las espaldas de todos los españoles. Será necesario mucho tiempo para que olvidemos tanta infamia. Por otro lado, el afán resentido, cainita y cruel de este Gobierno a la hora de buscar culpables actuales de males pasados, en la historia de España, define antes una política totalitaria, y excluyente de millones de personas, que una forma de hacer justicia a las víctimas del pasado franquista. Resulta, pues, indignante que alguien que patrocina una ley tan terrible pueda presentarse como un individuo sereno, representante de un partido sensato, parecido o "comparable" a los beatos que perdonaron a sus acusadores.

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