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Juan Manuel Rodríguez

Grand Prix

Al leer sus declaraciones, realizadas cuarenta y ocho horas después del desastre de Brasil, deduzco que, al contrario de lo que le sucede a Ron Dennis, que continúa preso de sí mismo, Hamilton se ha liberado.

Ayer llegué al final de Grand Prix, una gran película del "artesano" John Frankenheimer, director, entre otras, de El mensajero del miedo, El hombre de Alcatraz o la más reciente Ronin. Para mi gusto, el film de Frankenheimer es probablemente, junto a 500 millas de James Goldstone, el que mejor retrata el mundillo de las carreras de coches, y eso es así porque, en ambos casos, los directores profundizan fundamentalmente en los dramas personales de los pilotos.

En el caso de 500 millas, Goldstone se centra en el complejo triángulo que forman Frank Capua y Luther Erding, rivales y amigos al mismo tiempo, y Elora, la mujer del primero. En el caso de Grand Prix, Frankenheimer, que al parecer fue piloto en su juventud, no sólo nos introduce por primera vez en un monoplaza (extraordinaria la última carrera de Monza), sino que nos cuela de paso en las cabezas de Pete Aron o Scott Stoddard y, con un recurso tan simple como dividir en dos la pantalla, sabemos qué piensan mientras conducen sus monoplazas a trescientos kilómetros por hora.

Si me atrajo tanto lo sucedido en Interlagos fue precisamente por el drama personal que atenazaba a tres pilotos –aquellos que tenían posibilidades matemáticas de alcanzar ganar el Mundial–, el director deportivo de Mc Laren y el padre del novato que podía proclamarse campeón, rompiendo así todas las estadísticas. En realidad, si se dan ustedes cuenta, era la película del Grand Prix de Brasil. La forma de conducir que tuvo Lewis Hamilton, el rookie del film, en las dos últimas carreras, justo aquellas que debían certificar su hazaña, nos habla bien a las claras de la presión a la que estaba sometido ese chaval y del infierno por el que ha tenido que pasar. Por eso decía ayer que no me gustaría nada estar en el pellejo del psiquiatra de los Hamilton. Acertaron de lleno aquellos que dijeron que Fernando Alonso acabaría sacando de sus casillas a Hamilton.

Sin embargo al leer sus declaraciones, realizadas cuarenta y ocho horas después del desastre de Brasil, deduzco que, al contrario de lo que le sucede a Ron Dennis, que continúa preso de sí mismo, Hamilton se ha liberado. Es otro y, si no está actuando de cara a la galería, podría ser también mejor (más rápido parece complicado) y, por lo tanto, más peligroso. A Lewis sólo le falta un pequeño detalle para que terminen llevando su historia al cine: mandar cuanto antes a paseo al Tonto Deportivo de 2007, la mala influencia que le ha convertido en el hazmerreír de medio mundo. Si logra salir vivo de esa, Alonso tendrá un rival.

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