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José Antonio Martínez-Abarca

Eminencias, habemos doce o catorce

Los intelectuales son unos tipos siempre capaces de encontrar las más desaconsejables soluciones fabricando previamente los mejores problemas.

Me empecé a interesar por el ensayista e historiador británico liberal conservador Paul Johnson cuando leí como lo trataba una de las llamadas mejores "cien entrevistas de la historia" en un tomo editado por los del Grupo Zeta, creo recordar (qué bien traído, un grupo que siempre se ha llamado previsora y rendidamente como nuestro presidente). La pretendida "entrevista" a una de las mayores bichas del progresismo, mister Johnson, era, claro, la número cien, con la que se cerraba el tomo, y se supone que era por ello la más ingeniosa que hubiesen visto los siglos.

Se la hacía o más bien intentaba hacérsela un periodista con ínfulas de intelectual y con gran resentimiento de clase, como casi todos, y Mr. Johnson se limitó a soltar unos gruñidos monosilábicos y abandonar la escena al poco dejando claro que no deseaba la presencia de tipejos de ese pelaje en su casa. El periodista se hizo famoso por aquello porque se supone que dejaba al descubierto la intolerancia del pensamiento de derecha, pero siempre creí que Johnson, sobre ser un agradecible cascarrabias, lo que no soporta es a alguien que se las dé de haber leído algo, sobre todo si encima es periodista. Una cosa que luego comprobé mucho más extensamente en su hilarante libelo Intelectuales, uno de los mejores libros de humor que he leído jamás.

Libro de humor que se conoce que no conocen ni Caldera, ni Pepiño, ni Rodríguez Zapatero, porque han sido capaces de reclamar a doce o catorce listillos de reconocido prestigio internacional para que le hagan el programa para las elecciones sin llamar a la policía al mismo tiempo. Los intelectuales son unos tipos siempre capaces de encontrar las más desaconsejables soluciones fabricando previamente los mejores problemas.

No hay nada que un intelectual no pueda hacer siempre peor. El PSOE debe tener en poquísima estima sus promesas electorales, ya que las echa a los intelectuales para que si sacan algo en claro enseguida encuentren el método de apagar la luz. Como decían en un pueblo agrícola cuyo casino se daba algunas ínfulas en la comarca: "aquí, intelectuales habemos pocos".

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