Menú
Luis Hernández Arroyo

Las consecuencias de no actuar

Vuelvo a recordar las implicaciones que tendría una crisis financiera de gran calado: un malestar social que suele llevar a la opinión pública a inclinarse por las proposiciones políticas más radicales

¿Puede hacer algo la política monetaria para evitar los efectos más perversos de de la crisis financiera, que avanza inexorable? Nuestros economistas españoles –por lo que leo en la prensa especializada, sea cual sea su signo político– piensan unánimemente que no. Mejor el inmovilismo, dicen: como si el tipo de interés actual fuera el de equilibrio ahora y siempre. El problema es que las cosas se mueven, y con ellas el tipo de interés óptimo.

Sin embargo, esta actitud inmovilista no es unánime en el mundo y menos en Estados Unidos, si es que pensamos que allá saben algo de economía. Recomiendo vivamente la lectura de la conferencia de F. Mishkin, miembro del Comité Ejecutivo de la Reserva Federal, donde se pone muy clarito lo que puede y no puede hacer la política monetaria cuando se produce un choque perverso que desestabiliza el mercado financiero y la economía real. O, paralelamente, el artículo de Larry Summers en el Financial Times, donde explica por qué, si no se actúa, se avecina una de las peores crisis financieras mundiales, cuya duración será por lo menos una década. Su impacto en la UE se percibe claramente: el BCE ha vuelto a anunciar inyecciones extras de liquidez. Acabará bajando tipos, pero tarde.

Un renuevo de las incertidumbres financieras ha vuelto a tensionar los mercados interbancarios. Vuelven a aparecer negros nubarrones en los mercados del crédito. Es muy elocuente seguir la evolución de los rendimientos de las deudas públicas: en Estados Unidos, la semana pasada, la deuda a 2 años rentaba menos de un 3% (un punto y medio por debajo del tipo oficial a un día), por primera vez en años. Al mismo tiempo, se disparan otra vez los márgenes entre el Libor y el bono a 3 meses, o el Libor y el tipo oficial; así como otras emisiones privadas en referencia a las públicas a igual plazo.

Ahora, contestando a la pregunta formulada, por supuesto que la política monetaria, bajando los tipos de interés, puede evitar el estrangulamiento crediticio; como dicen los autores citados, bajar los tipos reduce la incertidumbre sobre la valoración de activos dudosos y acelera, con ello, la normalización de los mercados ilíquidos. Pues el riesgo de no hacer nada no es desdeñable: ante el problema que supone la afloración y liquidación de activos dudosos, las empresas y particulares, pero en especial las entidades bancarias, se refugian en letras y bonos públicos líquidos. Para estas últimas, la eliminación de los activos dudosos, con cargo a sus fondos de reservas, supondrá la necesaria eliminación de futuros créditos por un monto múltiplo de las pérdidas, en una cuantía inversamente proporcional a la ratio capital/activos totales. Si, habitualmente, esta ratio es del 10%, cada pérdida de un dólar, a cuenta de reservas, requerirá, para reponer el equilibrio deseado, un recorte en nuevos activos de un dólar dividido por la ratio del 0,10 (o multiplicado por 10), es decir, 10 dólares. Es decir, vamos a padecer una restricción crediticia demasiado cuantiosa como para que no tenga fuertes efectos contractivos reales. Por último, que conste que esta actitud de simple reconocimiento de que el tipo de interés vigente no es óptimo, por decirlo suavemente, no supone un premio a los inversores descerebrados. Como dice Mishkin, "esto no implica que los inversores irresponsables no paguen un alto precio por sus errores". Sus inversiones están a fuerte descuento y de lo que se trata es de sacarlas a la luz.

Vuelvo a recordar las implicaciones que tendría una crisis financiera de gran calado: un malestar social que suele llevar a la opinión pública a inclinarse por las proposiciones políticas más radicales; no fue otra cosa lo que infló desmesuradamente, hasta hacerse con el poder, las propuestas fascistas y nazis en los años treinta. Segundo, y ligado a eso, un extraordinario e inevitable aumento del gasto público y la deuda. Piénsese ahora si la inestabilidad política de España, la inmadurez de nuestros políticos, el sesgo a favor del izquierdismo radical y su separatismo rampante son el mejor contexto institucional para encajar una crisis seria y duradera.

En Libre Mercado

    0
    comentarios