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EDITORIAL

Uribe lo tiene claro

Este extremo parece que Álvaro Uribe lo tiene meridianamente claro, no así el Gobierno español, que sigue aplicando innecesarios paños calientes al tirano banderas de Caracas

Tras dos semanas de insultos y desafíos por parte de Hugo Chávez por fin ha salido alguien que le contesta, diciendo sin morderse la lengua lo que la mayor parte de hispanoamericanos piensan del "gorila rojo". Como era previsible tras la canallada que el mismo Chávez estaba perpetrando a dúo con los terroristas de las FARC, ha sido el colombiano Álvaro Uribe el que se ha decidido a parar los pies a su dictatorial y bolivariano vecino.

Razones tiene Uribe de sobra para quejarse de Chávez. Desde que éste se hiciese con el poder hace casi una década las injerencias en la política interior colombiana han sido continuas y, las más de las veces, sangrantes. Chávez nunca ha ocultado su simpatía –y su sintonía en los fines– con los de Tirofijo. Pretende, y esto es algo que recuerda siempre que tiene la ocasión, extender su peculiar revolución a toda la América hispana en la que, por descontado, se incluye a Colombia, un país que por cercanía y multitud de afinidades humanas y culturales es el más parecido a Venezuela de todo el subcontinente.

A Uribe le acompaña la razón y hace bien en denunciar una situación que no puede sostenerse mucho más. No es de recibo que se tolere en pleno siglo XXI la gestación de una dictadura en el corazón de América sin que nadie diga nada. A Chávez se le ha consentido demasiado, se le ha permitido que interfiera en prácticamente todos los países de la región y se le jalea sin rubor desde toda la izquierda hispanoamericana y española. De ahí, y de los desorbitados precios del crudo, viene su prepotencia y altanería. Se cree dueño del futuro y sueña con una América sojuzgada bajo su bota y la de su fraternal aliado cubano. Es tarea, pues, de los Gobiernos hispanoamericanos que aún creen en la democracia liberal, la única que garantiza la libertad, el progreso y el respeto a las minorías, frenar en seco las ansías expansionistas de Hugo Chávez y su delirante proyecto de transformar Iberoamérica en una Cuba de tamaño descomunal.

Este extremo parece que Álvaro Uribe lo tiene meridianamente claro, no así el Gobierno español, que sigue aplicando innecesarios paños calientes al tirano banderas de Caracas. La cortedad de miras del Gobierno Zapatero y su cobardía congénita con los dictadores de izquierdas son el peor remedio contra un totalitarismo emergente como el que representa Chávez. De ahí la única solución que ha pasado por la cabeza de Moratinos sea enviar a una melindrosa Trinidad Jiménez a la embajada de Venezuela para tantear el ánimo del dictador. Un ánimo perturbado, sí, pero no por las ofensas recibidas sino porque, fiel a su propia naturaleza, es en el enfrentamiento donde se crece y encuentra su razón de ser.

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