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Carlos Semprún Maura

La muerte de los poetas

Estos chovinistas indignados confunden la calidad con la cantidad, y el talento con la subvención. Se levantan, iracundos y claman: ¡Realizamos 200 películas al año! Ciertos años sí, pero de todas formas son una mierda.

Está visto que la verdadera "excepción cultural francesa" es su muerte. Me hace gracia, una gracia sarcástica, constatar que las feroces críticas de Marc Fumaroli al "Estado cultural", las de Jean-François Revel a la asfixia de la creación por la burocracia estatal y las de Alain Finkelkraut al empobrecimiento de la enseñanza, la anorexia de la lengua y el analfabetismo creciente, por ejemplo, no han levantado tantas ampollas, ni tantas lágrimas, ni motivado tanta indignación, como el artículo de Daniel Morrison en Time, titulado The death of French Culture (La muerte de la cultura francesa).

Dado que todo lo que se refiere a la creación artística y literaria, al cine o a la arquitectura es totalmente subjetivo, gracias a Dios (a mí nadie logrará obligarme a admirar los horrores de Jean Nouvel), uno puede no estar totalmente de acuerdo con las opiniones subjetivas de Morrison, pero hay que admitir que constata un hecho. Siendo excesivamente bondadoso, como soy, se podría matizar la voluntaria provocación del título y en lugar de "muerte", poner "coma profundo", pero es lo de menos. Y es que si no fuera cierto lo que afirma el artículo, no habría provocado tanto escándalo ni soltado una vez más las riendas al antiamericanismo franchute más carca y provinciano. La ministra de la Cultura –que no podía hacer nada que no fuera protestar, porque no es fácil reconocer que se es ministra de cementerios–, los platós de televisión, Le Figaro... todos o casi todos protestan furibundos y sacan a relucir a muertos ilustres. No es casualidad, eso sí, que se cite a Sartre y Malraux, por ejemplo, y no a Raymond Aron, Jean-François Revel o François Furet. Pero lo cierto es que Morrison no escribe que nunca haya existido cultura en Francia; al revés, dice que hoy esa cultura ha muerto.

En Le Figaro del martes, Maurice Druon, como de costumbre, hace el ridículo con solemnidad –para eso es de la Academia Francesa–, lanzando una saeta chovinista y sacando a relucir incluso a Johnny Holliday, torpe copista de cantantes anglosajones. Aunque es cierto que los jóvenes cantantes franceses son aún peores. Pero lo reivindica porque Morrison habla de cultura en términos muy generales, incluyendo la canción y la música popular, y no sólo a los escritores, pintores, cineastas o filósofos.

Estos chovinistas indignados confunden la calidad con la cantidad, y el talento con la subvención. Se levantan, iracundos y claman: ¡Realizamos 200 películas al año! Ciertos años sí, pero de todas formas son una mierda. ¡Tenemos más teatros subvencionados que en Lituania! Cierto, pero no tenéis autores. Y, sobre todo, no tenéis poetas. Un país como Francia sin poetas; eso sí que es mortal. Lo peor de toda esta polémica es que los franceses, casi todos, se muestran orgullosos de su mediocridad cultural. Es la servidumbre voluntaria.

Aparte de eso, Sarkozy en Argelia se tragó todos los sapos con tal de firmar contratos y Ségolène Royal se ha declarado lista para unas nuevas nupcias.

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