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Ignacio Villa

Zapatero no habría hecho lo mismo

Otaola se convierte una vez más en una referencia de claridad moral en un entorno donde la ambigüedad, la cobardía, el doble lenguaje, el compadreo y la connivencia con el terror campan a sus anchas.

La decisión de Regina Otaola es un ejemplo para todos. Hasta las últimas elecciones municipales, Lizarza se había convertido en un feudo del entramado etarra. Era un símbolo del poderío de los terroristas. Pero con la llegada de Otaola a la alcaldía de esa localidad guipuzcoana las cosas han cambiado. Y lo han hecho gracias a la valentía de esta mujer, que por encima de todo defiende la libertad y la democracia. Con Otaola han vuelto a Lizarza los símbolos de la nación y de la libertad. Un regreso que se ha visto marcado por la violencia y las amenazas terroristas.

El último gesto de valentía de Regina Otaola, que hemos conocido este martes, ha sido cambiar el nombre que desde hacía mucho tiempo recibía la plaza del ayuntamiento, y que era el de un etarra. La alcaldesa de Lizarza ha decidido que a partir de ahora se llame Plaza de la Libertad. De esta forma, Otaola se convierte una vez más en una referencia de claridad moral en un entorno donde la ambigüedad, la cobardía, el doble lenguaje, el compadreo y la connivencia con el terror campan a sus anchas.

El cambio de nombre no es un pulso con los etarras, no es un golpe en la mesa producido por el hartazgo, no es un arranque de valor. Es mucho más. Otaola nos ha demostrado a todos que no hay pretexto que justifique la cobardía y que las caretas sobran. Con su decisión, además, ha vuelto a poner luz sobre la realidad del día a día en el País Vasco. La plaza principal de un pueblo tenía el nombre de un asesino y nadie hacía nada.

Inútil resulta esperar nada del Gobierno nacionalista vasco. Ya sabemos todos de que pie cojean. Pero no estaría de más saber la opinión de Zapatero, Rubalcaba, Pepe Blanco o Fernández Bermejo sobre la decisión de Regina Otaola. No la sabemos, pero la intuimos. Es difícil dudar, por más que algunos lo hagan, cuando el presidente ha llamado accidente a un atentado terrorista, cuando el ministro del Interior ha justificado el trato de guante de seda para el sanguinario De Juana Chaos, cuando el secretario de Organización del PSOE ha vapuleado públicamente a las víctimas del terrorismo, cuando el ministro de Justicia no se retrata ante la ilegalización de ANV y el PCTV. No parece que sea muy difícil acertar sobre lo que hubieran hecho estos cuatro si se encontraran en la posición de la alcaldesa de Lizarza: limitarse a mirar hacia otro lado.

Zapatero, visto lo visto, jamás hubiera cambiado el nombre de la plaza. Habría dado muchas excusas y gastado mucha retórica para, finalmente, no mover un dedo y permitir que todo siguiera igual. Con Regina Otaola, las cosas han cambiado.

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