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Juan Carlos Girauta

El libro de FJL

Ante la certeza de que el turolense ha dejado establecido para siempre el marco intelectual-sentimental de un lugar y una época claves, desátase la carrera por existir, por asomar la cabeza, por eludir la nada.

Las desiguales reacciones al último libro de Jiménez Losantos tienen el común denominador de la ansiedad. Ante la certeza de que el turolense ha dejado establecido para siempre el marco intelectual-sentimental de un lugar y una época claves, desátase la carrera por existir, por asomar la cabeza, por eludir la nada. Críticas favorables y adversas comparten la extraña conciencia de que esa personalísima crónica queda grabada en mármol. Algo que no debía estar en la voluntad del autor.

Como no estaría en la de su avatar periodista que las gentes, a su paso, se vieran compelidas a confiarle: "Usted dice lo que yo pienso". Como no prevería ser el mojón que separa dos épocas catalanas, dos actitudes ante el nacionalismo, dos Barcelonas. Ni operar como mecha palpitante de un éxodo. Ni que de pura adoración una muchedumbre lo elevara a indeseados altares, lo aturdiera a halagos y lo despedazase a besos. Nada de eso puede haber deseado el veinteañero que, tres décadas y una ciudad después, nos invita a asomarnos a su vida.

En vez de aceptar educadamente la invitación, amigos y enemigos corren a confirmar su propia existencia, no en balde lo han nombrado demiurgo por aclamación. Ya hay un debate en marcha acerca de las lecturas marxistas, estructuralistas y postestructuralistas que nos confundieron. Ya ha empezado asimismo la ridícula lid para situarse en Barcelona y en los setenta, para vencer la disolución: "¡Ahí estuve yo!"

Que corran y debatan. A mí la lectura me ha llenado de melancolía. Focos largo tiempo apagados vuelven a iluminar los rincones de un escenario hoy destartalado. Son los escondrijos que cita y los que omite, no logro discernirlos cuando apago el más importante de todos los focos, el de la lámpara de lectura, y trato de dormir. Una pirueta del duermevela trae versos del poema a Kempis de Amado Nervo, que el capricho transforma: "Ha muchas horas que estoy enfermo / y es por el libro que tú escribiste."

Se habían quedado congelados en el alma y en la decepción y en la madurez el Pastís y Les Enfants del adolescente golfo, las granjas de Petritxol del enamorado, el rambleo a los quioscos del insomne, el aderezo del léxico marxista y psicoanalítico del intelectual en formación, las horas perdidas y las horas ganadas. No compito en la carrera de los inexistentes ni he de hacer ningún esfuerzo por situarme en Barcelona.

El enfrentamiento al nacionalismo, la cosa lingüística, la traición de una generación y la estulticia de las siguientes no son ahora el centro de interés. Permítanme el relajo, a esos asuntos he dedicado demasiadas columnas. Dejo simple constancia de un arañazo en el corazón: las muchachas de cabello lacio y pantalones negros. De Angie y Mercè. Es conmovedor, me atañe y, dulcemente, me duele. Otra lectura no hago, ni para ensalzar ni para abatir, esas cosas de la envidia.

En Sociedad

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