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José García Domínguez

En Liliput nunca se pone el sol

En fin, sea por aquello de que los tontos, a diferencia de los malvados, no descansan nunca, fuere por cualquier otra razón ignota, en Liliput jamás falta, ni aun en las fechas más señaladas, el cotidiano dislate con que mantener entretenida a la afición.

Al indudable encanto de vivir en la capital de Liliput no es ajeno el privilegio del que goza el columnista local en esos días que, como hoy, no pasa nada y de nada, entonces, tocaría escribir. Así, al enfrentarse a la entrañable papeleta navideña uno no puede dejar de lamentar que la inminente llegada del ferrocarril –el de razonable velocidad– amenace con desvirtuar ese pintoresco universo doméstico que tantos folios en blanco le ha salvado a lo largo de su vida; sin ir más lejos, éste.

En fin, sea por aquello de que los tontos, a diferencia de los malvados, no descansan nunca, fuere por cualquier otra razón ignota, en Liliput jamás falta, ni aun en las fechas más señaladas, el cotidiano dislate con que mantener entretenida a la afición. Sirva de ejemplo la última deposición de Montilla, que me ha aprovechado la natividad del Señor para proponer nada menos que a Francesc Macià como modelo y guía de conducta a todos los catalanes. Pues, tras engullir el preceptivo conejo con all i oli de las fiestas de guardar, el de Iznájar mandó que le pusieran delante una cámara con tal de advertirnos que "hem de retre homenatge i honrar la seva memoria [la de Macià] i l’hem de seguir com a guia en el treball y en la feina (...) per defensar el nostre país".

O sea que los catalanes no tenemos que aprender de Churchill, De Gaulle, Adenauer o Tarradellas sino del descerebrado de Macià. Nuestro gran modelo cívico habrá de ser un coronel chiflado que, primero, se propuso invadir Cataluña desde Prats de Molló al mando de un ejército de opereta; y, al poco, protagonizó la célebre payasada de proclamar el "Estado catalán" en el balcón principal del Ayuntamiento de Barcelona. He ahí las dos grandes hazañas por las que aquel orate de libro se ganó un par de líneas en los tratados de historia de España.

Macià, un genuino desequilibrado que, ya al final de sus días y en el clímax del delirio, acabaría exigiendo que se dirigiesen a él por el mote de "El Abuelo", mientras no perdía ocasión de propinarse grandes golpes en el pecho con el puño cerrado, suprema prueba de su ciego amor por la patria catalana. Con tal cuadro, es evidente sólo el estado embrionario de la ciencia psiquiátrica de la época impidió que hubiese de trasladar su despacho oficial a alguna sala del hospital de San Pablo. Bien, pues sépase que, según Montilla, la vida y milagros de aquel pobre hombre deberán servirnos de infalible norte en el trayecto hacia el luminoso futuro soberano que nos prepara el tripartito.

Lo dicho, lástima de lo del AVE.

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