Según Francia iba siendo liberada de la ocupación alemana, el PCE consideró que llegaba el momento de organizar en España una guerra de guerrillas que debía evolucionar en guerra civil y provocar la intervención exterior que derrocase al régimen de Franco. A ese fin contaba con las mejores condiciones "objetivas": el país pasaba hambre, que debía aumentar con el aislamiento internacional; la represión de posguerra, con sus miles de fusilamientos, debía haber suscitado un masivo resentimiento contra el franquismo; ante la derrota alemana y las tropas aliadas en los Pirineos, la gente debía estar trocando su temor de los últimos años en esperanza y ardiente deseo de librarse del franquismo; se disponía de abundantes armas y de miles de militantes bien entrenados en la resistencia anti nazi francesa, e incluso algunos procedentes de la muchísimo más dura lucha de los partisanos en la Unión Soviética; además, desde la guerra civil habían permanecido en las sierras grupos de huidos que, aunque dedicados a un bandolerismo de subsistencia, conocían bien el terreno, tenían práctica de acciones armadas y podían reorganizarse como una auténtica guerrilla política. Lejos de tratarse de una empresa absurda, como a menudo se la ha presentado, ofrecía perspectivas muy razonables, incluso difícilmente superables.
Durante el siglo XX las guerrillas han demostrado ser un tipo de acción bélica singularmente difícil de vencer, a la que han recurrido con frecuencia los comunistas. En Rusia, Yugoslavia y en menor medida en Francia o Italia causó pérdidas muy dolorosas a los alemanes, que no habían conseguido derrotarlas pese a emplear contra ellas numerosas tropas y los métodos más expeditivos. Otro tanto habían experimentado los japoneses ante las guerrillas chinas. La posguerra mundial ratificó la lección: en Grecia se habrían impuesto los comunistas de no haber sido por la intervención anglosajona y, aun así, los ingleses se agotaron frente a los guerrilleros griegos, siendo necesaria la implicación useña. Posteriormente Francia, Holanda, Inglaterra y Usa sufrirían derrotas decisivas y tendrían que abandonar enormes territorios ante movimientos insurgentes en gran medida guerrilleros.
Por lo tanto era muy real el peligro creado por el maquis: en sí mismo constituía un embrión de guerra civil destinado a desarrollarse a escala mucho mayor. Y sin embargo, uno de los pocos escenarios donde las guerrillas fracasaron rotundamente fue España, a pesar de sus excelentes perspectivas de principio. El franquismo demostró desde el primer momento una voluntad resuelta de aplastarlas y abortó sus primeros y demasiado masivos intentos, desanimando con ello las veleidades de utilizarlas como pretexto para la intervención de potencias exteriores. Tras este hecho y la exhibición de una voluntad de lucha que desalentó otras especulaciones de invasión, el régimen pudo concentrarse en perseguir a los grupos guerrilleros hasta aislarlos y diezmarlos en el curso de tres años. Para 1947 el maquis estaba derrotado, aunque siguiese actuando unos años más, ya totalmente a la defensiva. El régimen les aplicó métodos innovadores, como las contrapartidas, muy duros pero adaptados a las circunstancias, y solo en menor medida empleó fuerzas militares, bastándole en la mayoría de los casos la Guardia Civil y la Policía. Quizá ninguna otra guerra de guerrillas resultó vencida tan completamente y con tanta economía de fuerzas.
La victoria de Franco no fue menor ni anecdótica en la carrera de este mediocre –dicen– militar, y se une a las conseguidas por él en África, la obtenida sobre la insurrección revolucionaria del 34 y luego sobre el Frente Popular en 1936-39. El significado de la derrota del maquis consistió en el alejamiento de una nueva guerra civil y una posible invasión exterior. Hace unos años, grupos de historiadores y políticos vinculados al PSOE, los comunistas y los separatistas, emprendieron una campaña de glorificación del maquis como "luchadores por la libertad". Con ello exhibieron, una vez más, las desdichadas tendencias guerracivilistas que los han caracterizado a lo largo de su historia.