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Jeff Jacoby

Vida y muerte en Nueva Jersey

Es lo que sucede a menudo con detractores de la pena capital como Corzine: en su celo por proteger al culpable vivo, olvidan a los inocentes que han muerto.

Cuando el gobernador Jon Corzine firmó la ley que eliminaba la pena capital en Nueva Jersey, hubo una considerable lista de personas para las que tuvo buenas palabras.

En el curso de lo que el New York Times calificó de "discurso extenso y a menudo apasionado", Corzine elogió a los miembros de la Comisión de Estudio de la Pena de Muerte que habían recomendado la derogación. Elogió el "valeroso liderazgo" de los legisladores estatales que habían votado a favor de la medida, mencionando a ocho por su nombre. Agradeció a New Jerseyans for Alternatives to the Death Penalty, una organización de activistas, por "habernos presionado a quienes estamos al servicio del público para que nos mantuviéramos firmes e hiciéramos lo correcto". Se proclamó "eternamente agradecido" a las demás organizaciones contrarias a la pena de muerte, especialmente a la Conferencia Católica de Nueva Jersey y a la ACLU. Mencionó a "los millones de personas por toda nuestra nación y por todo el mundo que rechazan la pena de muerte". Observó educadamente que "hay buenas personas" que apoyan la pena capital y se opusieron a la ley. Hasta citó a Martin Luther King.

Pero hubo algunas personas que Corzine olvidó mencionar.

El gobernador se olvidó de Kristin Huggins. Era una diseñadora gráfica de 22 años que fue secuestrada en 1992 por Ambrose Harris, que la acomodó en el maletero del coche de ella; la dejó salir para violarla y dispararle dos veces, una en la nuca y otra a bocajarro en la cara.

El gobernador se olvidó de Irene Schnaps, una viuda de 37 años que fue hecha pedazos por Nathaniel Harvey en 1985. Tras irrumpir en su apartamento y robarle, la mató dándole 15 golpes en la cabeza con una herramienta "tipo martillo" con tal violencia que fracturó su cráneo, le rompió la mandíbula y le saltó todos los dientes.

El gobernador se olvidó de Megan Kanka, que sólo tenía siete años de edad cuando fue asesinada por un vecino, Jesse Timmendequas. Agresor sexual convicto, Timmendequas metió a Megan en su casa engañándola con la promesa de enseñarle un cachorro. Después la violó, la aplastó contra un ropero, envolvió su cabeza con bolsas de plástico y la estranguló con un cinturón.

De hecho, el gobernador se olvidó de todas las víctimas asesinadas por los hombres que habitaban en el corredor de la muerte de Nueva Jersey. Firmó un decreto que reduce a cadena perpetua las condenas a muerte de estos asesinos y aseguró "que estos individuos nunca volverán a caminar libres en nuestra sociedad". Pero no dijo ni una palabra sobre cualquiera de los hombres, mujeres y niños que nunca volverán a caminar de ninguna manera –o sonreír, o soñar, o respirar– porque sus vidas les fueron arrebatadas brutalmente por los asesinos a los que favorece la nueva ley.

Es lo que sucede a menudo con detractores de la pena capital como Corzine: en su celo por proteger al culpable vivo, olvidan a los inocentes que han muerto. Su conciencia está inquieta por la pena capital, pero sólo cuando se aplica legalmente a los asesinos condenados tras el proceso que marca la ley. La otra "pena capital" –la impuesta ilegalmente sobre tantas víctimas de asesinato, a menudo con una crueldad inusitada– no perturba sus conciencias en la misma medida, pese a ser mucho más común.

Tampoco parece que sus conciencias tengan demasiados problemas con las vidas extra que se pierden cuando se elimina la pena de muerte. Un número creciente de estudios (cuyos autores en algunos casos se oponen personalmente a la pena capital) han concluido que cada vez que se ejecuta a un asesino, se disuade de cometer entre 3 y 18 homicidios más. Por mencionar sólo uno de ellos, los profesores Dale Cloninger y Roberto Marchesini, de la Universidad de Houston, estudiaron el efecto de la moratoria a la pena capital declarada en el 2000 por el gobernador de Illinois, George Ryan, y la posterior conmutación de la pena a cada uno de los reclusos en el corredor de la muerte. Resultado: alrededor de 150 asesinatos más en Illinois durante los 48 meses posteriores.

Nueva Jersey no ha ejecutado a nadie desde 1963, así que la nueva ley será en gran medida simbólica. Pero no hay nada de simbólico en toda la sangre derramada desde que se abandonó la pena capital hace 44 años. En 1963 hubo 181 homicidios en Nueva Jersey. Antes de 1970, la cifra anual de fallecidos en crímenes violentos había superado los 400, y antes de 1980 alcanzaba los 500. La cifra ha fluctuado, pero funcionarios del estado calcularon en el 2002 que, de media, cada 25 horas y 41 minutos se comete un asesinato en Nueva Jersey.

Mientras la tasa de homicidios ha disminuido modestamente por todo el país desde el 2000, "en Jersey ha crecido bruscamente un 44%, pasando de 3,4 crímenes por cada 100.000 habitantes a 4,9", escribe Steven Malanga, del Manhattan Institute. "El incremento en los homicidios de Jersey ha sido el sexto más elevado del país".

Eso podría explicar el motivo por el que el 53% de los residentes del estado se oponen a la eliminación de la pena capital, según la nueva encuesta Quinnipiac, mientras que el 78% prefiere conservarla sólo para los "casos más violentos". Quizá capten la verdad que los políticos de Trenton esquivan con tanto éxito: cuando no hay pena capital, mueren más víctimas inocentes.

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