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Michelle Malkin

Los Clinton en crisis

Se necesitó el curso de una vida de mentiras, engaños, hipocresía y descaradas tomas de poder para que se desintegraran las fachadas políticas de Bill y Hillary. Pero ahora por fin, su vacío interior ha quedado al descubierto por completo.

No permita que la vuelta de la "Comeback gal" le engañe. A pesar del inesperadamente reñido final de New Hampshire, la campaña de Hillary Clinton sigue en horas bajas. Y la búsqueda de culpables por parte de los Clinton para las primarias del Granite State ha dejado una huella indeleble. Es culpa de los medios. Es culpa del sexismo. Es culpa de la gigantesca conspiración de la derecha. Oh, y es culpa de usted, que se rió a carcajadas cuando ella intentaba robar a Barack Obama el mantra del "cambio", mientras se rodeaba en el escenario de mohosas figuras políticas chapadas a la antigua, como Madeleine Albright, Wesley Clark o James Carville. Ver la "pérdida de control" de la Clinton antes de los comicios no fue tanto ver un cristal romperse en pedazos como ver fundirse la cera a fuego lento y constante.

Se necesitó el curso de una vida de mentiras, engaños, hipocresía y descaradas tomas de poder para que se desintegraran las fachadas políticas de Bill y Hillary. Pero ahora por fin, su vacío interior ha quedado al descubierto por completo.

Muchos apuntarán al numerito lacrimoso de Hillary en una concentración en Portsmouth como un momento decisivo. A la baja en las encuestas y afrontando una derrota inminente, la que era hasta la fecha contraria a mostrar sus emociones en público, abría el grifo e interpretaba a una damisela en apuros: "No es fácil, y no lo podría hacer si no creyera apasionadamente que es lo correcto a hacer. Ya sabe, tengo tantas oportunidades de este país. Simplemente no quiero ver que nos damos el trastazo, ¿sabe?"

La voz inflexible –infame por lanzar blasfemias a los miembros de la plantilla, los efectivos militares y su desacreditada labor del servicio secreto, dar berridos a la administración Bush y a Rush Limbaugh e imitar una ronca voz sureña– se tornaba emocionada: "Ya sabe, para mí esto es muy personal. No es solamente político; no es solamente público. Veo lo que está sucediendo, y tenemos que darle la vuelta". Insertar sentidas pausas y pérdidas de la voz según indique el guión. Hasta la vista, heroína feminista. Hola, plañidera. Cualquiera que crea que Hillary rompió a llorar espontáneamente y se puso emotiva en plena campaña electoral lleva las tres últimas décadas en coma.

La diarrea verbal de Bill Clinton no ayudó. Atacaba a los reporteros por situar a su desdichada esposa en "una desventaja enorme" (no importan las incontables portadas de revista con su esposa y la cobertura a lo largo de los años con guante de seda); lamentaba no poderla convertir en algo "más joven, alta y masculina"; y gimoteaba que "los más ricos tienen más derecho a la libre expresión que el resto de nosotros" (no importa su mullido colchón de 100 millones de dólares).

En una infrecuente muestra de tres de cal y una de arena, Bill decía a los estudiantes de Dartmouth, "intenté de verdad convencer a Hillary de dejarme cuando estábamos en la Facultad de Derecho, Dios lo sabe. Yo le decía 'tienes más talento para el servicio público que nadie de mi generación que haya conocido... No debería interponerme en tu camino'. Ella me miró y dijo, ‘oh, Bill, nunca me presentaré a un cargo público’". Ya ve, ha estado mintiendo todo el tiempo.

Algunas semanas después del 11 de Septiembre, en otro momento de crisis en la vida de los Clinton, observaba el sorprendente comportamiento de Hillary durante la intervención del Presidente Bush ante el Congreso. Los americanos de todo el país también observaron su frío comportamiento. James Gale, de Silver Spring, Md., escribía al Washington Post: "Parecía aburrida y falta de interés por momentos, aplaudiendo de manera artificial, y en otros momentos hablaba durante el discurso. Pensé que sus acciones perjudicaban la imagen de los senadores en este difícil momento". La profesora de Atlanta Kathie Larkin escribía al Atlanta Journal-Constitution: "Este es un comportamiento que no aceptaría de mis estudiantes de sexto escuchando a un orador, y habría esperado algo mejor de un adulto procedente de un estado hecho pedazos por la violencia terrorista. Hillary necesita crecer". Observaba yo en aquel momento que la adversidad magnifica los profundos defectos de carácter. Eso no ha cambiado. Y tampoco Hillary.

El corazón no se puede simular. El encanto no se puede simular. Y la humildad no se puede falsificar. El maniquí Hillary lo intentó durante el debate de la ABC News en New Hampshire durante el fin de semana cuando era preguntada acerca de sus posibilidades. "Bueno, eso hiere mis sentimientos", ronroneaba tímidamente en una falsa muestra de sinceridad.

Aquí hay un problema: los Clinton están demasiado empapados de la política de los derechos autoproclamados para quitarse la máscara de manera creíble. Sentada junto a un rival que le ha robado la fuerza progresista y que podría hacer historia como el primer presidente negro de la nación, Hillary no pudo evitar afirmar: "soy un agente de cambio, represento el cambio. Creo que tener a la primera presidenta es un cambio enorme".

No puede tolerar que alguien sea más políticamente correcto que ella. Se supone que éste iba a ser su año. Su triunfo. Su propia historia. Tal vez algunas de esas lágrimas que caían de sus ojos fueran reales después de todo. Cuente con más mientras esta reñida carrera –una carrera que ella pensaba que iba a ser un paseo– continúa.

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