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Walter Williams

El disparate del paquete de estímulo

Los detalles de los distintos paquetes de estímulo no son tan importantes como saber de dónde sale el dinero. Puede jugarse el cuello a que no procede de Papá Noel o del Ratoncito Pérez.

Algunos aspirantes presidenciales demócratas y republicanos vienen anunciando el apocalipsis económico, la desaparición de la clase media y el fracaso de la industria sanitaria. ¿Cuál es su solución? La respuesta corta es darles a ellos más control sobre nuestras vidas. El escritor político satírico de Baltimore, el difunto H. L. Mencken, explicaba esta estrategia diciendo: "El objetivo entero de la política en la práctica es mantener alarmado al populacho, que pedirá a gritos ser conducido a la seguridad, y amenazarlo por medio de una serie incesante de monstruos, todos ellos imaginarios”. Esta vez, la aterradora criatura es la amenaza de una inminente recesión, aun si no está en absoluto claro que la economía norteamericana se encuentre en ese estado. Para esquivarla, los políticos, incluyendo al presidente Bush, están impulsando un paquete de estímulo.

Antes de que hablemos sobre paquetes de estímulo, dejemos clara una cosa desde el principio: ¿existe alguna prueba de la existencia de Papá Noel o del Ratoncito Pérez? La mayor parte de los adultos respondería que no y me preguntaría: “Williams, el asunto este de la economía es importante. ¿Por qué hablas de tonterías como Papás Noel o el Ratoncito Pérez?" El motivo es muy simple. Veámoslo.

La propuesta de la Casa Blanca es conceder a particulares y familias rebajas fiscales que oscilan respectivamente entre los 800 y los 1.600 dólares. Los demócratas del Congreso quieren, además de la reducción de impuestos, un plan de estímulo que se centre en los pobres a través de incrementos en los bonos de comida y en las prestaciones por desempleo. Los detalles de los distintos paquetes de estímulo no son tan importantes como saber de dónde sale el dinero. Puede jugarse el cuello a que no procede de Papá Noel o del Ratoncito Pérez.

Hay tres maneras de obtener dinero público para un paquete de estímulo. Impuestos, deuda y depreciación de la divisa aumentando la circulación monetaria. Si el gobierno sube los impuestos para redistribuir, una persona es estimulada a expensas de otra que paga los impuestos, que no sólo no es estimulada sino que dispone de menos dinero para gastar. Si el Gobierno pide prestado, es la misma historia. Esta vez la persona sin estimular es el prestamista, que tiene menos dinero disponible. Si el Gobierno saca dinero a circulación, los acreedores primero, y después todo el mundo, disponen de menos capacidad de gasto. Como decía mi colega Russell Roberts en un programa de la radio pública, "es como sacar un cubo de agua de la parte más honda de una piscina y vaciarlo en la que no cubre. Fíjese qué cosa más rara: la zona que no cubre no aumenta de profundidad."

Si nos encaminamos a una recesión, estos paquetes de estímulo propuestos no supondrán ninguna diferencia. Las experiencias previas han demostrado primero que se tarda mucho tiempo en promulgar una ley fiscal, de modo que cuando entra en vigor es demasiado tarde para evitar una recesión; y segundo que mucha gente dedica al ahorro una gran parte de cualquier rebaja fiscal. Una medida más importante que el Congreso puede tomar para fomentar una economía sana es garantizar que las rebajas fiscales de 2003 no expiren en 2010, según lo previsto. De no ser así, en 2010 habrá 15 impuestos distintos listos para subir, lo que costará a los americanos 200.000 millones de dólares al año. A las repercusiones económicas de esta subida de impuestos hay que sumarle los efectos desalentadores que producirán las medidas preventivas que los americanos tomarán ante aquélla. Según los economistas Tracy Foertsch y Ralph Rector, convertir la bajada del año 2003 en permanente sumaría anualmente 76.000 millones de dólares al PIB, crearía 709.000 puestos de trabajo y añadiría 200.000 millones de dólares a la renta personal.

La exigencia de paquetes de estímulo económico supone el triunfo de la arrogancia política sobre el sentido común. Los Estados Unidos son una gigantesca economía de 14 billones de dólares. El tamaño de los paquetes de estímulo propuestos oscila entre los 150.000 y los 200.000 millones, es decir, entre el 1 y el 2% de nuestro PIB. Una gota en un cubo cuyos efectos serán probablemente pocos o ninguno. El Congreso debería centrarse en medidas que creen mayores incentivos productivos a largo plazo, tales como la reducción de los impuestos a los empresarios, a las sociedades y a las personas físicas, así como la desregulación económica.

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