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EDITORIAL

El pisito

Bermejo tiene ante sí lo que debería ser el final de su breve carrera política aunque él, en su infinita arrogancia, no lo vea de ese modo.

Pocos casos reflejan mejor la desvergüenza e improvisación constantes en el Gobierno Zapatero que el de la tristemente famosa reforma en la segunda vivienda del ministro Bermejo. Desde que, hace apenas una semana, el diario El Mundo anunciase que el ministro de Justicia se había gastado 250.000 euros en las obras de acondicionamiento de su piso oficial, las idas y las venidas, las diferentes versiones y la confusión entre unos y otros se ha apoderado del Gobierno y del partido que lo sustenta.

Parece fuera de toda lógica que, como ya apuntamos aquí, un alto cargo que vive en Pozuelo de Alarcón, localidad residencial limítrofe con la capital, precise de una vivienda a cuenta del erario público en el centro de Madrid. La primera coartada fue el dispositivo seguridad que, según explicaron, es más fácil de desplegar en la céntrica plaza de España que en el plácido y despejado Pozuelo. Los hechos, sin embargo, se contradicen con esta afirmación. En Pozuelo, uno de los municipios más caros de España, viven actualmente desde ex presidentes de Gobierno como Felipe González a jueces estrella como Baltasar Garzón. Todos, naturalmente, con su cohorte de escoltas y coches oficiales.

Desautorizado el primer pretexto por la realidad, la disputa fue descendiendo de nivel y hasta la anterior inquilina del inmueble, la extremeña María Antonia Trujillo, se vio envuelta en el rifirrafe. El Gobierno, con Zapatero a la cabeza, defendió a capa y espada a su miembro más radical y sectario, mientras el protagonista de todo el entuerto permanecía callado y sin dar señales de vida. Entretanto hemos ido descubriendo que la obra se realizó sin pedir los permisos pertinentes en el Ayuntamiento, o que Bermejo se había gastado en la reforma el doble por metro cuadrado que lo permitido por ley para construir una VPO. Cuando, casi una semana después de estallar el escándalo, el ministro se ha dignado a dar explicaciones, lo ha hecho de un modo tan cínico y chulesco que, lejos de aclarar el asunto, lo ha enredado aun más.

Si el piso estaba en tan mal estado, ¿por qué la ex ministra y su hijo lo habitaron durante tres largos años sin quejarse jamás de las condiciones del mismo? Dice Bermejo que el motivo de la reforma fue una simple infiltración de agua, ¿cómo es posible que una reparación menor en la terraza haya salido por la friolera de 42 millones de pesetas, es decir, una cifra mayor que la hipoteca de muchas casas? Bermejo tiene ante sí lo que debería ser el final de su breve carrera política aunque él, en su infinita arrogancia, no lo vea de ese modo.

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