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José Enrique Rosendo

González y Güemes

No sé si los manifestantes que increparon a González y a Güemes son socialistas de carné, pero lo que nadie puede cuestionarse ya es que este tipo de agresiones se han generalizado con el denominador común de que las víctimas son siempre del mismo bando.

El rosario de agresiones que están sufriendo los dirigentes políticos del Partido Popular y de UPD parece no tener fin. Ahora ha sido el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, y el consejero de Sanidad, Juan José Güemes, quienes han paladeado otra dosis de proteína social cuando iban de visita a un nuevo hospital que prestará servicios en una ciudad madrileña gobernada por el PSOE.

Resulta curioso que estos ataques constantes procedan de quienes se autodefinen como moderados, modernos y demócratas de toda la vida y además se permiten el lujo de repartir carnés de fascistas a los demás. El propio Partido Socialista, el mismo día de esta enésima agresión, difundía un vídeo en el que un actor escenificaba a un joven que recorría más de trescientos kilómetros con el único objeto de llevar a su madre a votar, "aunque sea al PP". Nunca confrontar la propaganda política con la realidad ha producido un resultado tan gigantesco de vergonzoso cinismo.

No sé si los manifestantes que increparon a González y a Güemes son o no socialistas de carné, pero lo que nadie puede cuestionarse ya es que este tipo de agresiones se han generalizado con el denominador común de que las víctimas son siempre del mismo bando. Y que en el fondo vienen, como ha reconocido en Libertad Digital TV el propio González, a cumplir aquel deseo de Zapatero de tensionar cuanto sea posible la campaña electoral, para movilizar así el voto más radical de la izquierda, que en la actual coyuntura y como sucediera en las elecciones de hace cuatro años, parece determinante para la victoria socialista.

A ello hay que añadir el silencio, silencio cómplice, de quienes nos gobiernan y cuya primera función debiera ser garantizar no sólo la limpieza del proceso electoral, sin coacciones de cualquier tipo a ninguno de los contendientes, sino el derecho elemental y básico a que la gente, incluyendo a los dirigentes políticos, puedan pasear por las calles o por los pasillos universitarios con libertad y tranquilidad.

Claro que esto último nos lleva a otra consideración. ¿Quién nos está gobernando hoy? ¿Han echado ustedes un vistazo a la agenda electoral del presidente, de la vicepresidenta y de los señores ministros? Es imposible que puedan atender a las cuestiones de Estado, porque sus exigencias electorales han quedado priorizadas por sobre las responsabilidades institucionales que, aunque en funciones, aún les obligan. ¡Qué lejos estamos de aquel Adolfo Suárez de 1977 que no dio un solo mitin porque tenía que seguir siendo el presidente de todos los españoles!

Así estamos: con una crisis evidente que el Gobierno no reconoce por imperativo electoral y con unos políticos dedicados a pegar carteles y dar mítines en vez de afrontar soluciones a la deteriorada situación del país, tanto en términos económicos como de orden público. Con un sector ideológico de este país radicalizado en plan casi batasuno, coartando la libertad del adversario. Y después de las elecciones, tras estas lamentables y generalizadas actitudes, ¿será o no más fácil la convivencia entre los españoles? ¡Cuántas irresponsabilidades!

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