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Charles Krauthammer

Obama ha resultado ser lo mismo de siempre

¿Acaso no percibe la diferencia moral entre la expresión ocasional y privada de los prejuicios típicos del tiempo que a uno le toca vivir y el uso de un medio público para propagar mentiras y odio raciales?

La ventaja de dar un discurso está en que no sólo proporcionas respuestas, sino que planteas tú mismo las preguntas. "¿Le oí alguna vez hacer comentarios que pudieran considerarse polémicos mientras estaba sentado en la iglesia? Sí". Eso dijo Barack Obama en su discurso de Filadelfia acerca de su pastor, amigo, mentor y director espiritual durante 20 años, Jeremiah Wright.

Una interesante admisión, aunque venga un poco tarde. Sin embargo, la pregunta más importante es: ¿qué comentarios "polémicos" escuchó? ¿Se refiere a la afirmación de Wright emitida desde el púlpito de que el Gobierno de los Estados Unidos inventó el virus del sida "como medio de genocidio contra las personas de color"? ¿Tal vez el aserto de que Estados Unidos era moralmente responsable del 11 de Septiembre ("a todo cerdo le llega su San Martín") debido entre otros crímenes a Hiroshima y Nagasaki? Obama dice que ese día faltó a la iglesia ¿Acaso nunca se enteró de lo que había dicho su guía espiritual? ¿Y qué hay de la acusación de que el Gobierno de los Estados Unidos (el de Franklin Roosevelt, caso de que le importe) sabía lo de Pearl Harbor pero mintió? ¿Y lo de que el Estado proporciona drogas a los negros, presuntamente para esclavizarlos y encarcelarlos?

Obama condena tales comentarios por erróneos y por causar división entre los estadounidenses para formular a continuación la siguiente pregunta: "Sin duda habrá a quien no le basten mis comentarios de condena. ¿Por qué me asocié con el reverendo Wright en primer lugar?, se preguntarán. ¿Por qué no fui a otra iglesia?"

Pero esa no es la pregunta. La pregunta es: ¿por qué no abandonó esa iglesia? ¿Por qué no abandonó, por qué no lo abandona incluso hoy, a un pastor que brama desde el púlpito no una, sino tres veces, en un DVD que el templo vende con orgullo, "Dios maldiga a América"? El discurso de cinco mil palabras de Obama, aclamado como la gran reflexión sobre la raza, es poco más que una justificación elegantemente redactada, aparentemente profunda pero falaz, de una conducta escandalosa. Su defensa descansa sobre dos proposiciones centrales: la equivalencia moral y la culpabilidad de los blancos.

Empecemos por la equivalencia moral. Cierto es, dice Obama, que tenemos a Wright, pero en el otro "extremo del espectro" están Geraldine Ferraro, los detractores de la discriminación positiva y su propia abuela blanca, "que en una ocasión confesó su temor a los negros que pasaban junto a ella por la calle, y que en más de una ocasión utilizó estereotipos raciales o étnicos que me hacían estremecer". ¿Acaso los proclamaba en un concurrido aforo para incitar, enfurecer y envenenar a los demás?

"No puedo repudiar más (a Wright) de lo que puedo repudiar a mi abuela blanca". ¿Pero cuál fue exactamente la ofensa de la abuelita? El mismísimo Jesse Jackson admitió una vez el miedo que sentía cuando veía pasar a un negro por la calle. Y todo el mundo sabía que en privado Harry Truman usaba ciertos epítetos poco apropiados para referirse a los negros y los judíos. No obstante, es reverenciado por haber abolido la segregación en las Fuerzas Armadas y haber reconocido el primer estado judío desde los tiempos de Jesucristo. Él nunca propagó el odio racial. Tampoco la abuelita de Obama, a pesar de que su nieto la compare con Wright. ¿Acaso no percibe la diferencia moral entre la expresión ocasional y privada de los prejuicios típicos del tiempo que a uno le toca vivir y el uso de un medio público para propagar mentiras y odio raciales?

La otra línea de defensa es la culpabilidad de los blancos. El propósito de Obama en el discurso era poner las atrocidades de Wright en contexto. Por contexto, Obama se refiere a la historia. Y por historia, se refiere a la historia del racismo blanco. Dice: "No necesitamos recitar la historia de la injusticia racial en este país", y luego hace exactamente eso. ¿Y qué aparece al final de su perorata sobre la larga retahíla de ataques raciales blancos, desde la esclavitud a la discriminación laboral? Jeremiah Wright, por supuesto.

Este análisis contextualizado del veneno de Wright, esta justificación del discurso de odio negro como producto del racismo blanco no es cosa nueva. Es la misma política de agravios raciales de Jesse Jackson, sólo que expresada con la dicción de la Ivy League y los matices de la Facultad de Derecho de Harvard. Éste es el motivo de que su discurso hiciera desmayar de éxtasis a los tertulianos progres: les inundó de culpa racial al tiempo que adulaba sus pretensiones intelectuales. Una fórmula imbatible.

Bien, de acuerdo, pero se suponía que Obama iba a ser novedoso, o al menos él se promociona a sí mismo como el hombre del futuro, alguien que trasciende la cólera del pasado representada por su adorado pastor y que luego interpreta una feliz rapsodia a propósito de la esperanza que su campaña supone para la nueva conciencia de los jóvenes.

Entonces responda a esto, senador: si Wright es un hombre del pasado, ¿por qué expone usted a sus hijos a su corrosivo discurso? Wright es un hombre que maldecía a Estados Unidos y proclamaba su satisfacción moral por la muerte de 3.000 inocentes cuando sus cadáveres aún estaban siendo buscados en la Zona Cero. No eran sólo los feligreses más ancianos los que se levantaban, animaban y rugían de emocionada aprobación ante las diatribas de Wright, sino también los jóvenes. ¿Por qué donó usted 22.500 dólares hace apenas dos años a un templo dirigido por un hombre del pasado que infecta a las generaciones más jóvenes con exactamente las mismas posturas raciales y la animadversión para cuya superación dice usted haber llegado?

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