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Jeff Jacoby

El doble rasero de Obama

Un doble rasero tan escandaloso suscita dudas del carácter y el juicio de Obama, y de su actitud para el papel de curandero que trasciende la paz.

Hace más de veinte años conozco a mi rabino. La sinagoga de la que es líder espiritual es a la misma a la que vengo asistiendo durante un cuarto de siglo. Ofició mi boda y estuvo presente en la circuncisión de cada una de mis hijos. A lo largo de los años, he buscado su consejo en asuntos privados y públicos, religiosos y seculares. Le he escuchado hablar desde el púlpito en más ocasiones de las que puedo recordar.

Mi relación con mi rabino, en otras palabras, es muy parecida en muchos aspectos a la relación de Barack Obama con su veterano pastor, el reverendo Jeremiah A. Wright Jr. Pero si el rabino empezara a dar sermones tan tóxicos, llenos de odio y antiamericanos como las diatribas que ha predicado Wright en la Iglesia Unificada de la Trinidad de Cristo de Chicago, no dudaría en exigir que fuera despedido.

Si mi rabino predicase que Estados Unidos recibió con el 11 de Septiembre una cucharada de su propia medicina, o afirmase que el Gobierno de los Estados Unidos inventó el sida como instrumento de genocidio, o invitase a sus fieles a cantar Dios maldiga a América en lugar de Dios bendiga a América, tendría noticias de ello casi inmediatamente, incluso aunque no hubiera estado presente en el templo mientras hablaba. La noticia se habría difundido rápidamente por toda la congregación, y en un plazo muy corto sucederían dos cosas: o el rabino se iría, o cantidades significativas de fieles incluyéndome a mí abandonaríamos el templo, reticentes a permanecer en una casa de oración que tolerase unas enseñanzas tan venenosas. No tengo duda de que lo mismo se puede decir en el caso de millones de fieles de incontables templos en toda la nación.

Pero no se puede decir de Obama, cuya larga relación de admiración con Wright, un hombre al que describe como "su mentor", permaneció intacta durante más de 20 años, al margen de los incendiarios y racistas mensajes que el ministro religioso promovía utilizando su púlpito.

Obama dio la semana pasada en Filadelfia un elegante discurso sobre los temas de la raza y la unidad en la vida norteamericana. Gran parte de lo que dijo fue elocuente e ilusionante, especialmente su canto de apertura a los Fundadores y la Constitución; un documento "manchado por el pecado original de la esclavitud de la nación", como dijo, pero también uno "que en su mismo núcleo tenía el ideal de ciudadanía equitativa ante la ley; una Constitución que prometía libertad y justicia a su pueblo y una unión que podría ser y debería ser perfeccionada a lo largo del tiempo". Hubo una referencia al reverendo Martin Luther King Jr., que en su gran discurso Tengo un sueño se detuvo en "las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia" como "un pagaré del que cada americano es heredero”.

El problema de Obama es que Wright, el líder espiritual al que ha apoyado tanto tiempo, no es devoto de King –que en ese mismo discurso advertía contra "beber del cáliz de la amargura y el odio"–, sino del venenoso fanático del odio Louis Farrakhan, a quien la publicación de la Iglesia honró con un premio al trabajo de toda una vida. El problema de Obama, que hace campaña en aras de un mensaje de reconciliación racial, es que ese "mentor" a cuya iglesia se unió y que ha apoyado generosamente con decenas de miles de dólares en donaciones no es discípulo de King, sino de James Cone, el iluminado de una teología "de la liberación negra" que enseña a sus fieles a "aceptar solamente el amor de Dios que participa en la destrucción del enemigo blanco”.

Sobre todo, el problema de Obama es que durante dos décadas su templo espiritual ha venido siendo una iglesia en la que el ministro religioso maldice a Estados Unidos para entusiasta aprobación de la congregación, y hasta que no amenazó con echar a pique sus ambiciones, Obama no encontró por fin el coraje de condenar el odio universal del religioso.

Cuando Don Imus pronunció su infame insulto en la radio del año pasado, Obama cortó por lo sano. Imus debe ser despedido, dijo. "Nadie entre mi personal seguiría trabajando para mí sí hiciera un comentario como este acerca de cualquiera de cualquier grupo étnico".

Cuando llegó el turno de Wright, sin embargo, no fue tan categórico ni de lejos. Oh, él es “como un viejo tío que dice cosas con las que no siempre estoy de acuerdo", explicaba de manera indulgente Obama a un entrevistador. Simplemente "intenta provocar", decía a otro. "No creo que mi iglesia sea particularmente polémica", añadió. Lejos de cortar sus vínculos con Wright, Obama lo convirtió en miembro de su Religious Leadership Committee, una relación que suspendió por fin pocos días antes de su discurso.

Un doble rasero tan escandaloso suscita dudas del carácter y el juicio de Obama, y de su actitud para el papel de curandero que trasciende la paz. El discurso de ayer fue redactado al milímetro, pero deja sin respuesta algunas preguntas problemáticas y serias.

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