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Cristina Losada

La farsa, de marzo a marzo

No es que la historia se repita. Se repite la farsa. Pero asistir dos veces al mismo número y padecer, entremedias, una realidad opuesta a la que dibujaba la retórica, no bastan, por lo que se ve, para caerse del guindo.

Flaca es la memoria en la sociedad de la información, cuando todo está al alcance de la tecla. No hay más que pulsar las adecuadas en estos días finales de marzo de 2008 para arribar a las jornadas finales de marzo de 2004. ¿Y? Las similitudes sobrecogen. La misma noche de las elecciones, Zapatero prometía un "cambio tranquilo". En el comité federal anunció que gobernaría con un "talante nuevo" y sentaba cinco principios virtuosos que resumía en tres palabras: tolerancia, prudencia y generosidad. Pidió humildad y austeridad. Dijo que había llegado la hora de un Gobierno que respetara a los ciudadanos y a los adversarios. ¡Sobre todo! Subrayó que todas las opiniones tenían derecho a ser expresadas y todas debían ser escuchadas. ¡Menos las que había que acallar! El futuro, afirmó para alegría de los bienpensantes, iba a vertebrarse en torno al diálogo, el consenso y la participación.

Cuatro años después, se representa la misma comedia. Agotado el elixir del "talante", Zapatero promete el fin de "la crispación". Insta a derrocar (sic) en esta legislatura la confrontación y los insultos. ¡Ese subconsciente! Quiere que los suyos den ejemplo de diálogo y lleguen a acuerdos con todos los partidos. Propone pactos en "temas vitales". Desea un "entendimiento sincero y noble" contra ETA para conseguir el "final absoluto" (¿hay un final relativo?) de la "violencia". En marzo de 2004, su partido hablaba aún de derrotar el terrorismo. Tras un comunicado de la banda, decía Rodolfo Ares: "No hay ninguna posibilidad de diálogo, sólo vale la derrota del terror". La negociación ya estaba a punto de salir de la incubadora. Un titular de entonces aparecía casi idéntico estos días: El PSOE ofrece reformar el Estatuto si el PNV retira el Plan Ibarretxe.

No es que la historia se repita. Se repite la farsa. Pero asistir dos veces al mismo número y padecer, entremedias, una realidad opuesta a la que dibujaba la retórica, no bastan, por lo que se ve, para caerse del guindo. El más nimio cambio en el elenco de la obra, la sutil alteración de un decorado, la novedad de un gesto, se toman por presagios de un espectáculo distinto. Se confía en correcciones de rumbo, en la experiencia que ha acumulado Zapatero. ¿Y la experiencia acumulada sobre su conducta? Es más, no hay que ir muy lejos. Al tiempo que el presidente proponía derrocar (sic) los insultos, su partido hacía circular un argumentario con acusaciones a la oposición de grueso y grosero calibre. El doble juego conocido.

Hay un factor, sin embargo, que permite pronosticar novedad en las artimañas. El zapaterismo no ha conseguido la marginalización del adversario. La artillería de la "derecha extrema" no abrió todos los boquetes deseados. Lo que no se consiguió por la fuerza, puede intentarse con maniobras seductoras. Ahora, cuando la guardia está baja. Cuando se huele el cansancio.

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