La crisis entre Ecuador y Colombia tiene para rato: hay intereses para mantenerla viva e incapacidad de la OEA para solucionarla; además, tenemos las revelaciones de los computadores que pertenecían al comandante Reyes, la segunda jerarquía de las FARC, con pistas sobre sus ramificaciones internacionales.
Sus discos duros han permitido ubicar a miembros de ese grupo armado en varios países latinoamericanos, algunos recientemente apresados en Perú, incautar medio millón de dólares en Costa Rica, detener al mayor traficante de armas del mundo y revelar contactos de las FARC con venezolanos y ecuatorianos e, incluso, con un asistente de un congresista estadounidense. Otros maleficios e informaciones de esta moderna caja de Pandora seguirán en suspenso hasta que se capture a los terroristas y cómplices comprometidos por los correos electrónicos.
Da la impresión de que Chávez asumió los riesgos de estas revelaciones. Por algo ha tomado distancia del incidente fronterizo y dispuesto la normalización de las relaciones diplomáticas con Colombia. En todo caso, su retirada táctica no significa que renuncie a seguir apoyando a las FARC y continuar con sus intromisiones en otros países.
Al presidente Correa no le conviene una pausa; le interesa más mantener la tensión con Colombia. Ahora abrió un nuevo contencioso por la reciente identificación de un ecuatoriano muerto durante el ataque del ejército colombiano. Así puede seguir capitalizando los dividendos políticos de este incidente para las próximas elecciones previstas por la Asamblea Constituyente ecuatoriana. No hay pueblo que no se sume a sus gobernantes cuando hay una violación territorial.
El presidente Uribe ha reaccionado con grandeza y ha firmado un decreto que permite la liberación de terroristas presos a cambio de la libertad de Ingrid Betancourt, secuestrada por las FARC.