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José Antonio Martínez-Abarca

59 segundos de honradez... y ni 100 años más

¿Acaso no es verdad, señor Zapatero, que lo del paro sólo es un repunte apenas perceptible, la puntita nada más, que ni siquiera es pecado, y que pronto de nuevo subirá el empleo contra lo que dicen los antipatriotas, porque el empleo es obediente?

El solemne escenario para la entrevista prosternada al presidente del Gobierno, colocado en el Aula Magna (nima) de la Universidad Complutense, donde toda videncia tiene su asiento en este tiempo de profetas, fue preparado con cuidado y revisado por los sacerdotes del Culto Débil debidamente acreditados. Entre penumbras, la luz cenital preparada por los técnicos de TVE caía directamente sobre la esplendente bola de cuarzo que sería leída por José Luis Rodríguez Zapatero, cuyas palabras, dirigidas a un rebaño trémulo, serían las más ansiadas después de aquellas del Así habló Zarathustra. Un alicatado de damero, a losas blancas y negras, fue traído especialmente desde la Gran Logia de la Margen Izquierda del Pisuerga para crear el ambiente propicio a posibles manifestaciones espectrales del auténtico Saber.

En la entrevista a Zapatero, no faltaban ni el compás, ni el mandil, ni la sal ni el mercurio ni el cráneo privilegiado, ni el tercer ojo que todo lo ve (que algunos identificaron con Zerolo), ni el cucurucho de mago usado por Mickey Mouse en aquella película de Disney donde sonaba la telúrica Noche en el monte pelado de Mussorgsky y que fue prestado a nuestro presidente del atrezzo de un restaurante Planet Hollywood.

Los periodistas del muy reverendo Cabildo de la Información Objetiva y de la Preciosísima Sangre de la Profesión Seria fueron formulando sus angustiadas súplicas.

– ¿Acaso no es verdad, señor, ejem, señor Zapatero, que lo del paro sólo es un repunte apenas perceptible, la puntita nada más, que ni siquiera es pecado, y que pronto de nuevo subirá el empleo contra lo que dicen los antipatriotas, porque el empleo es obediente?

– Hablas como los putos sabios. En verdad te digo que tú, pronto, muy pronto, verás prodigios.

– ¿Y acaso no es cierto que usted jamás mintió en la campaña electoral cuando dijo que no tenía constancia ni noticia de ninguna crisis?

– Pues tú así lo has dicho, y así será. Por cierto, tú también verás prodigios pronto, muy pronto, vamos, ya mismo. ¿No tenéis preguntas más dificilillas? Es que sois un amor, de verdad.

– ¡El presidente nos ha bendecido, vosotros lo habéis presenciado! ¿Y cuánto bajarán los precios?

– Una cosa que esté bien, pequeño saltamontes.

– ¡Como yo, lo habéis escuchado! ¡Precios, de rodillas ante la Revelación! ¡Crisis, sierpe inmunda, arrástrate, es quien todo lo puede quien te ordena que salgas de ese cuerpo! – gritó el periodista Calleja, dirigiéndose, mientras se rasga la toga cándida, al público presente y a la audiencia, que estremeció el suelo del país con su unánime "oooooh" admirativo.

De pronto, una voz atronadora surgida desde lo alto, mecida entre cirros y aleteos de ese material del que están hechos los sueños, y que se parece sospechosamente al algodón de azúcar:

– Cincuenta y siete, cincuenta y ocho y... cincuenta y nueve. Tiempo. Lo peor ha pasado, ¿veis qué pronto? Ahora empieza lo bueno. Que no vuelva a faltar de ná. Ya no tenemos por qué tirarnos otro siglo de honradez...

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