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José Enrique Rosendo

Rajoy y el Chikilicuatre

Lo que importa es que, cuando se cierre en serio la crisis, dentro de año y medio, el PP sea en su funcionamiento orgánico un partido ciertamente democrático. Y eso es lo que se juega en Valencia.

Lo que pueda ocurrir en el congreso del PP de junio aún no está escrito. Rajoy se ha empeñado en garabatear el agua en un empeño inútil por imponer un liderazgo por la vía de ignorar las serias dificultades que atraviesa su partido tras perder las pasadas elecciones generales. Y los críticos, que haberlos haylos, a lo que se lee todos los días, son incapaces de articular una alternativa, presos del sistema estatutario del partido.

La refundación sevillana de la castiza Alianza Popular, convertida en PP, supuso el robustecimiento del liderazgo del presidente, entonces José María Aznar, mediante la promulgación de unas normas internas creadas para evitar la pelea de gallos en el corral, como había ocurrido hasta entonces con Manuel Fraga, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Antonio Hernández Mancha, Marcelino Oreja y queimadas varias.

Aquel modelo, imitación sin duda de la dureza orgánica que regía al PSOE desde que solventara tempranamente, en 1980, la dimisión de quita y pon de Felipe Gonzalez, permitió al PP abandonar las banderías ideológicas y el fulanismo de celebridades para encarar una durísima oposición al PSOE, primero, y el acceso a la Moncloa, después.

Aznar se fue tras ocho años de presidente del Gobierno, con sus luces y sus sombras. Y el PP ha perdido, desde entonces, dos elecciones generales. Parece lógico que, tras casi cuatro lustros de aquella refundación, el PP aborde en profundidad las reglas que deben regular su convivencia interna. Y parece imprescindible, además, que lo haga en este próximo congreso, porque Rajoy, aunque sea reelegido presidente, va a partir de tan abajo en el aprecio a su imagen tras todo lo que viene llovido desde marzo, que difícilmente podrá reconstruir una alternativa al partido gobernante.

Quiero decir que si en el ciclo electoral que se cerrará en año y medio, con elecciones gallegas, vascas, europeas y probablemente catalanas, el PP no sale fortalecido, que a día de hoy no lo parece, lo lógico es que la marea de descontentos en ese partido suba hasta niveles que será inevitable que arrastren a la profundidad oceánica a Mariano Rajoy. De ahí que resulte imprescindible garantizar el cambio de reglas internas que permitan la elección de un líder sin digitalizaciones desde la cúpula ni amagos imposibles de quienes quieran postularse por libre, que es el modelo de la refundación sevillana.

El problema del PP no es Mariano Rajoy. O no sólo. El problema es que el PP, que sin duda es un partido que cree sinceramente en la democracia como sistema político, no es sin embargo democrático en su funcionamiento interno. Pasa igual con las demás fuerzas políticas, es cierto. Pero los españoles vimos cómo la sucesión de González, tras el dedazo que supuso Joaquín Almunia, se trató de resolver con unas calamitosas primarias y se resolvió definitivamente con un congreso tan abierto, y aparentemente caótico, como que contó con nada menos que cuatro candidatos a la jefatura del partido. Y ahí están, ocho años en Moncloa.

Así que da igual que el número dos de Rajoy sea Chikilicuatre, aunque eso preocupe a Gustavo de Arístegui. Lo que importa es que, cuando se cierre en serio la crisis, dentro de año y medio, el PP sea en su funcionamiento orgánico un partido ciertamente democrático. Y eso es lo que se juega en Valencia.

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