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Amando de Miguel

Política: el sentido de las palabras

Es un hecho que la tendencia que manda hoy en el sanedrín del Partido Popular es la que le lleva a considerarse de "centro reformista". Pero lo más curioso es que ese rumbo es el que más complace a las personas que no votan al PP.

Pedro José Rodríguez Caparrós contesta a mi pregunta de cómo es que los venezolanos han elegido a un tipo tan impresentable como Hugo Chávez. La respuesta es: "lo mismo que a los españoles nos lleva a reelegir a Zapatero". Y añade resignado: "Últimamente me estoy convenciendo más de que cada nación tiene los políticos que se merece; por desgracia, en este caso, para nosotros [los españoles]". No estoy muy convencido de esa correspondencia, pero algo hay.

Pedro Montes Moya se considera muy escéptico respecto a la posibilidad de una verdadera democracia política en los partidos políticos. En cambio, concederá que "la única democracia que conozco en España es la que se practica en las comunidades de copropietarios de pisos". Tengo mis dudas de que ese sea un verdadero modelo. Precisamente en las comunidades de propietarios (ahorremos el co-) se dan todo tipo de excesos oligárquicos. Supongo que muchos libertarios podrían aportar abundantes ilustraciones al respecto.

José Antonio Martínez Pons se queja de la ignorancia científica que se traduce en algunos letreros públicos. Por ejemplo, "Cacabelos, municipio desnuclearizado" (como si los átomos de ese pueblo no tuvieran núcleo) o un municipio de Mallorca "libre de radiaciones". Es decir, a ese pueblo no llega ni la radio, ni la luz el sol. Otra estupidez: "Yo estoy en contra de la energía nuclear". Concluye don José Antonio: "menos mal que nadie está en contra de la Ley de la gravitación universal". Pero añado que todavía se oye decir que en la Luna no hay gravedad o que los astronautas trabajan con "gravedad cero".

Pedro Manuel Araúz Cimarra (Manzanares de la Mancha, Cuidad Real) comenta que le resulta "escalofriante pensar en las semejanzas entre la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y el PP". La CEDA triunfó en las elecciones de 1933 pero se volatilizó entre la hegemonía izquierdista. En efecto, aunque nada es igual en la Historia, muchas cosas se parecen. El PP actual lleva camino de ser otra "Confederación de Centros Autónomos" (COCEA), pero ahora como farsa. De nada sirvió que ganara las elecciones en 2000 si ahora lo hegemónico es la izquierda aliada con los nacionalistas. Tanto es así que vamos camino de que COCEA sea el partido tutelado por la alianza de la izquierda y el nacionalismo.

José Carlos Martínez Galán (Murcia) manifiesta su desacuerdo con mi idea (y la de tantos otros) de que en política no hay más que izquierda o derecha; no hay verdaderamente centro. En efecto, reitero que eso es así. Son muchas las dicotomías útiles en la vida. Tenemos dos manos, derecha e izquierda. En el paso militar el orden cerrado, el que manda la formación canta: "izquierda, derecha, izquierda". Los imanes y campos magnéticos tienen dos polos: norte y sur. En el tiempo cronológico no hay más que pasado y futuro; el presente es un punto minúsculo o inestable. Cierto es que en casi todas las dicotomías hay un punto neutral, indiferente o ambiguo: el centro, la tierra de nadie. Pero ese punto resulta bastante inestable, como el tiempo presente es la sucesión cronológica. Claro es que en política muchas personas se consideran de "centro", las que "no son ni de derechas ni de izquierdas". Pero, si se rasca un poco, ese sentimiento es vergonzante de la derecha. En la práctica de la vida española actual, sentirse de "centro" equivale a ser una derecha acomplejada, dispuesta a seguir la pauta que marca la izquierda hegemónica. Ese "seguidismo" se nota, por ejemplo, en la querencia a arreglarse con los nacionalistas.

Estoy de acuerdo con don José Carlos en que una persona puede aceptar opiniones que son más bien de derechas y a la vez otras que son más bien de izquierdas. Pero esa misma aparente incongruencia nos dice que, efectivamente, hay maneras de ver el mundo que son constitutivamente de derechas y otras de izquierdas. Esa adscripción varía según la época. En el pasado la izquierda significaba nacionalizar las grandes empresas o aspirar a la idea de "reparto". En la España actual ser de izquierdas quiere decir fundamentalmente odiar a los Estados Unidos, auspiciar los derechos colectivos (y no los individuales), rechazar la idea de nación española y favorecer el gasto público. Uno puede decir que se siente de "centro reformista" y admite esas actitudes propias de la izquierda, pero entonces lo que ocurre es que se mantiene en una posición inestable. Esa persona acabará votando a la izquierda o, en todo caso, apoyará a un partido "centrista" que no se oponga verdaderamente a la izquierda. En España hay muchas personas así y por eso gana la izquierda; no solo en las elecciones sino en los varios aspectos de la vida social y cultural. Eso es lo que se llama hegemonía. La consecuencia es que muchas personas de derechas se sienten avergonzadas de ello y por eso dicen que son de "centro", y lo que es peor, de "centro reformista". En cambio, las personas de izquierdas se sienten orgullosas de serlo, de caminar a favor de los vientos de la Historia que consideran "progresistas".

Es un hecho que la tendencia que manda hoy en el sanedrín del Partido Popular es la que le lleva a considerarse de "centro reformista". Pero lo más curioso es que ese rumbo es el que más complace a las personas que no votan al PP. Ahí es donde se ve la inestabilidad que digo.

Para mí, una idea positiva del centro político es que los diferentes partidos, las distintas mentalidades se moderen, no lleguen a la intolerancia, al fanatismo. Pero esa virtud no debe predicarse solo de la derecha; conviene también y sobre todo a la izquierda. En las democracias consolidadas (empezando por la más antigua, los Estados Unidos) los dos grandes partidos suelen ser igualmente moderados, si se quiere, "centristas" en el sentido que acabo de decir. Pero no se les ocurriría decir que por eso son de "centro" a no ser como una añagaza para rascar votos. Claro que la España política no es una democracia consolidada.

El razonamiento anterior sirve al menos para demostrar que en la cuestión política es fundamental el sentido y uso de las palabras. Lo digo para los machacas que me dicen una y otra vez que trate aquí cuestiones lingüísticas y no políticas. Es muy difícil que pueda yo aceptar esa exclusión, más que nada porque son muchos los libertarios que me escriben sobre materia política.

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