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Manuel Ayau

El error de gravar las rentas altas

Allí descubrimos una cruel ironía: sufre más el consumo del pobre (su salario) debido al impuesto sobre la renta que no paga de lo que sufriría con un moderado impuesto al consumo.

Se acostumbra clasificar los impuestos en directos (a los ingresos) e indirectos (al consumo). Los adjetivos directo e indirecto se refieren al ingreso de la persona y reflejan una curiosidad fiscal de nuestros tiempos. Se supone que los impuestos indirectos, como el IVA, dañan más a los pobres que a los ricos, porque reducen el poder de compra de sus salarios y, en cambio, los impuestos directos como el Impuesto Sobre la Renta exime a los pobres y recae en los de más altos ingresos. Se considera que por tener mayor capacidad de pago es justo que absorban una mayor carga impositiva para que reducir el efecto de los impuestos sobre el consumo de los más pobres.

Ese razonamiento suena bien, pero es equivocado porque concentra la atención en el corto plazo y soslaya los efectos más graves y duraderos que afectan la capacidad de consumo; es decir, el salario real de los pobres.

Recordemos que quien gana muy poco consume todos sus ingresos y no ahorra nada. A medida que aumentan sus ingresos, primero aumenta la cantidad y calidad de su consumo, luego se muda a un barrio mejor, pero su capacidad de ahorro sigue siendo muy pequeña. No es hasta que sus ingresos son lo suficientemente grandes respecto a lo que acostumbraba a consumir que empieza a ahorrar. Esos ingresos que no se destinan al consumo son la fuente de capital para todas las nuevas inversiones. Cuanto mayor sea el ingreso personal, mayor será el ahorro, y si está sujeto a un impuesto, primero sacrificará el ahorro y después el consumo.

Por lo tanto, un impuesto aplicado a las rentas más altas se paga sacrificando el ahorro, no el consumo; más que impuesto sobre la renta sería más exacto llamarlo impuesto a la capitalización del país, porque quienes lo pagan reducen su capital y no su consumo.

A fin de cuentas, el nivel de salarios lo determina la demanda y la oferta de servicios laborales. Y como sólo el capital demanda mano de obra, si hay menos ahorros (menos capital) más bajos serán los salarios, porque cae la demanda de mano de obra. La consecuencia del impuesto la sufren quienes ven su capacidad de consumo reducida por ese impuesto, debido a que su salario real se verá reducido por el impuesto a los ingresos capitalizables. A esto hay que agregar el hecho, poco comprendido y menos apreciado, que otra función del capital es aumentar la productividad del trabajo, lo cual logra aumentar salarios sin aumentar costos ni precios.

Debido a que el capital se invierte para obtener un rendimiento, ponerle un impuesto al rendimiento tiene el doble efecto de reducir la disponibilidad de inversiones y también el incentivo para realizar nuevas inversiones. Ambos efectos disminuyen la demanda de trabajo y en consecuencia disminuyen los salarios en mayor cuantía de lo que sería con un impuesto al consumo. Y allí descubrimos una cruel ironía: sufre más el consumo del pobre (su salario) debido al impuesto sobre la renta que no paga de lo que sufriría con un moderado impuesto al consumo.

Por último, los ingresos fiscales forman parte del pastel de la producción. Para aumentar el tamaño del pastel y también los ingresos fiscales hace falta más inversión de capital.

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