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José Antonio Martínez-Abarca

Rodríguez Zapatero no es Sandro Pertini

El sobrevenido acceso de forofismo español de Zapatero, que no le permitió comportarse según el cargo que ostenta, lo ha interpretado todo el mundo como la apropiación del trofeo futbolístico como un triunfo político personal

Aunque fue muy publicitado el acceso incontenible de júbilo del presidente italiano Sandro Pertini en aquella final del Mundial 82 conforme la selección italiana de fútbol iba marcando sus goles, no hay que olvidar que la opinión mundial acogió ese detalle de escandalosa desconsideración para con sus compañeros extranjeros de palco (el mismísimo Rey Juan Carlos trataba de calmarlo con risas campechanas, mientras enjugaba las lágrimas de aquél con las solapas de su real traje) con una sonrisa condescendiente porque al final se trataba de un abuelete que apenas podía tenerse en pie y que en una de esas podía quedarse pajarito en el Bernabéu. Es decir, se le perdonó diplomáticamente a Pertini porque al fin y al cabo era un italiano pasional más, pero sobre todo porque estaba a un paso del ataúd (en realidad, y aunque parezca increíble, vivió ocho años más). En esa edad de malas noticias nadie le iba a afear porque recibiera con júbilo una buena.

Sin embargo, el presidente Rodríguez Zapatero no tiene la coartada de la edad, dado que aún es un zagalón, y tampoco la de llevarse una última alegría a la tumba porque la alegría desaforada es su estado natural. Después de saludar como "fracasada" a la canciller alemana Merkel (quien no exteriorizó, elegantemente, el disgusto en toda la noche: todo lo contrario), volvió a hacerse popó sobre el mismo recurrente país en el palco de la final de Viena, en otra hazaña diplomática más del presidente del Gobierno que sólo me puedo explicar que nadie haya comentado en España por la acumulación de acontecimientos de estos días. Me temo que lo de Zapatero, que con traje caro o barato tiene un no sé qué de porte de buitre de cuello pelado, no ha caído tan bien como lo de Pertini. Y tampoco tiene en su poder esa carta blanca de la que usa y a veces abusa el Rey Juan Carlos para dejar bien claro que es un español más, sujeto a las mismas pasiones.

Sobre todo porque el sobrevenido acceso de forofismo español de Zapatero, que no le permitió comportarse según el cargo que ostenta, lo ha interpretado todo el mundo como la apropiación del trofeo futbolístico como un triunfo político personal que oculta un poco de tiempo más una crisis atroz ante la que no piensa hacer nada (al argentino modo) y también una venganza hacia un país, Alemania, que no le cae simpático ni a él ni a su política, como en general le ocurre con los países desarrollados y democráticos y que encima saben cuáles son sus deberes protocolarios en la derrota.

En España

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