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Emilio Campmany

El optimismo como receta

Este es el hombre en cuyas manos estamos: uno que cree que no habrá crisis mientras nos convenzamos de que no la hay, aunque el banco ejecute la hipoteca, perdamos el trabajo y cierre la tienda donde se nos fiaba.

Dice Zapatero que el pesimismo jamás ha servido para crear un solo puesto de trabajo. Es posible. Según él, lo que sirve para crear puestos de trabajo es el optimismo. Vamos, que el optimismo crea más puestos de trabajo que nadie. A la hora de crear empleo, nadie puede competir con una sonrisa, ni siquiera Isidoro Álvarez, que, dicho sea con todos los respetos, es la imagen quintaesenciada del cenizo. Así pues, aquí no hacen falta medidas económicas, liberalizar la economía o recortar los impuestos. Aquí lo que hacen falta son sonrisas.

Dicen los anglosajones que el que posee un martillo ve clavos en todos los problemas, que es una manera muy "anglicana" de decir que todos tendemos a hacer de la necesidad virtud. Pues eso le pasa a ZP, que como lo que le sobran son sonrisas, que las tiene a manos llenas y le salen por las orejas, se ha convencido de que cualquier problema puede arreglarse con una.

Luego, él, tan agnóstico, recurre a la parábola para explicarse y nos pone el ejemplo del que no desea embarcarse cuando observa falta de confianza en el capitán que dirige la nave. En cambio, él, capitán de esta chalupa que se llama España, prefiere mostrarse alegre y confiado para que nosotros, sus pasajeros, nos contagiemos de su alegría y confianza y desoigamos nuestro instinto cuando nos dice que la tormenta que se avecina es de aúpa.

Al parecer, no es la destreza ni la aptitud lo que caracteriza al buen capitán, sino la confianza, aunque no haya motivos para tenerla. Si, subidos a un aeroplano, vemos al comandante de la nave acercarse a la cabina con gafas oscuras, mirando al cielo y tanteando el terreno por el que avanza con un bastón blanco, nada hemos de temer si vemos que su caminar es firme y sus ademanes confiados.

Imagínense a Zapatero capitaneando el Titanic. Ustedes, a bordo, ven desde cubierta que el barco se dirige directamente contra un iceberg. Vuelven sus ojos al puente de mando y contemplan al capitán sonriendo mientras departe alegremente con los oficiales. Luego, Zapatero les dice que no hay motivo de alarma y que, si no le creen, vean lo tranquilo y confiado que él está. ¿Qué pensarían ustedes?

Este es el hombre en cuyas manos estamos: uno que cree que no habrá crisis mientras nos convenzamos de que no la hay, aunque el banco ejecute la hipoteca, perdamos el trabajo y cierre la tienda donde se nos fiaba porque, si sucumbimos a la tentación de reconocer la crisis, será todavía peor. Es verdad que, a veces, creer equivocadamente en la existencia de la causa ayuda a que se produzcan sus efectos. Pero la verdad es que, casi siempre, los efectos se dan porque hay una causa real que los produce.

También es cierto que algunos problemas no tienen solución. Pero, la tengan o no, nunca se resolverán sin afrontarlos. Y, para hacerlo, lo primero que hace falta es reconocer su existencia y magnitud.

Creo que nos sentiríamos más tranquilos si, en vez de ver a un Zapatero siempre sonriente, contempláramos a otro que, agarrado al timón, se afanara en hacer virar el barco para tratar de esquivar el obstáculo. Pero, eso sería pedir peras al olmo o, como decía El Gallo con más gracia, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

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