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Juan Carlos Girauta

Congresos catalanes

Los socialistas ostentan todos los niveles de poder que afectan a un catalán, y los medios se han rendido a la evidencia. El último elemento decorativo para disipar cualquier recelo era la aceptación de Cataluña como nación.

El de la Esquerra presentó formas más plurales que los siguientes gracias al carácter asambleario de la formación. Los partidos españoles están lejos de cumplir las exigencias constitucionales de estructura y funcionamiento interno democráticos. Subyacieron dos grandes cuestiones, una de liderazgo y otra táctica: una, quién será el candidato independentista a la presidencia de la Generalidad (papel que ansía Carod, aun dejando de ser cabeza orgánica); dos, qué hay que hacer con el tripartito: romperlo ya o mantenerlo vivo, es decir, forzar elecciones anticipadas o unir definitivamente su suerte a la del PSC a riesgo de que este siga ganando votos (millón y medio obtuvo en generales) y los republicanos sigan perdiéndolos (con menos de trescientos mil se quedaron).

El del PPC fue un desastre sin paliativos. Una larga campaña interna enfrentó a dos hombres con grandes diferencias personales e insignificantes diferencias ideológicas. Juntos representaban a la inmensa mayoría del partido, quedando la alternativa Nebrera como un insignificante peligro. Y entonces, en el último momento, llegó la cacicada de Génova, la imposición de una candidata que tuvieron la humorada de llamar "de consenso". Daniel Sirera se lo pensó un poco más que Fernández, pero acabó cometiendo el error de ceder tras insoportable presión del aparato nacional. Muchos de sus partidarios no le siguieron, abuchearon a Ana Mato junto con los nebreristas y, a la hora votar, o no aparecieron o lo hicieron por aquella candidata que, de insignificante, pasó a reunir más del cuarenta por ciento de apoyos.

El de Convergència fue un congreso a la búlgara, con porcentajes vergonzosos cercanos al 100 % para el candidato, pese a algún voto de castigo a su equipo. Lo más significativo fue el esfuerzo por conciliar lo inconciliable: se postuló un Estado propio y a la vez, se renunció a él. El "soberanismo no independentista" de la formación es una contradicción en los términos. Soberanismo viene de soberanía, y soberanía implica Estado propio. La razón del imposible cóctel es obvia: tratar de pescar en el caladero de la Esquerra mientras se mantiene la apariencia de "centralidad" y moderación.

El del PSC ha confirmado que la vacua pero obsesiva "centralidad" catalana ya no es de CDC. En generales, los socialistas catalanes obtuvieron más del doble de votos que los convergentes. A la vista de tales resultados, insistir en que se es casa gran del catalanisme, como sigue haciendo Mas, o seguir vendiéndose como el pal de paller de Cataluña mueve a risa. Los socialistas ostentan todos los niveles de poder que afectan a un catalán, y los medios se han rendido a la evidencia. El último elemento decorativo para disipar cualquier recelo era la aceptación de Cataluña como nación, lo que no es nuevo, aunque lo parezca. En mi carné del PSC del año 80 ya venía esa superstición.

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