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Fernando Herrera

Publicidad personalizada: tierra virgen

La personalización, sea de publicidad o de otra cosa, exige conocer algo de información del beneficiario o receptor del servicio. Difícilmente se puede amueblar un salón a medida si no le dejan al diseñador recabar información de su cliente.

Internet como medio publicitario presenta indudables ventajas respecto a los medios de comunicación convencionales. Estas se basan en dos características singulares: interactividad y personalización, ventajas de las que carecen los restantes medios.

Por ejemplo, la televisión, el periódico y la radio pueden transmitir un mensaje a mucha gente. Pero no son capaces de recoger sus reacciones de forma directa, pues presentan una interactividad muy limitada. Además, el mensaje es el mismo para todos los receptores, es imposible por su propia naturaleza personalizarlo.

Una conversación telefónica o una entrevista sí son interactivas y personalizadas. Pero claro, llegan a un solo individuo con cada acto, no a muchos a la vez. Así que Internet combina lo mejor de los dos mundos: interactividad, personalización y acceso a mucha gente.

Lógicamente, las posibilidades que esto abre para los empresarios innovadores son desconocidas y tal vez infinitas. Se avanza constantemente en mejorar la interacción de la publicidad; sin embargo, la personalización de la misma se encuentra con obstáculos muy difíciles de salvar.

Como es de imaginar, la personalización, sea de publicidad o de otra cosa, exige conocer algo de información del beneficiario o receptor del servicio. Difícilmente se puede amueblar un salón a medida si no le dejan al diseñador recabar información de su cliente, sus gustos, preferencias o vivienda. Pues lo mismo ocurre con la publicidad.

El problema es que cuando se trata de recoger este tipo de información, los emprendedores se tropiezan con un montón de defensores del derecho a la intimidad, desde la Comisión Europea hasta el último ayuntamiento, pasando por todo tipo de organizaciones que con la disculpa de salvaguardar nuestros intereses de una inconcreta amenaza, impiden completamente el desarrollo del negocio. Que se lo digan a Google o más recientemente a BT y a Virgin en el Reino Unido, contra los que ya lleva un tiempo la caza de brujas.

No se convencen estos iluminados de que el empresario que quiera hacer legítimamente dinero con un negocio de estas características será el primer interesado en que nuestra intimidad quede suficientemente protegida. Porque, al contrario que las instancias antes enumeradas, este señor se estará jugando su dinero y su futuro en el envite. En el momento en que sus posibles clientes no queden satisfechos de una u otra forma por el manejo de los datos obtenidos, ejercerán sin clemencia su poder para sacarle del mercado.

Cosa que, por cierto, no puede ocurrir si las citadas administraciones, que tanto se preocupan por que otros no manejen nuestros datos, empiezan a manejarlos contra nuestros intereses. Alguien se atrevería a decir que ya lo hacen.

No se puede concretar si esto de la publicidad personalizada supondrá un avance o una pérdida de tiempo, si mejorará nuestra calidad de vida o, por el contrario, nos causará un engorro tras otro. Lo único cierto es que hay gente dispuesta a apostar por su utilidad, gente dispuesta a explorar esta tierra virgen. Desgraciadamente, me huelo que las barreras erigidas en torno a este lugar nos impedirán disfrutar de sus frutos; eso sí, será por nuestro bien.

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