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Thomas Sowell

La generación más chabacana

Siempre hubo petimetres superficiales, pero no siempre han sido admirados o considerados modelos. Que lo sean ahora perjudica a toda la sociedad.

Si nuestra era pudiera tener su propio escudo heráldico, sería un yak sobre un fondo de papilla. Esta debe de ser la edad dorada del charloteo incesante y sin sentido. Cada torneo deportivo parece estar precedido de todo tipo de conversaciones, ya sean por parte de los atletas que repiten los clichés que hemos escuchado un millar de veces, o locutores deportivos que realizan observaciones sociológicas pseudo-profundas, o incluso forofos que divagan sobre incoherencias. Después, tras la competición, vienen las celebraciones infantiles, los futuribles y aún más clichés.

Incluso durante la celebración de un Grand Slam de tenis hay entrevistas a famosos que se encuentran en las gradas por casualidad. Mientras tanto, el juego en la cancha es ignorado por ambas partes, incluso si aparece en las pantallas. La exageración teatral por parte tanto del entrevistador como del famoso es lo común. ¿Alguna vez se les pasa por la cabeza a las cotorras mediáticas que la gente sigue el tenis porque quiere verlo, no escuchar hablar de la película o la serie de televisión más reciente de algún famoso?

Si aquellos que vivieron durante la Segunda Guerra Mundial fueron "la generación más grande," ésta tiene que ser la generación más molesta. No es solamente el constante cotorreo sin sentido lo que molesta, sino además la incesante dramatización. Todo el mundo conoce los peinados de Manny Ramírez. Pero han existido otros muchos melenudos cuyos peinados nunca fueron objeto de atención. ¿Alguien se acuerda del corte de pelo de Ted Williams o del estilo de Mickey Mantle o Hank Aaron? Las personas son recordadas por lo que hicieron, no por el aspecto que tenían.

Los boxeadores y los luchadores son los peores. Las pintas extravagantes y el comportamiento de niño malcriado se han convertido en la norma. Cuando se ven las viejas películas de Joe Louis o Rocky Marciano, se observan adultos que se comportan como tales (en realidad como caballeros). No había ninguna de esas muecas frente al contrincante antes de la lucha o los gritos presuntuosos después, y mucho menos lanzarse reproches durante el combate. En otras palabras, para ser boxeador no hacía falta comportarse como un imbécil.

Cuando en un momento crucial de la World Series de 1947 Joe DiMaggio golpeó una pelota atrapada contra la barrera de los 415 del estadio de los Yankees por un defensa de los Dodger, dio una ligera pata al suelo como gesto de frustración mientras recorría las bases. Fue lo más cercano que DiMaggio estuvo de un estallido emocional. La fotografía de ese momento ha sido mostrada en innumerables ocasiones, precisamente porque era excepcional que DiMaggio fuera tan lejos.

Al igual que otras cosas que han ido a peor en la sociedad americana, el nuevo estilo de dramatización estúpida arrancó en los años 60. Cuando Mohammed Ali se convirtió en campeón de los pesos pesados en 1964, puso fin a la era en la que los boxeadores simplemente hacían su trabajo, recogían su dinero y se iban a casa, normalmente después de unas breves declaraciones.

A lo largo de los años, los jugadores de fútbol americano empezaron a protagonizar elaboradas celebraciones después de cada punto. Los equipos de béisbol desarrollaron rituales pre y post partido. Aunque esta tendencia a la dramatización es visible sobre todo en los deportes, se extiende más allá de este campo.

Los padres ponen a sus hijos nombres nada convencionales. "Mary" [María] perdió su lugar hace mucho hasta casi desaparecer como nombre perennemente más popular para las niñas. Hay un cambio enorme en los nombres que gustan y en los que no. Parece ser que todo el mundo tiene que intentar destacar sobre todos los demás hasta en lo que se refiere al nombre de los hijos.

Al igual que en los deportes, los adictos a la atención superficial han reemplazado a los logros que hablan por sí mismos. En la práctica, la noción entera de logro es rebajada de categoría, por no decir barrida bajo la alfombra.

A la gente que ha alcanzado el éxito se la tilda con frecuencia de "privilegiada", especialmente por parte de aquellos en la esfera intelectual izquierdista. Los logros solían ser una fuente de inspiración para los demás, pero han sido convertidos en un motivo de agravio por parte de aquellos que carecen de meritos comparables. Siempre hubo petimetres superficiales, pero no siempre han sido admirados o considerados modelos. Que lo sean ahora perjudica a toda la sociedad.

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