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Juan Carlos Girauta

La deriva pepera

Vamos comprendiendo lo que les espera a los millones de votantes que desean y exigen firmeza ante el nacionalismo: la más absoluta orfandad política. A algunos huérfanos los adoptará Rosa Díez; otros vagarán errabundos.

Tan peculiar es la cultura democrática de esta nueva derecha, que Mariano Rajoy –regate y bostezo– vio enormes peligros en la confrontación de candidatos a la presidencia del PPC: podía ofrecer una imagen de división. Por eso fabricó su candidatura “de unidad” obteniendo un pan como unas hostias, el congreso más conflictivo en la historia del partido (del partido por la mitad).

Las contradicciones de la presidenta del PPC con los principios que su formación todavía defiende –cada vez con menos convicción– en el plano nacional surgieron desde la primera entrevista. Algo lógico, dado que la máxima preocupación de nuestra candidata “de unidad” y presidenta de separación era caer simpática a La Vanguardia, el medio que había recibido a Sirera llamándole “Chiquito de la Calzada”. Y para caer simpático a La Vanguardia, lo primero que tiene que hacer un miembro del PP es desmarcarse de su partido, con lo que obtiene esas irritantes sonrisas de complacencia que dicen tácitamente (y a veces explícitamente): tú no pareces del PP. ¡Salvada!

No parecer del PP es esencial para habitar la nueva cúpula del PP. No hay más que ver cuánto parecen del PP los relegados. Cuánto lo parecía María San Gil, cuánto Daniel Sirera. Quienes conocen a Rajoy –flojera y tic– remarcan su debilidad por La Vanguardia, con lo que Sánchez Camacho cumple el cometido si los Juliana le perdonan la vida, siendo lo de menos que su rechazo al Manifiesto choque de frente con el modo en que Génova estaba manejando la importante iniciativa amplificada por El Mundo.

“El PP y el BNG podrían entenderse hasta cierto punto”, nos comunica ahora Fraga. El mismo día en que Rajoy –tabaco y bruma– le acaricia asimismo el lomo, zalamero, a los separatistas gallegos. Vamos comprendiendo lo que les espera a los millones de votantes que desean y exigen firmeza ante el nacionalismo: la más absoluta orfandad política. A algunos huérfanos los adoptará Rosa Díez; otros vagarán errabundos.

Antes de que la bestia que acarician les coma la mano, sería muy instructivo que don Manuel el Proteico concretara. ¿En qué podría entenderse el PP con un partido que expulsa a los amigos de Israel por el hecho de serlo, con un partido que se niega a condenar el nazismo? ¿En el antisemitismo? No parece. ¿En la definitiva erradicación del castellano de la vida pública? Quizá en ese punto. Sería al cabo la coronación de un empeño iniciado y desplegado por los populares gallegos.

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