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Georgia, Rusia y el futuro

Los rusos lanzan a sus paramilitares osetios meridionales al ataque de las aldeas georgianas que rodean la capital, Tsjinvali, en lo que parece una campaña de purificación étnica. El ejército georgiano responde inmediatamente.

Respecto a este conflicto hay muchas preferencias personales, pero sólo algo verdaderamente importante. Lo que más interesa siempre al mayor número es aclararse sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos, de acuerdo con los propios criterios, poderosamente determinados por los beneficios o perjuicios ideológicos que el resultado del análisis pueda reportar. Un enfoque que tiene mucho más de moralista que de moral. En esa línea cualquier detalle puede ser decisivo, bien para entender o para agarrarse a él como a un clavo ardiendo.

Entre esos detalles cuenta quién empezó, quién provocó a quién y quién respondió con desmesura. Lo malo es que eso nos introduce en una cadena de derechos y agravios que puede remontarse a siglos y en la que todos los eslabones tienen su relevancia. Ciñéndonos a los sucesos que arrancan del 8 de Agosto, en el momento en que Bush y Putin están presentes en la inauguración de los juegos olímpicos, los rusos lanzan a sus paramilitares osetios meridionales al ataque de las aldeas georgianas que rodean la capital, Tsjinvali, en lo que parece una campaña de purificación étnica. El ejército georgiano responde inmediatamente. Los rusos dicen que se está llevando a cabo una masacre en la capital y se lanzan a su vez a invadir Georgia más allá del territorio de Osetia del Sur. Van a por el desarme de la república mediante la liquidación de todas sus fuerzas. Ocupan territorio, avanzan hacia la capital y bajo su férula se producen numerosos asesinatos de civiles, con independencia de las posibles víctimas involuntarias de los combates. 

Respecto a lo que pasó en torno al día 8 no sabemos nada seguro. Los rusos no permitieron observadores independientes. No dijeron ni una palabra sobre las acciones de los paramilitares que ellos promovían y acusaron a los georgianos de dos mil muertes, lo cual supone el ejercicio de una violencia desmesurada, dadas las escasas horas de que dispusieron. Cuando días después los agentes de Human Rights Watch pudieron investigar y comprobaron sólo 42 víctimas mortales, sin tener seguridad de quienes habían sido los causantes. Si esto es así, lo que han hecho los rusos supondría falsear la verdad en casi 50 veces. Puede que otras afirmaciones rusas contengan el mismo grado de distorsión.

Interesa también, para formarse un juicio ideológico-moral, saber hacia dónde se inclina la balanza democrática, otro asunto vidrioso. Georgia no es un dechado de virtudes democráticas, pero muy posiblemente consiga en este terreno una neta victoria sobre una Rusia en la que el régimen de libertades y el Estado de derecho brillan por su ausencia.

Luego están las cuestiones de derecho internacional. Mucho se ha dicho sobre el mal precedente de la independencia de Kosovo hace pocos meses. Aparte las múltiples diferencias con la Osetia del Sur (para empezar, dos millones contra setenta mil habitantes), ¿alguien puede creerse que el episodio georgiano no habría tenido lugar si se hubiera mantenido el status quo en la provincia balcánica? Mucho más adecuada sería la comparación con Chechenia, con muchos más rasgos a favor de la independencia de ésta. Cierto es que Kosovo suministra otro elemento al argumentario de Putin, pero nada decisivo cuando no se trata más que de pretextos.

Las mil comparaciones que se han hecho estos días nos proporcionan términos de referencia escorados fuertemente hacia el género épico. Es los Sudetes en el 38, la invasión de Polonia en el 39, Hungría en el 56, Praga en el 68, Afganistán en el 79. De todo hay un poco. Ha habido también un interesante repaso de los pecados de acción y omisión de Occidente que han conducido a este desgraciado episodio. Estados Unidos y la OTAN en conjunto habrían, para algunos, maltratado a la pobre Rusia tras la disolución de la Unión Soviética. ¡Si sólo se le hubiera dejado violar los derechos de sus vecinos más inmediatos se habría avenido a tratar con mayor delicadeza a los que están un poco más lejos! El último ejemplo de lecciones contradictorias a extraer de todo lo que se hace o se deja de hacer se sitúa en la cumbre de OTAN a comienzos del pasado Abril: Si se hubiera aceptado la candidatura de Georgia, Putin no se habría atrevido. Lo contrario es igualmente plausible: Putin habría acelerado su respuesta. Más aún, como se reconoció que algún día Georgia podría ser aceptada, eso fue ya provocación intolerable para el Kremlin.

Todo muy interesante y relativamente secundario. Los detalles se esfumarán en el olvido, una alteración de los mismos no habría cambiado sustancialmente los acontecimientos. Lo sucedido es un hito en la posguerra fría, una fecha histórica en la conformación del sistema internacional que se nos viene encima y en el que Rusia y China, grandes potencias autocráticas y capitalistas con notable apoyo de sus poblaciones, atraídas por la elevación de su nivel de vida e impulsadas por intensos sentimientos patrióticos y escaso aprecio por los derechos humanos, tratan de modificar las reglas internacionales en su beneficio, barriendo obstáculos a su afirmación, prosiguiendo políticas exteriores de apoyo a países con regímenes abominables y abiertamente hostiles a occidente.

Georgia culmina la lógica de las aspiraciones de Putin para su país, de sus concepciones geopolíticas y de su fe en el papel de la fuerza y la coacción. Si a Saakashvili le pintaron calva la ocasión o no es algo que no sabemos, y quizá sea lo de menos, aunque desde luego no es en absoluto lo de más. Está por ver si no habrá sido Putin el que ha cometido un catastrófico error de cálculo. O tal vez Occidente (Europa con Estados Unidos), si no tiene visión ni redaños para dar una respuesta a la altura del momento histórico.

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