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GEES

Hay que evitar la crisis energética

Asistimos a un panorama ciertamente difícil y con todos los ingredientes para una crisis energética: falta de oferta, mayor demanda y restricciones en los mercados.

Los recientes descensos del precio del crudo desde sus máximos históricos a principios del verano han tranquilizado los mercados internacionales y parecen haber alejado la cuestión energética de los titulares y, por tanto, de la actualidad. Sin embargo, si hay algo de lo que podemos estar seguros es que la energía será cada vez más importante y que la relevancia que ha adquirido no disminuirá por bajadas coyunturales en los precios que, en el caso actual, se deben más bien a las malas perspectivas económicas de EE.UU., Europa y Japón

La cuestión que cualquier persona, y especialmente aquellos con responsabilidades, deben afrontar, es cómo prepararse para un escenario energético futuro en el cual los precios elevados no sean una excepción sino lo habitual, y donde los problemas de abastecimiento energético, en todas sus manifestaciones, sean incomparablemente más graves que ahora.

Para empezar, hemos de tener en cuenta los importantes cambios que desde hace algunos años afectan al mundo de la energía. En primer lugar, y fruto del crecimiento económico, el auge económico de países con enormes poblaciones como India o China, que están demandando acceso a fuentes energéticas. En concreto, las proyecciones de la ONU indican que en 2050 el planeta tendrá 9.000 millones de habitantes; es seguro que el consumo energético per capita será muy superior al actual. Ello introduce la otra cara del problema: la demanda crecerá de forma espectacular y mucho más rápido que la capacidad de producción, que precisará nuevas y costosas infraestructuras, y todo ello unido a los crecientes costes de extracción de petróleo y por tanto de generación eléctrica.

Si a todo lo anterior le añadimos la creciente preocupación por el medio ambiente y la discutida penalización de las emisiones de CO2 (combustibles fósiles), asistimos a un panorama ciertamente difícil y con todos los ingredientes para una crisis energética: falta de oferta, mayor demanda y restricciones en los mercados. Esta situación, y en particular los crecientes desequilibrios entre oferta y demanda, serán sólo compensables mediante ganancias de competitividad gracias a avances tecnológicos o, en el peor de los casos, el desfase entre oferta y demanda se ajustará únicamente a través de precios elevados y de una inflación en todos los productos que será mundial y perjudicará sobre todo a esas economías emergentes y a las menos eficientes.

La solución a esta ecuación parece evidente: más energía barata y menos CO2. O sea, aumentar la oferta energética global sin incrementar, al menos en términos relativos, el consumo de petróleo o de combustibles fósiles. Es evidente que todo ello implica que se intensifique la investigación con energías renovables de todo tipo, que se modifiquen pautas de desarrollo incentivando la eficiencia energética, reduciendo el consumo energético del transporte mediante acuerdos industriales globales y, por supuesto, con una mayor cuota de energía nuclear respecto a la actual.

La humanidad se enfrenta a un importante reto que podrá condicionar el desarrollo y la vida a generaciones venideras de todos los países y que, si no se afronta correctamente, condenará al subdesarrollo a millones de personas. Es necesario que consumidores, industrias y los poderes públicos sean conscientes de la importancia de esta situación y del colosal reto que tenemos frente a nosotros. Sería aconsejable que todo ello se abordara con responsabilidad y que se anteponga el realismo y los resultados a las utopías de forma que, sin caer en la tentación del intervencionismo y el exceso de regulación, se deba promover una política energética con voluntad de anticipación, previsión y duración. Eso es precisamente la sostenibilidad.

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