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Juan Carlos Girauta

Un calco

Seres que por lo general han pisado tanta aula como esa cuarta parte de alcaldes españoles que se han de conformar con la ESO, se creen llamados, con el solo bagaje de su calidad como actores, a okupar el espacio público.

¿Qué mal habrá hecho Italia para que Susan Sarandon amenace con instalarse allí si McCain alcanza la presidencia? Sin duda, para los americanos sería un alivio. De hecho, es raro que no le recuerden todos los días la incoherencia que arrastra: Susan, ¿no se ha enterado de que gobierna Bush? ¿Qué hace usted aquí? La pesadez de esta mujer es proporcional a la alta estima en que se tiene. Se trata de un mal, por lo que sabemos, gremial y transnacional. Aquí lo padece un buen puñado de actores. No deja de maravillarme. Vaya usted a saber por qué razón, en virtud de qué fatal error de autovaloración, sujetos sin conocimiento alguno de historia, geoestrategia, economía, derecho o política internacional, seres que por lo general han pisado tanta aula como esa cuarta parte de alcaldes españoles que se han de conformar con la ESO, se creen llamados, con el solo bagaje de su calidad como actores, a okupar el espacio público para verter sus analfabetas admoniciones, jeremiadas y consejas.

No lo hacen los buenos relojeros, ni se les ocurre a los surfistas profesionales, ni se les pasa por la cabeza a los grandes afinadores de pianos. No hay profesión donde los más destacados se crean imprescindibles para orientar políticamente a la sociedad. Sólo sucede con la gentecilla del cine. A mí empieza a importarme un huevo cuál sea la razón, si su mala conciencia por la gran riqueza que acumulan (en especial los de Hollywood), su condición histriónica o su borrachera de popularidad. Ya sólo veo el ridículo en el que incurren una y otra vez.

Aquí, sin ir más lejos, acaba de estrenar película un director faltón que no ha visto mejor forma de hacerse el simpático en las entrevistas promocionales que contarnos que ha quemado una Biblia. Quemar biblias es propio de hijoputas. Se lo digo sinacritú, pero es lo que hay. Si a la España descerebrada y cafre le excita la idea y jalea al ex seminarista trastornado, a la otra le sienta como un tiro. El artista solía ser más listo; hacía su producto, con toda la carga ideológica que se le antojara, pero evitaba enemistarse con inmensos segmentos de la sociedad. El que esta norma tan evidente se haya olvidado indica que los tipos están verdaderamente mal. Realmente se creen elegidos. Que los vea un especialista.

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