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Amando de Miguel

El retablo de la política: algo más que palabras

La guerra de 1936 fue una consecuencia inevitable (algo así como la caída de los graves) del desastre que supuso la II República con sus reformas utópicas, sus personalidades atrabiliarias y sus conflictos violentos.

Agustín Fuentes ha tenido la santa paciencia de recoger los méritos del currículum que aporta la nueva ministra de Igualdad, Bibiana Aído. Después de unos breves periodos de prácticas en algunas cajas de ahorro, pasó a su primer cargo político, el Observatorio de Emprendedores de la Universidad de Cádiz. Tras unos meses en esa agotadora labor pasó a ser delegada provincial de Cultura de la Junta de Andalucía en Cádiz. El siguiente escalón fue su efímero cargo de directora de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del [Cante] Flamenco. La coronación a los 31 años, ministra de Igualdad. "¿En manos de quién estamos?", clama don Agustín. Claro que "lo que no aparece aquí es el punto más importante de su currículum: que es ahijada de Chaves; sí, sí, ahijada de bautismo".

Julián de León me escribe indignado por la "tolerancia" que supone el que el señor De Juana salga a la calle y se pasee por ella donde viven algunas de sus víctimas. Comprendo el sarcasmo. Quizá haya que distinguir entre tolerancia (=aceptación de las ideas o conductas ajenas) y permisividad (= sumisión a las ideas o conductas ajenas que pueden ser dañinas). A mi modo de ver, lo grave en el caso del señor De Juana es que, tras haber asesinado a 25 personas, no ha mostrado ningún arrepentimiento. Es decir, no se ha reconciliado con la sociedad. Es más, mucho me temo que en algunos cuarteles nacionalistas va a ser tratado como un héroe. Es esa reacción de una parte de la sociedad la que resulta no ya permisiva sino hedionda.

José Antonio Martínez Pons comprueba la alegría que tienen los "izquierdosos" al eliminar del callejero de su ciudad [Palma de Mallorca] los nombres de los "asesinos franquistas". Añade: lo gracioso es que la mayoría eran militares caídos en combate y que, entre los asesinos, se encuentra Ruiz del Alda, asesinado en Madrid".

José Mª Navia Osorio anda alterado con lo de las balanzas fiscales de las autonomías: "Ahora cualquier catalán que viva del cuento o de la política (que viene a ser lo mismo) se atreverá a decirme que a mí, que soy asturiano y pago todos los impuestos del mundo, me está subvencionando él, que vive a mi costa y a la de todos los españoles, asturianos y extremeños incluidos". Muy bien visto. Es, una vez más, la sustitución de los derechos individuales por los colectivos.

Pedro Manuel Araúz Cimarra (Manzanares de la Mancha, Ciudad Leal) interviene en la discusión sobre si la guerra de 1936 fue una guerra civil o una cruzada. Su tesis es que no fue una verdadera guerra, pues el Gobierno de la República "no declaró el estado de guerra hasta el final de la misma; tampoco a Franco se le concedió el estatuto de beligerante por parte de la Sociedad de Naciones". Se pregunta: "¿no es una cruzada la guerra en la cual son asesinados 7000 religiosos y/o personas por su religión, constituyendo la mayor persecución religiosa por la Iglesia Católica desde Diocleciano?".

No me convencen esos argumentos. Cierto es que la rebelión de Franco reaccionó ante la persecución religiosa de la República, que se extremó en los tres años de la guerra, pero esa acción no fue única ni siquiera primordial. Se trató de una auténtica guerra civil entre españoles, aunque cada bando buscara los correspondientes apoyos internacionales. Por cierto, el primero de ellos fue el de las tropas marroquíes que ayudaron a Franco sobre todo en los primeros momentos de la contienda. No deja de ser curioso que esos elementos musulmanes estuvieran del lado de los luego dirían que su rebelión fue una "cruzada". No, no lo fue más que como retórica. Cierto es que en el bando republicano fueron asesinados muchos clérigos católicos, pero no es menos cierto que algunos curas nacionalistas vascos estuvieron con el bando republicano y fueron represaliados después por ello por parte de los nacionales.

La contienda fue una auténtica guerra civil (y no un pronunciamiento, un golpe de Estado) porque, incluso dentro del estamento militar, hubo republicanos y nacionales (rojos o fascistas, según la terminología despreciativa de unos y de otros). Es decir, se enfrentaron las dos Españas de siempre, los "hunos" y los hotros", al decir de Miguel de Unamuno. Fue una guerra civil como las carlistas del siglo XIX, ahora con una división más tajante y radical en términos de clase social y de ideología. Franco hizo todo lo que pudo para alargar el conflicto y que no pareciera un cuartelazo. El primer manifiesto de Franco termina con el grito de "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Así pues, nada de "Dios lo quiere". Bueno, después de todo el Got mit uns [= Dios con nosotros] lo llevaban en las hebillas los soldados alemanes. Lo da la Cruzada aparece más tarde como justificación ideológica. En realidad fue una aportación de los obispos. Los antiguos reyes españoles de la Edad Media ni siquiera participaron en las Cruzadas de verdad al quedar dispensados de esa colaboración por la alternativa de la Reconquista.

La guerra de 1936 fue una consecuencia inevitable (algo así como la caída de los graves) del desastre que supuso la II República con sus reformas utópicas, sus personalidades atrabiliarias y sus conflictos violentos. Si bien se mira, la guerra se inició con la abortada revolución socialista de octubre de 1934. Las elecciones del Frente Popular [= rojo] de febrero de 1936 precipitaron el enfrentamiento. Ninguno de los dos bandos toleraba la presencia del otro. La violencia terrorista estaba en la calle todos los días. El asesinato de José Calvo Sotelo marca el pistoletazo de salida (perdón por el retruécano).

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