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Jorge Vilches

Felipe V era del PP

Para el nacionalismo totalitario la vida ha de dedicarse por entero al fin supremo de la comunidad idealizada: la independencia.

Alfred Bosch, escritor y coordinador del Área de Historia y Pensamiento Contemporáneo de la Consejería de la Vicepresidencia, la de Carod Rovira, el mismo que ha comparado al PP con Bin Laden, publicó en 2002 una hagiografía novelada de Françesc Macià subtitulada Una vida de leyenda. En la entrevista de turno le preguntaron si era riguroso en su tratamiento histórico y si había tenido en cuenta el independentismo del personaje. Bosch respondió que una existencia como la de Macià no necesitaba invención alguna –esto sí es cierto– y que, por otro lado, Macià "sólo" había sido independentista "los últimos veinte años de su vida".

No se entiende, a primera vista, el que Bosch desprecie un lapso de tiempo tan crucial en la vida de una persona, y menos si coincide con la época más convulsa de la historia de España en el siglo XX: nada menos que la crisis de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la Segunda República.

¿Y qué hizo Macià durante esos veinte años? Pidió ayuda a la Rusia de Lenin para iniciar un golpe en Cataluña, que repitió en 1926, constituyó en La Habana el Partido Separatista Revolucionario de Cataluña, y se fusionó con Esquerra Republicana para poco después, en 1931, desde el balcón del Palacio de la Generalitat, proclamar la República Catalana.

Claro que si para Bosch esos veinte años en los que Macià se alió con los comunistas soviéticos, intentó alzamientos armados y declaró la independencia de Cataluña no son nada, ¿qué puede pensar de un PP que desde hace un cuarto de hora le hace morritos al nacionalismo catalán? Nada bueno, porque para el nacionalismo totalitario la vida ha de dedicarse por entero al fin supremo de la comunidad idealizada: la independencia. Los conversos, los moderados o los prudentes han desperdiciado su existencia o llegan tarde. Lo apunta el editorial de Avui de este 11 de septiembre en referencia a "l’asfixiant poder politic espanyol": "Una classe política que en aquesta hora no hauria d’oblidar aquella sentència de Jordi Carbonell en la Diada de Sant Boi del 1976, la primera semiautoritzada després del franquisme: ‘Que la prudència no ens faci traïdors’.". Si el prudente es un traidor, el que opina de forma diferente ¿qué es? En este caso, ¿cómo no comparar al PP con Bin Laden, como ha hecho el empleado de Carod Rovira?

Más allá de la barbaridad política, social e historiográfica de la comparación de Bosch, y de la enorme irresponsabilidad, este coordinador de Historia muestra implícitamente una de las características propias del nacionalismo totalitario: la violencia legitimada por el servicio a la nación. El que no es nacionalista no sirve a la comunidad y entonces se convierte en un bulto sospechoso, tolerable quizá, pero prescindible y marginable; vamos, un lamentable traidorzuelo.

Y es que desde las instituciones nacionalistas se persigue la construcción de un imaginario colectivo mitificado y, por tanto, falso, que define como enemigo de la sociedad al que piensa de otra manera, y que acaba exaltando (o comprendiendo) los actos cometidos para eliminar la diferencia. Por esto vinculan al PP con Bin Laden, Franco o Felipe V si es preciso. Lo importante, dicen, es la cohesión social. Qué lejos queda el individuo y sus derechos.

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