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Emilio J. González

Este no es el presupuesto que necesitamos

El objetivo para 2009 es poco creíble porque vuelve a sustentarse en una previsión de crecimiento irreal que puede dar lugar a un déficit mucho más amplio o a nuevas paralizaciones del gasto público.

Resulta de agradecer que el Gobierno haya dado marcha atrás en sus planes presupuestarios para el próximo ejercicio y haya limitado el crecimiento del gasto público al 2%, frente a la intención inicial de incrementarlo un 4,5%. Sin duda, los datos de déficit público del pasado mes de agosto, que, sólo para el Estado, se situó en el 1,3% del PIB, así como una crisis financiera que va a más, han tenido mucho que ver en la decisión del Ejecutivo de no gastar tanto. Ello, sin duda, evitará que la situación de nuestra economía llegue a ser explosiva. Aún así, éste sigue sin ser el presupuesto que necesitamos para afrontar la crisis.

Lo primero que hay que tener en cuenta al respecto es que lo que acaba de aprobar el Consejo de Ministros es el proyecto de presupuestos del Gobierno, no la versión final del mismo puesto que ahora tiene que pasar por el Parlamento, donde pueden cambiar muchas cosas. Los socialistas necesitan apoyos para sacarlo adelante, pero esos apoyos siempre tienen un precio que suele acabar por traducirse en mayores incrementos del gasto, en función de quiénes sean los partidos que unan sus votos a los del PSOE o que, simplemente, se abstengan. Ya sabemos de sobra qué ocurre con las cuentas públicas cada vez que un Gobierno se asienta sobre una mayoría minoritaria en Las Cortes: que siempre hay quien trata de sacar provecho de ello en forma de concesiones en términos de gasto que satisfagan sus políticas y a su electorado.

Es un primer elemento a tener en cuenta porque, por desgracia, hoy resulta imposible pensar que Zapatero vaya a llegar al necesario acuerdo en esta material con el Partido Popular, el acuerdo que sería lógico en estas circunstancias y que dotaría de mayor credibilidad y utilidad a los presupuestos. Sin embargo, y por lo visto hasta este momento, las cosas no van a ser así, con lo cual los socialistas van a ser nuevamente presa de los partidos nacionalistas, que siempre venden sus votos muy caros. Por ello, el punto de partida debería haber sido un proyecto aún más restrictivo.

Junto a ello, hay que hablar de las cifras. Hoy por hoy no resulta adecuado un incremento del gasto del 2% porque da lugar a un presupuesto muy expansivo. Según el Gobierno, la economía crecerá el 1% en 2009, pero según los analistas privados ésta registrará una caída del PIB, lo que da idea del carácter expansivo de las cuentas públicas, que viene determinado por los compromisos sociales de Zapatero. Dichos compromisos derivan, en parte, del sustrato ideológico que subyace en la política económica de Zapatero, según el cual, lo primero es repartir lo que no se tiene, no crear para tener después algo que repartir. Pero también obedece a esa estrategia keynesiana del presidente del Gobierno de pretender que la gente siga gastando para, por esta vía, superar la crisis

Zapatero no entiende que para gastar hay que tener empleo y perspectivas de que las cosas vayan a ir bien, justo lo contrario de lo que sucede ahora: el paro galopa hacia los tres millones de desempleados, la confianza de las familias está por los suelos y su economía no resiste los embates del encarecimiento de los créditos, tanto hipotecarios como de consumo, ni de la escalada de los precios de los alimentos y del petróleo. Por eso, la principal preocupación de la gente en estos momentos es sanear su economía y ahorrar por lo que pueda suceder. Esa actitud no la va a cambiar Zapatero con sus dádivas presupuestarias.

En estas circunstancias, el presupuesto debería de haber tenido una estructura distinta. En primer término, debería haber abierto espacio para reducir los impuestos a las empresas, sobre todo a las pymes, para que puedan mantener el empleo e, incluso, crear nuevos puestos de trabajo. Además, el Ejecutivo debería haber puesto más énfasis en la inversión en infraestructuras, la realmente productiva y estimuladora de la economía, y menos en el gasto social.

Por ultimo, el Gobierno debería haber sido más ambicioso en el objetivo de déficit del Estado. Los datos de ejecución presupuestaria de agosto ponen de manifiesto que 2008 podría cerrarse con un déficit del conjunto de las administraciones superior al 2% del PIB porque al 1,3% registrado por la Administración Central hasta agosto hay que sumar el de las comunidades autónomas y las corporaciones locales, cuyas haciendas están más que tocadas. El punto de partida, por tanto, es peor de lo que dice el Gobierno, salvo que de aquí a final de ejercicio se congele el gasto público. Y aún con eso, el objetivo para 2009 es poco creíble porque vuelve a sustentarse en una previsión de crecimiento irreal que puede dar lugar a un déficit mucho más amplio o a nuevas paralizaciones del gasto público.

Así las cosas, el objetivo del Gobierno tendría que haber sido el equilibrio presupuestario, con el fin de que la iniciativa privada no se vea con más problemas de los que ya tiene para financiarse a causa de la necesidad de buscar unos recursos hoy por hoy tan escasos como caros para pagar las facturas del sector público. Esto es lo que necesitamos, no el presupuesto que ha preparado el Gobierno.

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