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Emilio Campmany

¡Qué palo ser de derechas!

La derecha, teórica vencedora ideológica de la Guerra Fría, se debate en una constante querella interna, sin saber si es liberal o conservadora, si moderna o tradicional, si democrática o inevitablemente autoritaria.

Creímos que la derrota de la URSS en la Guerra Fría desacreditaría al comunismo y al socialismo como ideologías de masas del mismo modo que la derrota de Alemania y de Italia en la Segunda Guerra Mundial hizo lo propio con el nazismo y el fascismo.

Sin embargo, la izquierda, los viejos partidos socialistas y comunistas de Europa occidental sobreviven casi intactos sin haber tenido que rendir apenas unas pocas de sus banderas. Hoy enarbolan con orgullo la mayoría de las que entonces sostenían y levantan algunas otras para dar un aire modernizante a un socialismo que no deja de ser una antigualla ideológica.

Mientras tanto, la derecha, teórica vencedora ideológica de la Guerra Fría, se debate en una constante querella interna, sin saber si es liberal o conservadora, si moderna o tradicional, si democrática o inevitablemente autoritaria.

La izquierda, por su parte, campando como campa en un páramo en el que apenas es posible encontrar una idea digna de tal nombre, ha conseguido que sus huestes se reúnan en él y allí se apliquen a lo único que ya les importa: la consecución y detentación del poder. Sufren tanto o más el desconcierto ideológico de la derecha y desconocen por igual lo que son, pero, a diferencia de los otros, les da igual. Son los buenos. Tan buenos se creen que están convencidos de que por malos que fueran algunos de los suyos, nadie puede negarles que lo que hicieron fue por el bien de la humanidad. Se les podrá acusar de equivocarse, pero no de tener las mejores intenciones. Y por eso insisten en que, frente a una derecha egoísta y codiciosa, merecen el poder. Y, como lo merecen, les está moralmente permitido hacer lo que sea por conseguirlo y conservarlo.

No puede ser una casualidad que el partido de Wilson, Roosevelt y Kennedy haya elegido hoy como candidato a la presidencia a una especie de Zapatero de color, que arrastra a las masas con un vacuo "podemos" sin explicar qué es lo que puede y sin ni siquiera comprometerse a qué hará eso que se supone que puede. Todo aderezado con almibarados recuerdos a una abuela luchadora, un recurso muy zetapeísta.

Si hay un campo en el que la batalla interna de la derecha se hace bien visible, ese es el de la prensa escrita. En el ABC creen que ser leal con su tradición monárquica consiste en defender el podrido sistema autonómico por tener una y otro su base en la Constitución de 1978. La Razón, para disputar al anterior sus antiguos lectores, se concentra en defender por encima de todo los valores de la derecha católica, muy atacados por el Gobierno de Zapatero y muy dignos de ser defendidos, pero que no son la única trinchera, ni la más importante. Y El Mundo parece estar espantado de verse tan de derechas, que regularmente siente la necesidad de sacudirse la caspa con una ducha de antiamericanismo y un baño de antiliberalismo, sin descuidar la atención que, quién sabe por qué, dispensa a sus niños mimados en el Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega y Miguel Sebastián.

Ya nadie quiere ser de derechas. En UPN están a punto de hacerse socialdemócratas. Y el PP suplica por que le dejen trabajar codo con codo con el Gobierno. Como Figueras, presidiendo un Consejo de Ministros durante la Primera República, voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!

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