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José García Domínguez

Eppur... si muove

Por cada euro real, material, tangible, físico, que los bancos europeos aún guardan en sus cajas fuertes, esas entidades han podido fabricar hasta otros cincuenta nuevos a través de la magia potagia de las cuentas de crédito.

Si bien se mira, lo único que garantizan los brindis al sol de la vieja Europa a propósito de los depósitos bancarios es que Chesterton tenía razón cuando sentenció que lo peor de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que, muy al contrario, ahora están predispuestos a tragarse cualquier cosa; cualquiera, hasta las supersticiones más peregrinas. Así, gentes aparentemente lúcidas, presuntos cartesianos que sonríen viendo a la morisma fantasear con las siete huríes por barba que les prometió el Profeta, sin embargo, creen con la fe del carbonero que Irlanda está en disposición de asegurar todos y cada uno de los saldos a los clientes de sus bancos nacionales.

Cosas veredes. Irlanda, la vieja isla de los comedores de patatas transmutada de repente en una sinécdoque financiera. Y es que esa broma de garantizar el cien por cien de los ahorros, en la práctica, no sería mucho menos inviable que el hipotético plan para embalsar el agua del Atlántico en un pantano de Belfast a fin y efecto de evitar futuras inundaciones en Dublín. O que el más celebrado proyecto del barón de Munchausen, aquél de viajar a la Luna valiéndose únicamente del impulso obtenido gracias a tirar con fuerza de los cordones de sus zapatos.

Bien, pues compitiendo en candidez cósmica sobrevenida con la verde Irlanda, ahí están Alemania, Grecia, Suecia, Dinamarca, Austria y hasta el desasosegado Portugal del contable Pessoa. Eppur... si muove. Repárese al efecto en la siguiente evidencia: por cada euro real, material, tangible, físico, que los bancos europeos aún guardan en sus cajas fuertes, esas entidades han podido fabricar hasta otros cincuenta nuevos a través de la magia potagia de las cuentas de crédito. No obstante, de los posibles cincuenta euros creados ex novo por el sistema financiero, tras la puerta blindada del gran cofre de la sede central sigue habiendo uno real, material, tangible y físico. Uno y sólo uno. El resto, son virtuales.

De ahí que lasolidezde absolutamente todas las redes bancarias del mundo repose en el misterio de que, sabiendo que eso es así, el personal no se lance en masa a las oficinas en busca de su dinero. Para el caso, repare el lector en que, a día de hoy, apenas el veinte por ciento de los euros que circulan por el territorio de la Unión Europea existen bajo la forma de billetes y monedas que se puedan palpar con las manos; el ochenta por ciento restante adopta la muy etérea identidad de depósitos bancarios. Se lo garantizo.

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