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Jorge Vilches

La izquierda contra la sangre de mayo

A Díaz le complacería que Aguirre hubiera patrocinado una película en la que los madrileños de 1808 hubieran dicho que la nación española es un concepto discutido y discutible y que hablaran a los mamelucos de la alianza de civilizaciones.

Sangre de Mayo, la película de Garci, no gusta a la izquierda. El País dijo que la subvención recibida para su filmación tiene un cierto tufo a "pago de favores". Por otro lado, José Antonio Díaz, del PSM, e Inés Sabanés, portavoz de IU en la Asamblea de Madrid, apuntan a que la designación del cineasta es una intromisión de la política en la cultura. Es más, el socialista dice que el contenido de la "cinta" está basado en "criterios ajenos a los culturales". Todo se debe, dice el esclarecido portavoz, al "liberalismo" de la presidenta de Madrid y a su "defensa de un concepto de patria".

A estas alturas, la falta de autoridad de cualquier representante de la izquierda para denunciar una supuesta dirección política de "la cultura" es tan palmaria que si la declaración no estuviera en el ámbito de la política produciría sonrojo. Y más en el campo del cine español, donde los autos de fe progres son requisito imprescindible para sobrevivir y evitar la muerte civil.

Pero la chispa en la declaración de Díaz está en la argumentación: es que Esperanza Aguirre es liberal y tiene un concepto de patria. Es decir, la presidenta está tocada con dos de los sambenitos preferidos de la izquierda iletrada: la presidenta profesa una ideología que no es de raíz socialista y, para más inri, es patriota. Evidentemente, en el imaginario psicotrópico izquierdista esto sitúa a Aguirre, y a cualquiera que piense igual, en los lindes del protofascismo. No es broma. Una parte importante de las nuevas hornadas que están llegando a las universidades españolas cree que existen claras similitudes entre el liberalismo y el fascismo, así como entre el comunismo y la democracia.

Y, claro, Díaz remata la jugada denunciando que la presidenta tiene "un concepto de patria". Menos mal. No es grato encontrar en la Historia a gobernantes sin dicho concepto, y menos en las democracias. Porque la patria, lejos de los fantasmas franquistas que alimentan esa izquierda por la que no ha pasado el enciclopedismo, no es solamente la tierra de los padres, sino las normas y costumbres que hacen de esa tierra un lugar de hombres libres, de ciudadanos. De aquí el vínculo entre la libertad y la nación que se convierte en patria. Quizá a Díaz le complacería que Aguirre hubiera patrocinado una película en la que los madrileños de 1808 hubieran dicho que la nación española es un concepto discutido y discutible y que, en la mañana del Dos de Mayo, en plena Puerta del Sol, hablaran a los mamelucos de la alianza de civilizaciones. Claro, que Godoy tampoco pronunció la palabra "crisis" ni siquiera cuando toda la Familia Real estaba presa en Bayona, el país invadido por tropas imperiales y Napoleón pensaba cuartear España para convertir Cataluña en un departamento francés.

En realidad, lo que molesta es que esa "cultura" convertida en coto privado de los traumas progres haya sido hollada por una película que habla de la nación y de la libertad. El resto, paparruchas.

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