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Dario Migliucci

El caso de Eluana Englaro

Lo que más extraña es la absoluta falta de voluntad de los políticos para solucionar esta complicada situación. Desde hace años se pide al Parlamento de Roma una ley clara –en un sentido o en otro– sobre temas como la eutanasia.

Eluana Englaro no lo sabe, pero es una de las mujeres más conocidas de Italia. No es una deportista, ni una actriz, tampoco una política ni una empresaria. Era una muchacha corriente hasta el día en que se estrelló con su coche. Desde entonces no percibe nada, ni siquiera puede sospechar que se habla a menudo de ella en la televisión y que los periodistas le han dedicado miles y miles de artículos.

Alguien la ha definido como la Terry Schiavo italiana. Quizás los médicos no lo consideren exactamente el mismo caso clínico, sin embargo su historia está afectando a los italianos de un modo similar a cómo la agonía de Schiavo conmovió a los estadounidenses. Y, al igual que ellos, también los italianos se dividen entre quienes opinan que habría que desconectar las máquinas que la tienen atrapada en una espeluznante vida artificial y quienes, horrorizados, manifiestan todo su desdén ante lo que definen como un claro intento de llevar a cabo la eutanasia, es decir, un asesinato a sangre fría.

Era la noche del 18 de enero de 1992, un sábado. Eluana se dirigía hacía su casa de Lecco (ciudad a orillas del lago de Como, en la Región de Lombardía) tras disfrutar de unas horas en compañía de algunos amigos. A las cuatro de la madrugada tuvo el violentísimo impacto. Eluana tenía entonces sólo veinte años. Sus padres la trasladaron de un hospital a otro durante meses y sus amigos y parientes acudieron a visitarla esperando el momento en que Eluana despertara. Sin embargo, este momento jamás ha llegado. Tiempo después los médicos emitieron un diagnóstico que quitó toda esperanza incluso a aquellos padres que hasta entonces no habían querido rendirse: estado vegetativo permanente, sin posibilidad de despertar.

Al asumir que no podía hacer nada contra esta situación, el padre de Eluana empezó entonces una nueva lucha. La joven –asegura Beppino Englaro–le había hecho prometer antes del accidente que si le ocurriera algo parecido, éste debería desconectar las máquinas. Sin embargo, 16 años después del terrible accidente, el hombre aún no ha podido cumplir su promesa. De hecho, la eutanasia en Italia es ilegal y, hasta hace unos meses, los jueces siempre le habían denegado el permiso de poner fin a la existencia de la mujer.

La situación cambió por completo el pasado verano, cuando el Tribunal de Milán declaró que interrumpir la alimentación y la hidratación de la mujer técnicamente no constituía una forma de eutanasia. Una decisión que, por supuesto, suscitó muchas polémicas y que además causó la vehemente protesta de las autoridades eclesiásticas. Incluso Adriano Celentano, todopoderosa estrella de la televisión italiana, escribió al padre de la muchacha una conmovedora carta en la que le suplicaba no acabar con la vida de su hija. El Parlamento italiano también se sublevó y pidió (sin suerte) a la Corte Constitucional que anulara la sentencia, ya que los jueces de Milán invadieron el campo de los legisladores al considerar lícito algo que las Cortes nunca han declarado legal.

El asunto debería alcanzar su epílogo dentro de unas semanas, ya que la Corte Suprema en noviembre emitirá una enésima y quizás definitiva sentencia. Sin embargo, el veredicto podría llegar algo tarde. Este fin de semana Eluana –cuyas condiciones se mantuvieron estables durante todos estos años– sufrió una repentina hemorragia que podría matarla en unos pocos días. Los médicos han decidido no suministrarle transfusiones de sangre, reduciendo así considerablemente sus posibilidades de sobrevivir.

A pesar de la legítima opinión que cada uno pueda tener sobre esta delicada temática, algunos aspectos particulares de este asunto son desconcertantes. En efecto, resulta asombroso el hecho de que la magistratura (e incluso la Corte Suprema) se haya pronunciado sobre este tema más de una vez, a menudo con veredictos que se contradecían entre ellos. Tampoco queda claro cómo es posible que una sentencia judicial pueda dar luz verde a algo que ni el Congreso ni el Senado jamás han considerado lícito, puesto que de tal modo los jueces se convierten en legisladores. También extraña la actitud de algunos médicos católicos que –tras oponerse durante años a que se suspenda la alimentación de la paciente– ahora se declaran contrarios a las transfusiones que podrían mantenerla con vida. A tal propósito Umberto Veronesi –lumbrera de la medicina de fama internacional– destaca que si se considera a la muchacha como un ser todavía vivo, hay que proporcionarle sin falta todas la curas que necesite.

Con todo, lo que más extraña es la absoluta falta de voluntad de los políticos para solucionar esta complicada situación. Desde hace años se pide al Parlamento de Roma una ley clara –en un sentido o en otro– sobre temas como la eutanasia, el encarnizamiento terapéutico o el testamento biológico. Una normativa que, entre otras cosas, impida paradojas como la del caso de Mario Riccio, el médico absuelto por los tribunales por haber desconectado el respirador de Piergiorgio Welby, un enfermo crónico al que la misma magistratura prohibió detener las máquinas que lo mantenían con vida.

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