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Gina Montaner

Joe el fontanero

El tal Joe no estaba preparado para el escrutinio con lupa que conlleva ser una figura pública y continuó elaborando sus teorías a favor del laissez fair, incluso con más soltura que el propio John McCain.

Desconozco si Joe el fontanero sabe quién es Andy Warhol, pero la profecía del célebre artista pop se le presentó a modo de milagro del marketing nada menos que en Toledo, Ohio. Como quien dice París, Texas.

Quién le iba a decir Samuel J. Wurzelbacher que una capciosa pregunta al senador Obama lo haría famoso de la noche a la mañana, ganándose sus quince minutos de fama sin tener que pasar por la factory de Warhol ni posar para él como un inerte bote de sopas Campbell. Era una mañana soleada en un barrio de Toledo, que no es igual a la ciudad de El Greco y la sinagoga del Tránsito sino la que le sirvió de inspiración al grandísimo Elvis Costello para una de sus más bellas canciones de amor a dúo con otro inconmensurable, el compositor Burt Bacharach. Tal vez atraído por la brillantez de su redonda calva, el senador por Illinois se acercó al corpulento hombre seguro de que pertenecía a la clase obrera que le daría su voto sindicalista. Pero el señor Wurzelbacher –entonces aún no sabíamos que era Joe el fontanero– lo sorprendió al expresarle su preocupación ante la propuesta de Obama de que les aumentaría el impuesto a todos aquellos que ganen más de 250.000 dólares. Samuel J. Wurzelbacher dijo en aquel momento de insospechada gloria que eso podría afectarle a alguien como él, que estaba contemplando la idea de expandir su negocio de fontanería contratando a más empleados. Suponemos que Barack Obama se alejó presuroso de aquel tipo cuya calva albergaba a un republicano "tapado".

Dos días después John McCain hizo realidad la máxima warholiana al nombrar una veintena de veces a "Joe el fontanero" en el transcurso del último debate presidencial. A su rival, el impasible Obama, no le quedó más remedio que mencionar, también, al fontanero de Ohio. Esa misma noche las cámaras de televisión y los reporteros acamparon en el jardín del ciudadano Wurzelbacher, pero ya no estaba Andy Warhol para hacerle una serigrafía a lo Jackie Kennedy y Marilyn. Joe el fontanero debía sortear su súbito estatus de celebrity sin los sabios consejos de un experto en autopromoción como lo fue el trasgresor Warhol, siempre convenientemente acompañado de un entourage de groupies aduladores. El tal Joe no estaba preparado para el escrutinio con lupa que conlleva ser una figura pública y continuó elaborando sus teorías a favor del laissez fair, incluso con más soltura que el propio John McCain. Tanto es así, que la maquinaria republicana no tardó en sacar anuncios valiéndose de su imagen para atacar al candidato demócrata y sus intenciones de "redistribuir la riqueza".

Pero si la fama dura como máximo un cuarto de hora, la mala fama puede prolongarse una eternidad. Los chicos de la prensa no perdieron tiempo en investigar el pasado de Wurzelbacher. Ahora sabemos, por ejemplo, que Joe no tiene la licencia obligatoria para ejercer de fontanero y que ni siquiera tomó un curso de fontanería. También se ha hecho público que no es un ciudadano tan ejemplar porque le debe dinero al Tío Sam. Tal vez su pregunta sobre los impuestos aquella mañana soleada fue más una traición freudiana de su mente, atormentada por la culpa del moroso. Lo cierto es que ahora Samuel J. Wurzelbacher tiene más posibilidades de vérselas con el fisco que de convertirse en el póster boy de la campaña de McCain.

En estas elecciones marcadas por la lucha de culturas y la guerra de clases han aparecido personajes como Joe the plumber, Joe Sixpack, the Jockey mom o the soccer mom que se han apoderado del imaginario electoralista. La fama de todos ellos es tan efímera como la de los propios políticos que los inventan para su beneficio.

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