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Agapito Maestre

Zapatero al margen

Ojalá Zapatero consiga asistir a la Cumbre del 15 de noviembre para aprender que también el rostro de un hombre es el espejo de su acción y moral política. Ojalá que algún asesor le pase a Zapatero el primer y el último discurso de George Washington.

España es más, muchísimo más, que Zapatero, pero hay ocasiones en que es menester asociar el nombre de este hombre a la nación española. Lo contrario sería poco realista y, sobre todo, poco inteligente. Una de esas tristes ocasiones es la que estamos viviendo: España no ha sido invitada a la cumbre del día 15 de noviembre en EEUU. Los españoles tienen sentimientos encontrados, aunque los más desarrollados políticamente hablando saben todo lo que encierra esa exclusión. Zapatero, sí, a pesar de aborrecer a su nación, es el presidente de la misma por la voluntad de una mayoría de individuos que prefieren a alguien que está permanentemente dispuesto a convertir lo más sagrado, por ejemplo, los compromisos de una nación con otras naciones, en papel mojado.

Zapatero traicionó a Estados Unidos y otras naciones del mundo y eso no se olvida fácilmente. El traidor pasará, incluso algún día será perdonado, pero la traición permanecerá eternamente. He ahí la razón fundamental por la que Zapatero y, por desgracia, España nuestro país serán recordados por generaciones y generaciones. Naturalmente, Zapatero simula que está dolido, molesto y preocupado, porque EEUU lo margina de la próxima cumbre económica y política de Washington. Quizá me equivoque en mi diagnóstico. Quizá sea verdad que le gustaría estar allí, e incluso quizá pague cualquier precio, naturalmente que saldrá del bolsillo de todos los españoles, porque alguien le permita aparecer ese día por Washington. Todo es posible y, por supuesto, empeorable.

Pero, naturalmente, nada de eso será ya importante, porque lo decisivo ya ha sucedido. Zapatero, según el país organizador de la conferencia, no debe participar. Seguramente, porque no se fían de él. Quién se fiaría de alguien que se ríe y ridiculiza cada vez que tiene ocasión al país anfitrión. Quién se atrevería a fiarse de alguien que, mientras implora ser invitado a esa reunión, sigue manteniendo que el culpable de la crisis económica es Bush en particular y los EEUU en general.

A pesar de todo, soy de la opinión de que Zapatero consiga de aquí al 15 de noviembre asistir a esa cumbre. Pues si incluso Judas –pido perdón por el ejemplo– estuvo en la última Cena, nadie podrá despreciar la posibilidad de que Zapatero sea aceptado a participar en esta alta Reunión. Yo deseo tan fervientemente que sea invitado como ruego a la providencia que sea situado frente a una reproducción de ese famoso óleo inacabado de Gilbert Stuart, conservado su original en la Nacional Portrait Gallery, de Washington, que retrata al primer presidente de los Estados Unidos. Así, Zapatero tendría la oportunidad de examinar el rostro de George Washington, el mismo que aparece en los billetes de un dólar, y quizá supiera extraer de esa foto el alma, los principios, del primer presidente de los EEUU, que aún siguen alumbrando a una gran nación.

Ojalá Zapatero consiga asistir a la Cumbre del 15 de noviembre para aprender que también el rostro de un hombre es el espejo de su acción y moral política. Ojalá que algún asesor, mientras Zapatero compara la seriedad de la mirada de ese hombre con la sonrisa ridícula de quien algo oculta, le pase a Zapatero el primer y el último discurso de George Washington. Son dos tratados de filosofía política recogidos en unas pocas páginas. Quizá del primero de los discursos, la primera alocución de 30 de abril de 1789, Zapatero consiga aprender que el hombre político, por encima de todo, tiene que ser consciente de sus propias limitaciones; del segundo, el discurso de despedida como presidente de la nación, basta con que, de vez en cuando, recuerde la siguiente frase:

Tengo la norma, no menos aplicable en los asuntos públicos que en los privados, de que la mejor política siempre es la honradez.

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