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María Clara Ospina

Otoño sombrío

¿Acaso se trata del fin del capitalismo, como algunos lo predicen? Quizás se trata más bien de una oportunidad para crear nuevos mecanismos y conceptos económicos más ágiles y modernos que sirvan mejor a la humanidad.

En Nueva York, el otoño ha sido siempre la mejor estación. El aire adquiere una transparencia especial. Lejos están el calor sofocante y los olores concentrados del verano. Los árboles de la ciudad cambian sus verdes por vibrantes azafranes, topacios y carmines que invitan a la contemplación. Los teatros se llenan de gente ansiosa por disfrutar los mejores programas culturales del año y los almacenes ofrecen excelentes descuentos. Hay disfraces en todas las vitrinas, anunciando "la noche de las brujas" y en los restaurantes se sienten los aromas de los platos típicos de la temporada de Acción de Gracias.

Pero éste ha sido un otoño diferente. Hay temor en el corazón de los habitantes de la "Gran Manzana". Wall Street, el centro financiero de la ciudad y del país, está pasando por una de las crisis más agudas de su historia. Desde el crash de los mercados bursátiles en 1929 no se veían pérdidas tan grandes. Algunas acciones han caído más del 75%. Los fondos de pensiones han perdido gran parte de su valor. Es difícil encontrar a alguien que no haya sido afectado por la crisis. Visité la Bolsa de Valores (NYSE) y sólo vi y oí preocupación.

Lo que ha sucedido en Nueva York, en estos días otoñales, ha puesto a temblar a los mercados bursátiles del mundo. Y nadie se atreve a predecir cuándo tocará fondo la crisis. Hemos asistido a la quiebra de casas bursátiles, bancos, financieras, aseguradoras y especialistas en créditos hipotecarios. El mundo sufre una peligrosa crisis de crédito, peor aún, de confianza.

 "La avaricia rompió el saco" acusan algunos. Después de años de vacas gordas, gasto desmesurado, inversiones arriesgadas y controles laxos, los países desarrollados y sus habitantes tendrán que pagar un alto precio por su irresponsabilidad y voracidad. Por desgracia es posible que en su caída arrastren a los países más pobres. Si se contraen las grandes economías, seguramente las nuestras correrán un mismo o mayor riesgo.

Hoy los Gobiernos del primer mundo unen sus esfuerzos y sus bolsillos para detener el desangre. ¿Lo podrán hacer? Dicen los economistas que esta crisis es diferente, que los remedios que antes funcionaban hoy se quedan cortos o, simplemente, no son efectivos. De ahí que todas las medidas que están tomando sean experimentales.

¿Acaso se trata del fin del capitalismo, como algunos lo predicen? Quizás se trata más bien de una oportunidad para crear nuevos mecanismos y conceptos económicos más ágiles y modernos que sirvan mejor a la humanidad. A pesar de los colores del otoño, esta no ha sido una temporada brillante para Nueva York, ni para el mundo.

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