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José Vilas Nogueira

Obama: imágenes políticas

Es necesario que abunde en promesas de que cambiará las cosas, aunque debe cuidarse mucho de precisar qué cosas concretas y hasta dónde pretende cambiarlas. Lo mejor son apelaciones globales a un cambio que sugieran una sociedad más libre y más justa.

Hace tiempo leí que si hubiese habido entonces televisión, Abraham Lincoln nunca hubiese llegado a presidente de los Estados Unidos. Según quien lo decía –cuyo nombre no recuerdo– era éste hombre legañoso y con muy escasa telegenia. Como no la había, alcanzó la presidencia y, entre otras cosas, abolió la esclavitud. Fue un primer paso en la liberación de los afroamericanos, que es la fórmula en lenguaje políticamente correcto, allí obligada de designar a los negros. Pero Barack Hussein Obama no está sujeto a especial gratitud al abogado de Springfield, y no sólo porque éste fuese republicano, sino porque su padre llegaría a los Estados Unidos un siglo más tarde. Y apenas permaneció el tiempo necesario para llevarse una tesis doctoral y dejar un hijo, el pequeño Barack.

Pero, estas circunstancias al margen, sólo el desaforado culto a la imagen, propio de nuestros tiempos, explica la generalización e intensidad de la obamamanía. Los sacerdotes del progresismo mediático y los artistas del cine (otras imágenes muy idolatradas) cuentan y no paran de los enormes beneficios que los americanos, directamente, y todos los habitantes del planeta, de manera derivada, reportaremos de la presidencia del señor Obama, si finalmente el martes se cumplen los felices augurios de su triunfo.

¿Cuál es el secreto del éxito de estos "productos" políticos, o cómo "vender" un candidato? La teoría es bastante simple aunque, debo reconocerlo, ponerla en práctica no es tan sencillo. Es preciso que el candidato sea joven y se ajuste al ideal de belleza dominante, en el que a su vez, en caso de éxito, influirá corrigiéndolo o matizándolo. Estos requisitos son exigibles también a su consorte. Y, en segundo lugar, es necesario que abunde en promesas de que cambiará las cosas, aunque debe cuidarse mucho de precisar qué cosas concretas y hasta dónde pretende cambiarlas. Lo mejor son apelaciones globales a un cambio que sugieran una sociedad más libre, más justa, y cosas así. En cambio, nunca deberá prometer una sociedad más rica, pues la gente podrá temer "daños colaterales": mayor trabajo, mayor desigualdad de rentas y otras cosas desagradables. Eso se puede hacer, pero no se debe decir.

Bernard-Henry Lévy, autoproclamado filósofo y acreditado zascandil mediático, compara a Obama con Kennedy (y si tengo razón a Michelle con Jacqueline). Nunca entendí la gran reputación de que goza John Fitzgerald, habida cuenta de sus probables relaciones con la mafia, de sus excesos morales (pobre Marilyn) y de los aun mayores de sus familiares más próximos, de su desastrosa intervención en la aventura de Bahía Cochinos, etc. Supongo que sólo se explica por su "imagen" política, incluida la de su esposa Jacqueline Kennedy (posteriormente viuda no muy devota). Voten, pues, los que quieran por Obama, como en su día, ellos o sus padres, votaron por Kennedy. Yo, por si acaso, prefiero los políticos con menos glamour. En su defecto, es más probable que sean virtuosos moral y políticamente.

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