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¿Qué van a votar?

Contra todo pronóstico, bien por él, bien por desconfianza hacia su adversario en la carrera presidencial, McCain todavía no está derrotado. Y en menos de 24 horas sabremos de la voluntad del pueblo americano.

Si los norteamericanos votan mañana por el cambio, tendrán a Obama; si, por el contrario, optan por McCain, tendrán a John McCain. El problema es que mientras todo el mundo sabe quién es McCain y lo que quiere hacer de estar sentado en el despacho oval, la imagen de Barack Obama se ha comido cualquier otro elemento de su persona. No tiene señas de identidad más allá de prometer el ya famoso cambio.

Aún peor, la gente que dice no fiarse de él todavía porque no le conocen lo suficiente –y esta campaña electoral ha estado dirigida de tal forma que se ha impedido conocer más y mejor al candidato demócrata– si le conocieran de verdad aún estarían menos seguros de apostar por él. Obama no es un desconocido, eso es tremendamente falso. Es virgen en materia legislativa, tanto en el Senado de los Estados Unidos, como en el de Illinois, donde nunca hasta ahora apadrinó medida alguna. Aunque eso sí, se mostró siempre contento de votar a favor de las cuestiones más extravagantes y radicales. Igualmente, junto a su trayectoria legislativa, se conoce muy bien el pensamiento de su mujer, una ultrarradical más cerca de Malcon-X que a Martin Luther King; como también se conoce la biografía del senador demócrata, desde su encumbramiento en Chicago de la mano de oscuros personajes, a su amistad con terroristas convictos y nunca arrepentidos.

Es más, el propio Obama ha dado algunas pistas sobre lo que haría de llegar a la Casa Blanca: en materia económica, una política fiscal con el objetivo de una mayor redistribución de la riqueza, muy en línea con los programas socialistas de los europeos; en política internacional, promover el diálogo, aunque lo atempera añadiendo desde la firmeza. Sus instintos reflejos son del gusto de Zapatero.

Obama promete un cambio que no puede realizar. América no está en condiciones de llevarlo a cabo, ni financiera ni militar ni políticamente. Tal vez por eso toda la canalla de anti-americanos desee que sea él el próximo presidente. Porque con él, América se promete más débil, más aislada y, por lo tanto, menos exigente y menos peligrosa.

Contra todo pronóstico, bien por él, bien por desconfianza hacia su adversario en la carrera presidencial, McCain todavía no está derrotado. Y en menos de 24 horas sabremos de la voluntad del pueblo americano. Uno de los últimos anuncios televisivos republicanos se basa en la frase del candidato a vicepresidente con Obama, el senador Biden, cuando aviso de que el mundo sometería en menos de seis meses a un test a la nueva administración si salía elegido Obama. Como asegura McCain en este spot, "no tiene por qué ser así". Para evitarlo sólo hay que dejar de votar a Obama y votar por McCain. A menos de un día del recuento de votos, que gane Obama "no tiene por qué ser así". Basta con que los americanos prefieran la seguridad al salto a lo desconocido. Si eligen el cambio que promete Obama, todos los vamos a sentir, antes que después.

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