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Emilio J. González

¿Qué hace falta para reaccionar?

Zapatero sigue en su idea de que aquí a nadie le va a faltar de nada porque para eso está el Estado y decide que los parados puedan demorar dos años el pago de la hipoteca, como si eso fuera a resolver el problema de los que se quedan sin empleo.

¿Qué necesita el Gobierno para empezar a reaccionar ante la gravedad de la crisis económica? ¿Qué hace falta para que Zapatero y los suyos se dejen de operaciones de marketing y propaganda y comiencen a tomar medidas? ¿Qué se precisa para que los sindicatos reaccionen ante la gravedad de la situación socioeconómica? Porque los datos y previsiones para la economía española no pueden ser más nefastos de lo que ya son.

De entrada, el paro aumentó el pasado mes de octubre en, ni más ni menos, que 200.000 personas, el crecimiento mensual más elevado de toda la historia, lo que ya debería servir de por sí para disparar todas las alarmas de Moncloa. Pero es que, además, después de este mal resultado, la cifra total de desempleados asciende a 2,8 millones, cerca ya de los tres millones, un número considerado en el pasado como un verdadero drama. Y lo malo es que esto no termina aquí sino que, por desgracia, no ha hecho más que empezar. Según la Comisión Europea, siempre muy prudente en sus previsiones económicas, España tendrá el año próximo una tasa del paro del 15%, frente al 11,4% actual, mientras que la CEOE extiende sus cálculos hasta 2010 y sitúa ese porcentaje en el 17% para ese ejercicio; tasas ambas que serían de verdadero escándalo en cualquier país desarrollado. Esas estimaciones hacen saltar por los aires las optimistas previsiones del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que dijo que en el peor momento de la crisis, el paro nunca superaría el 11%. Pues lo ha hecho este año, con creces, cuando los problemas no han hecho más que empezar. Sin embargo, al Ejecutivo eso parece importarle poco excepto en términos de imagen porque, aquí, medidas reales para arreglar las cosas, ninguna.

Como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, las previsiones acerca de la evolución de la crisis que Zapatero presentó en su reciente comparecencia en el Congreso de los Diputados también se han convertido, en el mejor de los casos, en un ejercicio fallido de optimismo antropológico. El presidente del Gobierno dijo que la economía tocaría fondo hacia mediados del año que viene para, a partir de entonces, recobrar el pulso y crecer a un ritmo del 3% en 2010. Pues bien, ahora Bruselas dice que nos esperan nueve meses de recesión y dos años de estancamiento. Es decir, que tenemos crisis para rato y, sabiéndolo, el Gobierno sigue sin hacer nada y los sindicatos miran hacia otra parte. Si esto hubiera ocurrido con el PP, a estas alturas ya estaría convocada una huelga general, pero por lo visto a las centrales lo que les importa no es el bienestar de aquellos que dicen representar sino, en última instancia, que sigan gobernando los suyos, o sea, el PSOE. Todo sea por la izquierda.

España, sin embargo, no puede seguir así por más tiempo porque el paro, en última instancia, no es una cuestión de cifras sino de sufrimiento y de dignidad humana. Precisamente por ello hay que hacer todo lo posible por resolver los problemas económicos, no para que las empresas ganen más dinero –que está muy bien que lo hagan– sino para que las personas tengan un medio de vida, que es la base de la dignidad humana, la justicia social y la libertad.

Estas condiciones a Zapatero le importan poco, como viene demostrando desde hace tiempo, porque lo que pasa en la economía española se veía venir de lejos. Lo único que cambia es que la crisis financiera internacional ha agravado todavía más un problema que ya era de por sí notable porque nosotros ya teníamos nuestra propia crisis, derivada del estallido de la burbuja inmobiliaria, de la pérdida constante de competitividad y de no haber hecho nada durante cuatro años en materia de reformas estructurales. Y lo malo es que el Gobierno, pese a la que está cayendo, sigue en la misma actitud. Frente al mal dato que acaba de conocerse, Zapatero sigue en su idea de que aquí a nadie le va a faltar de nada porque para eso está el Estado y decide que los parados puedan demorar dos años el pago de la hipoteca, como si eso fuera a resolver el problema de los que se quedan sin empleo cuando, más bien, a quien beneficia es a las entidades crediticias, que se evitan el tener que anotar más insolvencias en su cuenta de resultados.

Zapatero y su Ejecutivo, además, continúan sin aportar ideas propias para combatir la crisis, porque eso del aplazamiento del pago de la hipoteca ya lo estaba barajando Bush para Estados Unidos. Por lo que estamos viendo hasta ahora, aquí nos limitamos a copiar las propuestas y medidas de otros para dar la sensación de que se hace algo para afrontar la crisis cuando la realidad es muy distinta. El presidente del Gobierno, por lo que estamos viendo, sigue convencido de que la crisis se arreglará por sí sola. Por supuesto, muerto el perro se acabó la rabia. Sin embargo, ni se puede ni se debe llegar a ese extremo porque al hablar de economía lo hacemos también de personas, que son las que de verdad importan. Resolver el problema, por tanto, se convierte no sólo en un imperativo económico sino también, y ante todo, moral. Para ello no hace falta ser demasiado imaginativo porque lo que hay que hacer se conoce desde hace tiempo y se le viene diciendo al Gobierno por activa y por pasiva: hace falta voluntad para adoptar las decisiones adecuadas y entender que la economía importa, dos cosas de las que carece Zapatero. Y luego quiere ir a la Cumbre de Washington a dar lecciones.

¿Qué hace falta para que Zapatero empiece a reaccionar ante la crisis? Probablemente, esta sea la pregunta del millón.

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