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Obama y su mundo

En el poder se aprende a manejar las maquinarias administrativas para que ejecuten las decisiones, no se aprende qué decisiones hay que tomar. Las que Obama trae aprendidas dan escalofríos. La esperanza reside en su cínico oportunismo.

Si se confirma lo que ya se da prácticamente por seguro, 52-47, la victoria de Obama es cómoda pero no aplastante y por debajo de lo previsto por la media de las encuestas. Quizás lo suficiente para que la izquierda no dé demasiado la matraca con el mítico "efecto Bradley", no votar a un negro pero tampoco confesarlo. Son muchos, muchísimos más los votos que ha obtenido por obra y gracia del color de su piel que los que pueda haber perdido por ese motivo. Dada la enorme ventaja de partida, el antibushismo dominante y el mayor número de demócratas que republicanos, alrededor de un 12% –quizás hasta un quince– no es un mandato para hacer grandes revoluciones pero, por encima de todo, la que Obama tratará de hacer es expulsar a los conservadores del juego político. Tiene muchas bazas pero no todas. Domina a placer la Cámara de Representantes pero su mayoría en el Senado, gracias a la regla del 60% para muchas leyes, se queda un paso por detrás del poder omnímodo. ¿Qué hubiera sucedido sin el empujón de la crisis económica? ¿Y si McCain hubiera sabido hacer una campaña más agresiva revelando el radicalismo del verdadero Obama y las graves culpas de los demócratas en la crisis?

Obama, por encima de diferencias ideológicas, encaja en el modelo estándar de político. Los profesionales no salen del colegio de doctores y licenciados en Ciencia Política y tienen la costumbre de ignorarlo todo sobre economía y relaciones internacionales. En el poder supremo, lo primero lo delegan. Lo segundo tienen que aprenderlo malamente a marchas forzadas, a no ser que abandonen los intereses nacionales y se refugien en los partidistas domésticos, lo cual es imposible para el número uno del país número uno. Son con frecuencia abogados y suelen saberlo todo, o eso se espera, sobre la gramática parda de la política. También en eso encaja perfectamente. Siempre viene muy bien que hayan tenido experiencia ejecutiva al nivel que sea, municipal, autonómico o nacional. Mejor al más alto posible. Incluso en la empresa privada, porque la capacidad de dirigir equipos y tomar decisiones difícilmente se improvisa. Cuanto menor es la experiencia más hay que recurrir a los dogmas ideológicos.

En el poder se aprende a manejar las maquinarias administrativas para que ejecuten las decisiones, no se aprende qué decisiones hay que tomar. Las que Obama trae aprendidas dan escalofríos. La esperanza reside en su cínico oportunismo. Mucho ha cambiado a lo largo de la campaña, con algunos giros de media vuelta y no una, sino dos veces. Pero para rizar el rizo, los demócratas, aunque llevan dos años dominando un parlamento con los índices de popularidad más bajos de la historia y más miserables que los de cualquier otra institución pública –la mitad o menos que los deprimentes de Bush– llegan con espíritu de venganza y más radicales que nunca en la historia de los Estados Unidos. El único freno para Obama es pensar en lo que le beneficia o perjudica cara al 2012. Un exceso de radicalismo podría ser contraproducente con unos republicanos que están lejos de haber fenecido, pero lo mejor para él es que sea lo suficiente para ponerlos fuera de juego.

Su margen en política extranjera es mucho menor. Hay realidades que se imponen. Por mucho que haya querido perder en Irak no se va a retirar ahora cuando tendría que asumir las culpas de una debacle. Venderá lo mejor que pueda, y es buen buhonero, la reducción de fuerzas. Pero ya lo está haciendo Bush. Si Irán se sale con su bomba, si pone en peligro visible a Israel, su propio mundo se le viene encima. Tiene que tener tanto miedo a otro atentado terrorista como Zapatero, ya no tendría a quien colgarle los muertos. Su gran éxito sería cazar a Bin Laden. Bush ya ha comenzado a intervenir del lado paquistaní de la frontera, como Obama había prometido. Este es un mundo lleno de penumbras.

Por mucho entusiasmo que le muestre Europa no debe hacerse ilusiones. Su primer viaje, cuanto antes, será triunfal, como el discurso de Berlín. Pero Europa no lo ama para aumentar su compromiso con el hegemón, sino para reducirlo a unprimus inter pares, más par que primo. A Zapatero le va a costar más de un batallón en Afganistán la visita a España y eso si alguien no se la hace tóxica previamente publicando la foto de la sentada ante la bandera americana. Los demás no están por aumentar el esfuerzo bélico. Las masas lo esperan con trepidación, los dirigentes con cierto temblor. Las visitas misioneras a la escoria de la comunidad internacional –Chávez, Ahmadinejad y compañía– ofrecen pocas perspectivas de rentabilidad. Algún paripé tendrá que hacer, pero por ahí no cabe esperar muchas ganancias. A Rusia la tiene difícil y China no hace la menor concesión al color de la piel ni a la retórica inflamada. Obama ha revolucionado el mundo en apariencia, veremos en qué medida el mundo revoluciona a Obama.

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