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CIENCIA

Una noticia, una foto y un personaje

Sí, sé que podríamos empezar un resumen como éste recordando el soberano batacazo que se han dado las tesis ecoalarmistas sobre el calentamiento global, enfangadas entre escándalos de manipulación de datos, emails desenmascaradores, cumbres fracasadas y fríos polares. Pero prefiero hablar de ciencia.

Sí, sé que podríamos empezar un resumen como éste recordando el soberano batacazo que se han dado las tesis ecoalarmistas sobre el calentamiento global, enfangadas entre escándalos de manipulación de datos, emails desenmascaradores, cumbres fracasadas y fríos polares. Pero prefiero hablar de ciencia.
Podríamos comenzar también recordando que la gripe A no ha supuesto el predicho colapso de nuestro sistema sanitario universal, a pesar de lo cual seguimos teniendo una tecnología de prevención manifiestamente mejorable, demasiado expuesta al viento del destino (si el bichito hubiera sido de verdad maligno ahora estaríamos hablando de otra cosa) y sometida a un atroz monopolio informativo que se cuece en las cocinas de gobiernos paternalistas, precavidos en exceso, temerosos de las crisis... que deciden en cada momento qué debemos saber y qué no (casi siempre se decantan por esto último). Pero prefiero hablar de ciencia.

Podríamos encabezar esta columna sacando del baúl de los recuerdos algunos recortes de prensa de cuando este país iba a ser la avanzadilla europea en I+D+I, en aquellos tiempos en los que nuestro presidente inauguraba el Año de la Innovación con fastos propios del mejor Hollywood y aún no tenía en mente el tijeretazo vil que iba a pegar a nuestros presupuestos científicos, meses después. Pero, insisto, prefiero hablar de ciencia.

Es decir, que prefiero abrir este balance con lo último de lo último: el anuncio por parte de un equipo del Instituto Wellcome Trust Sanger (Inglaterra) del primer descifrado completo del genoma de dos tipos graves de cáncer: el de pulmón y el de piel. Los científicos han descubierto que el tumor pulmonar más pernicioso está provocado por cerca de 23.000 modificaciones en el ADN, y el melanoma por cerca de 30.000. Lo más importante de este trabajo es que se ha demostrado que la mayor parte de estas mutaciones tiene que ver con factores ambientales (el consumo de tabaco en el primer caso y la exposición a radiaciones solares en el segundo).

Se abre así una interesante vía de investigación para determinar hasta qué punto la herencia genética condiciona el desarrollo de esta enfermedad. Es sabido que el cáncer es un mal profundamente arraigado en los genes. Pero también se sospechaba que la exposición a determinadas condiciones ambientales es un factor desencadenante de la expresión genética defectuosa. Este trabajo de Nature lo corrobora y permite soñar con nuevas estrategias terapéuticas. De momento, la guerra contra el cáncer se centra en tres armas: la cirugía extirpadora, la quimioterapia o la radioterapia. Conocer las bases genéticas del mal podría ayudar a trazar acciones más avanzadas encaminadas a modificar sólo los segmentos de ADN dañados o potencialmente "dañinos". Por desgracia, para que esta idea adquiera relevancia clínica aún habrán de pasar unos cuantos resúmenes anuales como éste.

Si el cáncer ha aportado la noticia de última de hora, la foto del año no puede ser otra que la de 3C454.3: una potentísima emisión de rayos gamma capturada por el telescopio espacial Fermi en las cercanías de la constelación de Pegaso.

¿A qué viene tanta relevancia? Pues, sencillamente, a que se trata de la emisión persistente más brillante jamás capturada por un artilugio humano. El récord pertenecía antes a Vela, un púlsar de nuestra galaxia. 3C454.3 es un blazar, es decir, una potente fuente de energía variable que encuentra su origen en las proximidades de un agujero negro. Se cree que podría tratarse del canto de cisne emitido (en forma de chorro de partículas relativísticas) por objetos supermasivos (incluso galaxias enteras) al ser engullidos por un agujero negro. Es por eso por lo que pasan por ser los sucesos más violentos del Universo. La principal peculiaridad de estos blazars es que, por azar, uno de los chorros de materia que emiten queda orientado directamente hacia la Tierra. Como si se trata de la luz giratoria de un faro que impacta sobre nuestras retinas de cuando en cuando, los rayos gamma de los blazars nos aportan valiosísima información de la distancia a la que se encuentra el núcleo activo de la galaxia que lo está engullendo. Por eso se pueden utilizar como balizas para demarcar la inmensidad cósmica. En concreto, la galaxia madre de 3C454.3 está a miles de millones de años luz de la Tierra.

Ya tenemos la noticia de última hora y la foto más relevante... Un resumen que se precie no puede prescindir del personaje del año. En este caso, toda la prensa científica se ha puesto de acuerdo: el premio es para Ardi.

Con ese nombre se conoce a la hembra portadora de un esqueleto encontrado en las cercanías del curso medio del río Awash, en la región de Afar, Etiopía. Los huesos han sido datados en casi 4,4 millones de años, lo que los convierte en los restos fósiles de homínido más antiguos. Los homínidos conforman un grupo al que pertenecemos los humanos, junto a muchas especies similares ya desaparecidas, pero no los chimpancés ni otros grandes simios. Es decir, que Ardi (nombre popular de Ardipithecus ramidus) nos acerca al lejano momento en el que vivió el ancestro común de los homínidos y los monos. Ese momento pudo tener lugar hace más de 7 millones de años. De hecho, Ardi es el esqueleto homínido completo más antiguo, pero existen restos parciales de otras dos especies anteriores: Sahelanthropus tchadensis (de hace 7 millones de años) y Orrorin tugenensis (de hace 6).

¿Por qué son importantes estos huesos? Porque nos muestran cómo eran los seres que nos alejaron definitivamente de los chimpancés. Contrariamente a lo que tendemos a repetir mecánicamente, el hombre no procede del mono. Lo que ocurre es que hombres y monos compartimos un abuelo común. Hasta que ese abuelo aparezca, lo único que los paleontólogos pueden hacer es seguir tirando hacia atrás del hilo de nuestra especie para recrear los rasgos propios que diferenciaron al ser humano de los demás primates. Ardi es el lo más lejos que hemos llegado, de momento. Era una hembra adulta, robusta, de cerca de 50 kilos de peso, repartidos en un cuerpo de 1,20 metros de altura. Los restos de sus molares apuntan a que era omnívora: aunque prefería los frutos de árboles como la higuera, también se alimentaba con setas, caracoles y pequeños vertebrados. Sus manos y su espalda, muy flexibles, le permitían adoptar posturas más versátiles en los árboles que los monos (incluso nidificar en ellos); pero, sobre todo, le dieron la oportunidad de caminar en postura cuasi bípeda (aún apoyaba las manos en el suelo para sujetarse). En el suelo recogía frutos, se desplazaba y cazaba algún animalillo. Luego subía a las copas de los árboles para comer y descansar oculta entre las ramas. Era, pues, una máquina biológica a medio camino entre la vida arborícola y la tierra firme: más preparada que los monos para andar pie a tierra, pero más lenta para desplazarse de rama en rama.

Su reconstrucción nos ha permitido mirar cara a cara a un ser a cuyo éxito evolutivo puede que debamos parte de nuestro presente.

Si hoy podemos vacunarnos contra la gripe A, reírnos de la torpeza manipuladora de los calentólogos y quejarnos del recorte de los presupuestos para ciencia... es gracias a que muchos ardis se las apañaron la mar de bien para sobrevivir en el duro entorno del bosque tropical que era, hace 4 millones de años, la región etíope de Afar.
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