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ARGENTINA
Una bandera
La única razón de las jurisdicciones territoriales es para evitar los riesgos de concentración de poder que implicaría un gobierno universal. Alberto Benegas Lynch (h)

Frédéric Bastiat escribió en 1849 que "Si el gobierno no permite que las mercaderías crucen libremente las fronteras, las cruzarán los ejércitos". Por su parte, Jorge Luis Borges, en 1983, apuntó que "Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de una mitología peculiar, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas serán inevitables las guerras" y también que "Vendrá otro tiempo en el que seremos cosmopolitas, ciudadanos del mundo como decían los estoicos, y desaparecerán como algo absurdo las fronteras".

Para bien de la humanidad, Bastiat y Borges están acompañados en sus cavilaciones por numerosos pensadores que sostienen que la única razón de las jurisdicciones territoriales es para evitar los riesgos de concentración de poder que implicaría un gobierno universal. Pero de ahí a tomarse las fronteras como vallas infranqueables para el tránsito de personas y bienes, hay un salto lógico inaceptable. Las xenofobias alentadas por los nacionalismos constituyen un peligro de proporciones mayúsculas. Incluso, como decía Jorge García Venturini, las más de las veces "los partidos de fútbol entre países exacerban los nacionalismos y los odios entre locales y extranjeros".

Recuerdo una vez que, siendo rector de una institución académica, en un acto de graduación, uno de los profesores invitados me sugirió que, en lugar de oír los acordes de himnos nacionales que generalmente aluden a las "águilas guerreras" y a "las conquistas" por las armas, transmitiera la novena sinfonía de Beethoven. Esta composición musical –a pesar de que su autor la escribió durante seis años estando ya sordo– en verdad Beethoven la escuchaba nítidamente en su interior junto a los cantos a la libertad y a la fraternidad de toda la raza humana tan bien insertada en la "Oda a la alegría" donde corona maravillosamente la obra con la letra del gran liberal Schiller.

Pienso que no es constructivo el clima habitual en los colegios, donde aparece el alumno uniformado, marchando al son de cánticos patrios donde muchas veces se filtra explícita o implícitamente el espíritu guerrero, rodeado de escarapelas y banderas. Esta parafernalia es reforzada cuando los padres regalan a sus hijos soldaditos, aviones de caza, tanques y armas de juguete para que se entretengan en el arte de la destrucción masiva.

Pero habiendo dicho todo esto, que es lo que pienso y sostengo, ocurrió que en la circunstancia menos pensada y sin previo aviso, súbitamente se me encogió el alma y se me hizo un nudo en la garganta cuando divisé una peculiar bandera argentina, por cierto desconectada de toda fecha patria y del fútbol. Iba raudamente por una autopista en Buenos Aires que conecta la costanera con la avenida 9 de Julio. A la derecha hay lo que eufemísticamente se denomina una "villa de emergencia" para no decir un conjunto de latas y materiales precarios que dan vivienda a personas que se desenvuelven en la más espantosa miseria, incrustados en medio de la ciudad, víctimas todos ellos de gobiernos que en nombre de la "justicia social" y otras bellaquerías han usado el aparato estatal para masacrar a la población en combinación con muchos barones feudales, mal llamados empresarios, que viven del privilegio y la prebenda oficial.

En medio de esta pobreza extrema y de casuchas semiderruídas, sin agua potable y sin cloacas, se alza un mástil que sobrepasa en altura a aquellos techos del rancherío miserable, en cuya parte superior flameaba la susodicha bandera de regular tamaño. La fotografía me quedó estampada en la retina. Se me ocurrió pensar que este símbolo está muy lejos de esconder agresividad para con el extranjero, no me pareció que transmitía queja alguna sino que era un modo de irradiar esperanza y convicción en que la Argentina, hoy postrada por las tropelías de sus gobernantes, tiene futuro.

Desde esa humilde vivienda se proclamaba a los cuatro vientos un mensaje de que es necesario redoblar los esfuerzos para contrarrestar tanta desdicha y tristeza en pos de un país tal como lo soñaron nuestros mayores. Imaginé que esa señal nos instaba a volver a nuestros orígenes cuando la Argentina era uno de los lugares más prósperos y progresistas del planeta, debido al respeto al prójimo que imponían sus instituciones. Divisé ese emblema de modo fugaz pero retengo la estampa señera como un ruego, casi como un llanto que reclama cordura y sensatez en medio de tanta desazón. Una bandera atípica si se quiere, pero una divisa que se me hace un reflejo de dignidad y entereza que debe ser oída. Un alarido de dolor que solamente se mitiga con la idea de un futuro promisorio... a condición de que ese flamear tan acogedor, sereno y a la vez punzante no sea olvidado por los distraídos de siempre.

Alberto Benegas Lynch (h) es vicepresidente–investigador senior de la Fundación Friedrich A. von Hayek de Argentina.

© AIPE

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