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DISCURSO ÍNTEGRO del presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy

(Libertad Digital)  "Señor Presidente, señorías, los pasados días 22 y 23 de marzo tuvo lugar, como hemos escuchado al señor Rodríguez Zapatero, un Consejo Europeo de primavera. Se trataba de uno de los Consejos de mayor trascendencia para el futuro del bienestar económico y social de los ciudadanos europeos y españoles. Es lamentable que, una vez más, hayamos podido constatar que su señoría no dio la talla.
 
Para ser exactos, ni siquiera se hubiera notado su ausencia. Acudió sin ideas definidas, huérfano de criterios y provisto del mejor talante para dejarse dirigir. Corríjame si me equivoco, pero no consta que usted en los temas esenciales, Estabilidad y Agenda de Lisboa, abriera la boca como no fuera para sonreír a los fotógrafos.
 
En efecto, señor Zapatero ¿Cuáles fueron sus intervenciones? ¿Qué es lo que ha defendido? ¿Y con qué criterios? No me cuente usted lo que ocurrió en la Cumbre, que eso ya nos lo contaron los periódicos. Su señoría comparece aquí hoy para darnos cuentas de lo que ha hecho en nuestro nombre, si es que hizo algo; de cómo ha administrado la confianza de los españoles y cómo ha defendido nuestros intereses, si es que ha llegado a ese extremo.
 
Se lo digo como lo pienso: no sé a qué va usted a las cumbres europeas. Veo que se las toma como si fueran un cóctel o un mero acto social, es decir nada que tenga que ver con trabajar, con asegurar logros y evitar pérdidas… Lo lamento muchísimo, pero parece usted siempre más preocupado por sus fotografías que por los problemas de los españoles.
 
¿Acaso no nos afectaba lo que allí se decidiera? ¿Es que a España le daba todo igual?
 
No por cierto. Como enseguida explicaré, España tenía mucho que ganar y mucho que perder. Nada le daba igual. Es a usted a quien, por lo visto, le daba todo igual.
 
Hemos llegado a unos extremos, señor Zapatero, que ya ni siquiera reclamo que sea usted competente. Tampoco le pido que sea serio porque parecería que reclamo un imposible. Lo que le ruego encarecidamente es que, por lo menos, cuando ejerza usted como nuestro representante, recuerde que es usted español.
 
Porque, una vez más, como suele ocurrir cada vez que usted atraviesa la frontera,  no ha tenido ningún reparo en apoyar decisiones que perjudican objetivamente a España. Se lo voy a explicar en muy pocas palabras:
 
España, señoría, era uno de los pocos países europeos que iba bien y que podía presentar, año tras año, un balance muy positivo, porque a pesar de la crisis económica sabía mantener su crecimiento e incrementar su empleo.
 
Y esto no ha ocurrido por casualidad. Ha ocurrido porque  hicimos las cosas bien. Ha ocurrido porque desde 1996, es decir, desde que comenzó a gobernar el PP, se aplicó en España una política económica cuyos frutos conocen los españoles, reconoce la Unión Europea y han merecido el aplauso sostenido del ex comisario Solbes que ahora se sienta en el banco azul. Esto es natural, porque los efectos positivos de esa política no puede discutirlos ninguna persona seria y, supongo, menos aún los discutirá usted que, objetivamente, vive de las rentas de aquellos esfuerzos. No en balde ha heredado las finanzas públicas más saneadas de nuestra historia reciente.
 
 Como todo el mundo sabe, al menos todo el mundo que se interesa por la economía, las bases de esta política del Partido Popular fueron la estabilidad macroeconómica —de la que es parte inseparable la estabilidad presupuestaria— y las reformas económicas, especialmente las reformas tributarias.
 
No estoy hablando de un capricho español, señoría. Todos nuestros socios europeos compartían esta política.
 
Fíjese usted: La estabilidad presupuestaria era una cuestión tan importante en Europa que, para ingresar en el selecto club de países del euro, era necesario, y sigue siéndolo, demostrar que se es capaz de lograrla y de mantenerla en el tiempo.
 
No voy a recordar los términos insultantes, despreciativos y peyorativos con que se referían, tanto a nosotros como a los italianos, griegos o portugueses, cuando pretendíamos entrar en el club en su momento fundacional. “¿Cómo pretenden éstos, con un déficit descontrolado y una deuda pública creciente entrar en la Unión Monetaria?”, decían entonces los que hoy tienen que tapar sus vergüenzas. Parecía imposible, es cierto.
 
Entonces llegó el Partido Popular al Gobierno. No fue fácil, tal y como ustedes dejaron las cosas, cumplir los requisitos que exigía la incorporación al euro. Nos costó mucho trabajo y muchos sacrificios. Yo mismo, como ministro de Administraciones Públicas, tuve que sufrir las manifestaciones de los funcionarios porque en el año 1997 vieron congeladas sus retribuciones. Hubo que pasar por muchas cosas y tomar medidas muy impopulares. Pero se tomaron, que en eso consiste gobernar responsablemente o, sencillamente, gobernar. Nosotros, gobernábamos.
 
Se hicieron los sacrificios necesarios y mereció la pena. Cumplimos los requisitos y, por primera vez, España llegó a tiempo a una cita europea.
 
Tan importante era esta cuestión, que los once países que fundamos el euro quisimos —al mismo tiempo que creábamos la moneda única— mantener e incluso incrementar nuestro compromiso con la estabilidad presupuestaria.
 
Así, en mayo de 1998, no sólo pasamos a la tercera fase de la Unión Económica y Monetaria y el euro se convertía en la moneda de once estados de la Unión Europea, sino que se firmamos ese pacto que usted, ahora, ha contribuido a arruinar.
 
Este pacto, con sus instrumentos de vigilancia y sanción, garantizaba la estabilidad de la moneda, evitaba que aumentara el endeudamiento público, impedía que los déficits hicieran subir los tipos de interés y penalizaba las transgresiones para que ningún país pretendiera aprovecharse del esfuerzo de  los demás y perjudicara las economías de todos.
 
El gobierno español del Partido Popular no tuvo ningún inconveniente en aceptar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Es más, lo apoyó con total convencimiento, pues no se trataba de otra cosa que de aplicar en el ámbito comunitario las mismas recetas que se habían aplicado en España y que tan buenos resultados estaban dando.
 
Todo esto se lo puede explicar a usted muy bien el señor Solbes, su Vicepresidente económico, que cuando era Comisario Europeo defendió con mucha energía el Pacto de Estabilidad.
 
Todos en Europa estábamos de acuerdo en esto, señoría, porque, a día de hoy, no existen economías de derechas o de izquierdas. Hay políticas económicas buenas y malas, justas e injustas, razonables e insensatas. Las hay que nacen de la reflexión y las hay que se improvisan. Las hay que aseguran el progreso de la sociedad y las hay que la llevan a la ruina. En España hemos visto de todo.
 
La nuestra era buena y todos, en Europa, estábamos de acuerdo. De usted no lo puedo asegurar porque entonces, igual que hoy, no destacaba por tener opiniones propias.
 
Pues bien, señoría, esto es lo que usted, que es tan europeísta, se ha cargado. Esto —que objetivamente era un bien común europeo— es lo que este consejo de primavera, con su ayuda, se ha cargado el 22 de marzo. Ha dado usted el visto bueno a una reforma del Pacto de Estabilidad que virtualmente lo anula porque lo convierte en un instrumento inútil.
 
Sí, señoría, inútil porque ya no garantiza la estabilidad que pregona. Ni siquiera la estimula. Al contrario, alienta el déficit y la indisciplina. Eso sí, de manera arbitraria. Usted podrá ahora cumplir el gran sueño socialista de gastar más de lo que ingrese y sacudir el bolsillo de los españoles. Pero le van a poner un límite. Sin embargo, sus amigos Chirac y Schröeder, los grandes triunfadores de la tarde, podrán hacer lo que les dé la gana sin que nadie les tosa. Han conseguido confundir las reglas de modo que las sanciones se apliquen o no a los países en función de su  influencia. Esto ya lo profetizaba el señor Solbes cuando dijo (diciembre del 2003): Si pasamos de un sistema basado en reglas a un sistema basado en decisiones políticas, nunca más estará asegurado un trato igualitario a todos los países.
 
Eso es lo que han hecho. Tratar bien a los poderosos y apretar las clavijas a los débiles. Se ve, señoría, que ese fervor progresista e igualitario que tanto pregona usted consiste en aplicar la conocida ley del embudo. ¡Viva la egalité!
 
Señorías, inauguramos una era de incumplimientos en la cual nos irá mal a todos porque, como también vaticinaba el señor Solbes, esto traerá aparejado tipos de interés más altos y un crecimiento menor.
 
Es muy fácil tomar decisiones frívolas: basta con olvidarse de las consecuencias. Pero las consecuencias, como sabemos las personas adultas, existen y, antes o después, más bien antes que después, llegará el dinero caro, el desempleo y la mudanza de las empresas. Este es el futuro que usted ofrece a los españoles. De poco servirá lamentarlo cuando no tenga remedio.
 
¿Cómo se entiende todo esto, señorías?
 
Resulta que el Pacto de Estabilidad era muy importante para Europa y, de repente, deja de serlo. ¿Cómo se entiende?
 
¿A qué responde este empeño por hacer las cosas mal, tirar piedras contra nuestro tejado y apostar por el estancamiento?
 
El señor Zapatero es un maestro de la paradoja: Cuando los españoles no éramos capaces de ajustar nuestra economía, no se permitía que nuestra desidia pudiera contaminar las economías de los miembros del club y se nos exigían reformas drásticas.  Ahora que los dos países más grandes no son capaces de ajustar sus economías porque no tienen el valor que nosotros tuvimos para afrontar las reformas necesarias, y no están dispuestos a sacrificarse, les damos nuestra bendición para que contaminen nuestra economía y hagan inútiles los esfuerzos de los demás. ¿Cómo se entiende?
 
¿Y cómo se entiende que el señor Zapatero, que es tan europeísta, respalde estas cosas? ¿Acaso ha cambiado de criterio? No, porque nunca lo ha tenido. ¿Lo hace para defender mejor los intereses europeos o, al menos, los intereses españoles? No, porque ambos han salido muy perjudicados. ¿Entonces?
 
Eso es lo triste, señorías,  que lo ha hecho, exclusivamente, para defender los intereses del señor Chirac y del Señor Schröeder. Ni siquiera los intereses de Francia y de Alemania. No: Los intereses políticos concretos del señor Chirac y del señor Schröeder que se lo llevan cuando quieren al huerto con dos fotógrafos y tres palmadas. ¿Conoce su señoría la fábula de la zorra y el cuervo? Repásela a ver si le sugiere algo.
 
El caso es que ellos han sido más listos para imponer sus condiciones. Más aún: han sabido ser tan persuasivos que los europeos nos disponemos a sacrificar nuestro futuro para que ellos salven la cara.
 
¿Cómo se puede entender que las economías más anquilosadas de Europa marquen el ritmo a los demás?
 
No se puede entender, pero así ha sido. Ellos han decidido que en este consejo se firmara el certificado de defunción de la estabilidad presupuestaria en Europa, y, usted, olvidando que  estaba allí como representante de los españoles y no del señor Chirac, ha contribuido sin complejos a la misma.
 
¿Es que nuestra situación es la misma que la de ellos? No lo parece. Tanto el señor Chirac como el señor Schröeder tienen motivos políticos concretos para esta relajación. Cumplir el pacto de estabilidad les impone unos deberes demasiado amargos para su paladar y capaces  de irritar muy seriamente a sus ciudadanos. No quieren líos porque uno de ellos se enfrenta a un referéndum decisivo y el otro a unas elecciones generales. No están dispuestos a jugarse el tipo. No quieren nada que cueste esfuerzos, sacrificios y, sin duda, votos. A usted, seguramente, le parece bien esta manera de entender la política.
 
Ellos, evidentemente, juegan al corto plazo. Saben que a la larga sus países pagarán las consecuencias pero, de momento, se han librado de las sanciones, de los esfuerzos que exigía la agenda de Lisboa y de las reformas. Son políticas miopes de pan para hoy y hambre para mañana.
 
Pero, ojo, usted no tiene los problemas de ellos: ni un referéndum, ni unas elecciones, ni una sociedad estancada y aferrada a sus privilegios.
 
¿Qué excusa puede usted alegar?
 
No me extenderé señorías sobre los fallidos acuerdos de Lisboa.
 
Todos ustedes recuerdan que dos años después de aprobar el Pacto de Estabilidad, se planteó, con el impulso decidido del gobierno de España, una estrategia comunitaria de reformas económicas que fue plasmada en las conclusiones del Consejo Europeo de Lisboa. Se trataba, una vez más, de trasladar al ámbito europeo el tipo de política que resultaba eficaz en España para promover el crecimiento y el empleo.
 
Aquella iniciativa tuvo muy buena acogida, tanta que, a partir de entonces, se ha celebrado todos los años un Consejo Económico de primavera para tratar estos asuntos, Consejo del que el Presidente de Gobierno ha venido hoy a hablarnos.
 
Todos estábamos de acuerdo, incluido el señor Solbes, en que la flexibilidad de los mercados constituye un mecanismo imprescindible para enfrentarnos a la competencia y a las oportunidades que plantea la globalización. Fíjese, Sr. Rodríguez Zapatero, que algunos pensaron que por la cercanía al Sr. Solbes algo se le podría pegar, pero hoy están convencidos que la contaminación ha sido al revés.
 
La flexibilidad y la capacidad de adaptación a una economía globalizada es  también imprescindible para alcanzar el pleno empleo. Por eso, la flexibilidad de los mercados se planteó en Lisboa, en abril del 2000, como estrategia para alcanzar ese objetivo  del pleno empleo. Los países como Irlanda o España —que ya hemos transitado un buen trayecto por este camino— hemos crecido y generado una gran cantidad de empleo. Por el contrario, Francia, Alemania e Italia —que han desequilibrado sus cuentas públicas y mantienen enormes rigideces— apenas crecen y destruyen empleo.
 
Pues bien, de aquellos propósitos queda muy poco ya. En este Consejo se ha hablado, con razón, de la falta de impulso de la economía europea.
 
¿Por qué está perdiendo Europa el tren de la economía mundial? ¿Por qué pierde competitividad? ¿Qué es lo que se está haciendo mal? Según el señor Zapatero, nada, porque ni su indiferencia le permite preocuparse de la realidad objetiva ni su autocomplacencia reconocerla.
 
Lo que ha ocurrido en Bruselas es que por la imposición de Francia y Alemania, hemos “descafeinado” los Acuerdos de Lisboa para que no molesten.
 
Estos retrocesos en el proyecto europeo y en la eficiencia de los mercados redundarán negativamente sobre el crecimiento comunitario que en los años ochenta era del 2,5%, en los noventa del 2% y actualmente se puede situar en el 1,5%.
 
Europa se está parando, sí. La están parando aquellos gobiernos que le dictan a usted las reglas y la está parando usted que no tiene inconveniente en apoyar cualquier medida, por retrógrada que sea, con tal de que proteja los intereses franco-alemanes.
 
Una vez más, con la ayuda de su señoría, el presidente francés se ha salido con la suya y ha hecho firmar a los otros 24 el compromiso de que reformarán la directiva de liberalización de servicios que tanto irrita a los sectores más anquilosados de la sociedad francesa y que están dispuestos a cualquier cosa con tal de que ni ellos ni los demás nos incorporemos al siglo XXI. Y todo esto, con el apoyo del señor Zapatero en aras del progreso.
 
Gracias a ello, la agenda de Lisboa duerme ya el sueño de los justos; los deseos de dinamismo, prosperidad, competitividad y pleno empleo se los ha llevado el viento; el objetivo de que Europa creciera más que los Estados Unidos y fuera la economía más competitiva del mundo lo hemos dejado para que lo revisen nuestros nietos. Y todo esto con el apoyo del señor Zapatero que es muy progresista.
 
¿Por qué apoyamos lo que nos perjudica? Yo creo que eso no lo entiende nadie. No lo entiende ni el señor Solbes.
 
¿Qué tiene usted que decir a todo esto, señoría?
 
No busque usted excusas en la unanimidad. Ya sé que estos acuerdos erróneos se han tomado por unanimidad. Siguen siendo igual de erróneos, eso sí, por unanimidad.  Cuando no se tiene razón, lo mismo da el apoyo de cinco que el de cinco mil. La unanimidad es la disculpa de los que se lavan las manos, de los que carecen de criterio, de los que no se atreven, de los que disimulan, de los que buscan amparo en los demás.
 
Usted confunde los fines con los medios y alaba el consenso per se. No le preocupa a qué fines sirve ese consenso.
 
Ha habido unanimidad en la cumbre porque algunos grandes obtenían ventajas claras y otros eran demasiado débiles para oponerse. Usted no estaba en ninguno de los dos casos. Ni obtenía ventajas ni le faltaba fuerza para rechazar lo que se aprobó.
 
Lo que ocurre es que usted ni quiere ni sabe liderar una posición propia en Europa. España la ha tenido. España ha sido un país líder en Europa con reconocido prestigio en el ámbito de la política económica europea. ¿Qué ha hecho usted con ese prestigio?
 
España encabezaba el grupo de países más dinámicos a la hora de crecer y crear empleo. Un grupo entre los que se encontraban Holanda, Austria, Suecia, Finlandia y otros, que eran conscientes de la absoluta necesidad de mantener las reglas de estabilidad presupuestaria y apoyar las tesis en este sentido que provenían del Banco Central Europeo y de los principales bancos centrales de Europa, incluido el Bundesbank. Las mismas que defendía el señor Solbes que, por cierto, podía hacerlo porque no estaba solo.
 
Ahora, con su señoría, España no es capaz de liderar nada, no es capaz de mantener un criterio medianamente coherente sobre esta cuestión o sobre cualquier otra en política económica. En estas circunstancias, si España se calla ¿qué espera usted que hagan los países que tienen menor tamaño y mucha menos fuerza? Hacen lo que es natural: claudicar y no malgastar esfuerzos en balde.
 
Así nace esa unanimidad resignada en la que usted pretende refugiarse. Por eso, la indolencia que usted manifiesta ha sido especialmente culpable en este Consejo, porque ha dejado solos a los mejores para apoyar a los más rancios, a los más anquilosados, a los que frenan deliberadamente la marcha de todos.
 
No me cuente tampoco que está usted apoyando a los países que quieren liquidar el pacto de estabilidad a cambio de unas pocas mejoras en la negociación de los fondos comunitarios. No haga usted bromas con las cosas serias. Esa excusa no le vale.
 
En primer lugar, porque no es verdad. ¿Cómo pretende usted que nos den voluntariamente lo que no quieren darnos? ¿Por qué iban a hacerlo, para quedar bien con usted?  ¿Y quién, después de lo ocurrido en este Consejo, en el que han sido los triunfadores, les va a obligar? Nadie. Dentro de unos meses, cuando se negocien las Perspectivas Financieras, cuando nos juguemos el futuro de nuestras relaciones financieras con la UE, los fondos europeos para inversiones y el reparto de los costes de la ampliación ¿qué ocurrirá? Ellos llegarán con más fuerza porque usted les está ayudando a ser más fuertes, y usted no podrá objetar nada porque, como ha demostrado demasiadas veces, no tendrá más opinión que la que ellos le dicten.
 
Usted será más débil que hoy porque ha vuelto a decirles que sí gratis. No se ha traído de Bruselas nada a cambio, nada concreto, nada que no sean vaguedades y alentadoras sonrisas. Vuelve usted a España con aire, humo, nada. Una vez más ha sacrificado los intereses de los españoles caprichosamente.
 
Los poderosos ya han dicho que se aferrarán al siguiente criterio: que los Presupuestos de la Unión Europea no superen el 1% del PIB comunitario. El Canciller Schröeder, por ejemplo, no ha perdido tiempo y, recién salido del Consejo Europeo, realizó una declaración en este sentido. Esto significa que, en lo que de ellos dependa, España tendría que resignarse a dejar de ser receptor de fondos y convertirse en contribuyente neto a partir del año 2007. Como puede verse, nos arrastra usted de triunfo en triunfo, señor Zapatero. A ver cómo se lo explica usted a los españoles. Un día de estos tendrá que decirles la verdad.
 
En segundo lugar, porque aunque hubiera usted obtenido ahora alguna promesa, que ni eso tiene, esa táctica es un error. No hay nada que pueda compensar a los españoles del sacrificio del Pacto de Estabilidad. Nuestro bienestar futuro necesita las dos cosas: el Pacto de Estabilidad y los fondos comunitarios. ¡Las dos cosas, señoría! Intercambiar una por otra es un negocio ruinoso. Es como vender el perro para comprarle un collar. Tan dañino es para nuestra economía y para nuestro empleo la subida de tipos de interés que va a provocar el déficit de nuestros socios europeos, como la pérdida de fondos estructurales y del Fondo de Cohesión. ¿Sabe ud. lo que costaría a los españoles la subida de un punto en los tipos de interés? A las familias españolas, en razón de su actual nivel de endeudamiento, unos 5.000 millones de euros al año y al conjunto de la economía unos 16.000 millones, también al año, lo que casi triplica nuestro actual saldo financiero neto con la Unión Europea.  ¿Es que usted no escucha a nadie o es que no tiene al lado nadie que se lo explique? ¿Por qué no se toma de una vez esas dos tardes que le ofrecieron para aprender economía?
 
Y por favor, cuando conteste no me haga chistes para la galería. Si no tiene respuestas es mejor que se calle. No me reproche que me tome las cosas en serio. ¡Solo faltaría! No me diga que mi visión del déficit es muy rígida. No me invente una economía de buen talante ni diga que soy un fundamentalista de la estabilidad. Ya está bien de bromas. Al paso que lleva, por no saber que decir, acabará usted llamando dogmáticos fundamentalistas a los que respetan los semáforos en rojo.
 
Todo esto no son más que excusas de parvulario; evasivas de mal gobernante. La verdad, señoría, es que usted detesta la estabilidad presupuestaria. No quiere ni verla porque frena el despilfarro, porque no le permite regalar dinero ajeno, porque le impide atender las exigencias insaciables de sus socios parlamentarios, en una palabra, porque usted no sabe entender la política sin repartir prebendas y comprar favores.
 
Por eso ve usted con buenos ojos, con ojos codiciosos, la voladura de las normas de estabilidad presupuestaria. No las quiere en Europa porque no las quiere en España. A usted le gustan las mangas anchas y disfrutar en España el mismo grado de arbitrariedad que se ha impuesto en Europa. 
 
Ya lo ha conseguido. El señor Solbes, al contrario de lo que defendía como comisario europeo, ha logrado también negociar su cuota de indisciplina presupuestaria. El mismo señor Solbes que pretendió llevar a Francia y a Alemania a los tribunales porque no controlaban su déficit presupuestario, ese mismo señor Solbes tiene ahora permiso para alcanzar hasta un 1% de déficit sin que nadie considere que incumple los compromisos de estabilidad. Es decir, su Ministro ha logrado 8.500 millones de euros de déficit para poderlos gastar en lo que quiera.
 
El caso es que tiene usted el permiso de la Unión Europea para gastar más de lo que recauda, es decir, para pagar los caprichos de sus socios con cargo a la deuda y a los impuestos de los españoles. No me diga que no es para celebrarlo.
 
Por cierto, ¿a dónde o a quién van a ir a parar esos miles de millones de euros todos los años? No me diga nada. Se lo preguntaré al señor Carod Rovira que es quien decide las cosas importantes de este gobierno.
 
En resumen, señorías:

En la reciente cumbre de Bruselas ha ocurrido como con las reformas educativas de los socialistas: se iguala por abajo, se obliga a todos a llevar el ritmo del que menos se esfuerza, se castiga la eficacia, se alienta la pereza, se rechazan la disciplina y la competencia. Todo ello con el apoyo del señor Zapatero.
 
Europa, después de este Consejo está más anquilosada, más encerrada en sí misma y más de espaldas a un mundo que no tiene ninguna intención de sentarse a esperarnos.
 
Señorías, Europa se puede construir por diversos caminos. Incluso los hay buenos. El señor Zapatero ha escogido el peor, el que menos conviene a España o a cualquier país mediterráneo. Ha escogido el modelo que conviene exclusivamente al eje franco-alemán: ese modelo que supedita todos los intereses europeos, tanto los generales como los particulares de cada país, no al bien común, sino a la conveniencia coyuntural y concreta de los gobiernos francés y alemán.
 
En otras palabras: Nuestro destino como españoles consiste en no entorpecer las arbitrariedades del eje franco-alemán. A eso le llama su señoría europeísmo.
 
Claro que no me extraña:
A no hacer nada con buen talante lo llama diálogo de civilizaciones;
a la venta de armas, pasión por la paz;
a disfrazar la realidad para engañar a los españoles lo llama progreso.
Es natural que a vender los intereses de España por un plato de fotografías lo llame europeísmo.
 
¡Ya es la tercera vez, señoría, que deja a los españoles en la cuneta a cambio de unas palmaditas en el hombro! Esto es ya una costumbre.
 
Primero fue  el abandono de lo obtenido en Niza, el fastuoso regalo que hizo en la ceremonia de su presentación en la sociedad europea. La verdad es que quedó usted como un señor y que algunos nunca se lo agradecerán bastante. A los españoles nos dejó muy quebrantados, pero ya se sabe que en España somos rumbosos y adoramos las dificultades.
 
Luego vino lo de Roma que, aunque no tuvo la misma importancia, refleja la misma actitud. El tratado de la Constitución podía haberse firmado en Madrid y llevaría el nombre de nuestra capital en honor a las víctimas del atentado, pero usted no quiso abusar y cedió el paso al señor Berlusconi.
 
¿Qué le dieron a cambio en estas dos concesiones? Ni las gracias.
 
¿Qué ha logrado usted con la concesión actual? Sonrisas.
 
¿Qué tiene usted preparado para regalar en la próxima oportunidad? Porque usted se ha propuesto dilapidar la herencia española. Cada vez que tenemos un pájaro en la mano, usted lo suelta a cambio de ciento volando.
 
Si yo utilizara su lógica, tendría que alegrarme de sus errores, porque los fracasos del gobierno son heraldos de su derrota electoral. Pero, ya ve usted, no me alegro. No puedo alegrarme porque los errores del presidente perjudican a mi país.
 
No me alegro señoría. Preferiría que no multiplicara usted los desaguisados. Se lo digo también por mi propio interés. No me gustaría que, cuando los españoles nos lleven de nuevo al gobierno, tengamos que comenzar otra vez –como nos ocurrió en 1996- por reconstruir una economía en ruinas.
 
Nada más, señor Presidente y muchas gracias.

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